¿Quién teme a las elecciones?

Continúan las maniobras de aproximación y posibles emparejamientos postelectorales en España. Más allá de los muy aficionados a la política, lo cierto es que resultan bastante decepcionantes ya que tampoco, en definitiva, las posibilidades son muchas. Alargar todo este espectáculo hasta la Navidad, con maniobras sólo pensadas hacia la galería -para imponer el relato, lo llaman ahora-, pero sin posibilidades fácticas no ayuda precisamente a revalorizar la ya poco considerada actividad política. El funambulismo del Partido Popular actuando como si fuese posible la investidura de Feijoo resulta entre sobrante y patética. Ninguna posibilidad, pero mientras actúe como candidato, se ahorra el asalto final de Díaz Ayuso.

Susana Alonso

En cuanto a PSOE y la izquierda, no tienen aritméticamente mayoría. Que se sume con planteamientos razonables Junts, resulta una pura ilusión. Razonablemente, nadie puede pensar que esto sea posible. Aceptar la realidad, dicen que es el primer paso para intentar transformarla. La noche electoral, el progresismo nos alegramos mucho por el hecho de que el bloque de derechas extremas que ya se repartían los cargos de una victoria segura, fracasaron. Que ellos no lo consiguieran, no significa que ganara el bloque de izquierdas. No lo hizo. Aunque parezca imposible, se produjo un empate y la imposibilidad de construir una mayoría parlamentaria para la investidura y, lo que es tanto o más importante, para poder gobernar durante cuatro años. Que se hiciera algún intento de aproximación a Junts -que no a Waterloo-, para sondear y posibilitar una pista de aterrizaje resulta comprensible, pero hay que ser muy crédulo para pensar que esto se podía conseguir. Su reino no es de este mundo: ni juegan en la política real, ni tienen nada de progresistas. Su supervivencia, aunque precaria, pasa por aferrarse a los mitos.

Hay una frase reiterada estos días en el mundo de las izquierdas: ¡si se repiten elecciones, se pueden perder! Obviamente y probablemente la mejor manera de que sea así es el juego de los disparates que en aras de construir un simulacro de mayoría se van produciendo reiteradamente. Las exigencias de Puigdemont ya se sabía que no serían aceptables en ninguna noción básica de estado de derecho. La especulación sobre el encaje de la amnistía hace mucho daño a la izquierda, pero también a la dignidad. Un concepto que sólo es imaginable como punto y final, pero nunca como exigencia de partida.

Se han producido estos días fotografías poco aceptables. La frivolidad de cierta izquierda vuelve a poner en el foco de la política catalana y española conceptos y personajes que ya sólo representan a una minoría exigua. La ligereza política del mundo de Sumar resulta una evidencia más que para que haya un pacto de gobierno de izquierdas chirrían más cosas que los quiméricos votos de Junts. La fragilidad de la izquierda del PSOE es exagerada y, en estos momentos, difícilmente se puede pensar con ninguna estructura sólida y con continuidad. Los factores Iglesias y Montero no han dicho la última palabra. Como tampoco ERC a quien la competencia en el espacio independentista les lleva a abandonar el realismo del que habían hecho gala. Y, en medio de eso, hay que aceptar a PNV como animal de compañía progresista…

Pedro Sánchez, que más que nadie se mueve bien en la cuerda floja, juega con que nadie de los posibles socios puede permitirse una repetición de elecciones que parece que les sería electoralmente contraria. En un contexto de repetición habría un efecto concentración en los grandes partidos de cada bloque. Pero la debilidad de los posibles socios, incluido Junts, no da para que todo el mundo se sitúe en exigencias razonables. Ni Puigdemont, ni Junqueras, ni Irene Montero, ni Pablo Iglesias. Todo el mundo se ha expresado estos días como para que los electores puedan decidir lo que crean conveniente.

En estos momentos, repetir elecciones no es un drama, sino una necesidad casi imponderable. Ciertamente existe el riesgo de que gane el bloque de derechas, pero también de que se dé una victoria clara de las fuerzas realmente progresistas. Al fin y al cabo, depende de ellas. Es lo que tiene la democracia. Los países acaban por tener a los políticos y los gobiernos que se merecen. Y esto no se decide el día en que se abren las urnas, sino justamente antes, ahora para ser más precisos. Ser claro, comprensible y coherente es una manera de ganárselo. ¿Lo estamos haciendo?

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