Oda a las minorías

Es cierto, como suele repetirse mucho en los últimos tiempos, que vivimos en sociedades cada vez más plurales y diversas. Y añadiría que complejas. Complejas desde el punto de vista político, pero también social y cultural. Gestionar esta complejidad será para la humanidad uno de los grandes retos de las próximas décadas. Y no me refiero sólo a los gobernantes políticos, que también, sino a todas aquellas personas que ejercen algún tipo de liderazgo o responsabilidad en instituciones como escuelas, universidades, centros de trabajo, empresas…

Cualquier lector que esté leyendo estas líneas pensará que lo que estoy diciendo son obviedades. Y no le falta razón. Sin embargo, quisiera añadir otro elemento: en paralelo a la afirmación repetida y constante de que vivimos en comunidades cada vez menos uniformes y homogéneas, hay corrientes políticas y sociales, algunos voluntarios y otros que no, que están cuestionando permanentemente las actitudes y conductas de las minorías existentes, lo que revierte en su moral o bienestar. Este proceso, además, se produce, y no es menor, en un momento en el que la población de las sociedades occidentales tiene una mayor capacidad de decidir lo que quiere hacer y, al mismo tiempo, medir el impacto de sus acciones en los demás. Pondré algunos ejemplos.

Susana Alonso

Cuando yo estudiaba primero de ESO (de eso hace 10 años), la inmensa mayoría de compañeros y compañeras de clase y de curso tenían de teléfono móvil una BlackBerry. Era lo que estaba de moda entonces. Es probable que muchos de los estudiantes que ahora han empezado la secundaria no sepan ni siquiera cuál era este modelo de aparato telefónico. Pues bien, quien les escribe estas líneas tenía en esa época un móvil con tapa de la compañía Samsung que valía 19 euros y que sólo permitía enviar mensajes SMS y realizar llamadas. Mis padres creían que para ir y volver de la escuela en transporte público no necesitaba nada mejor. Y no les faltaba razón: podía llamarles en caso de sufrir alguna incidencia grave y, por otra parte, esto me permitía seguir haciendo la vida que había llevado hasta entonces, ya que podía quedar con los amigos sin tener que estar permanentemente pegado a una pantalla. Sin embargo, recuerdo los comentarios de algunos compañeros cuando veían mi teléfono móvil y también las explicaciones que tenía que dar por no seguir el paradigma social mayoritario. No era el único al que le ocurría esto, pero era, ciertamente, cansado tener que estar dando continuamente aclaraciones por una cuestión que, simplemente, difería de lo que hacía la mayoría.

Otro ejemplo que refleja ese paradigma es el proceso independentista. En este sentido, era bastante pesado tener que justificarte constantemente por si no participabas en tal o cual manifestación. Según buena parte de mis interlocutores secesionistas, no ir a estas movilizaciones era «avalar la represión» y situarte «en contra de la democracia, la libertad y los derechos fundamentales.» Quizás el momento más complejo (por decirlo de alguna manera) fue cuando comenté a algunos colegas que había decidido de forma muy meditada que no iría a votar el 1 de octubre. Las caras de incomprensión eran totales. Entonces tocaba exponer mis razones a una audiencia que no entendía lo que le decía por el simple hecho de tener una visión muy distinta o antagónica de lo que estaba sucediendo. En ese momento constaté que en Cataluña teníamos un problema bastante grande entre nosotros y que era preocupante que se estuvieran gestando dos bloques cada vez más contrapuestos.

El tercer caso del que querría hablarles es la incomprensión que sufrimos muchos jóvenes por no beber alcohol cuando salimos de fiesta. Parece que ser abstemio sea delito. “¿Pero cómo es que no bebes? ¿Ya aguantarás toda la noche? ¡Si no bebes es porque no has probado el alcohol!” Éstas son algunas de las preguntas y frases más recurrentes que nos encontramos las personas que optamos, por la razón que sea, por no consumir bebidas alcohólicas cuando salimos de marcha. Resulta curioso que haya quien piense que el único sinónimo de diversión sea alcohol, cuando la realidad evidencia que uno puede pasarlo igual de bien sin beber y que hay un montón de actividades, seguramente no tan mayoritarias como salir de fiesta, con las que uno puede divertirse.

En fin, ser minoría no es tarea fácil en este mundo. ¡Pero ya se sabe que si todos pensáramos o hiciéramos lo mismo sería todo muy aburrido!

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1 comentario en «Oda a las minorías»

  1. Ese discurso debería publicitarse mucho más. Las drogas hacen mucho daño aunque en este caso sean legales. Y la pluralidad de ideas es la base de la democracia.

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