‘Cuadernos para el diálogo’ cumpliría ahora 60 años

Esta revista nació en octubre de 1963, con la voluntad reconocida de tender puentes entre las diferentes Españas que, como todos sabemos, son más de dos. En una primera etapa Cuadernos, dirigida por el exministro Joaquin Ruiz Giménez, intentó promover un diálogo en torno al pensamiento católico sobre la Iglesia y la sociedad; adoptó una posición política cercana a la democracia cristiana. Con la existencia de la censura previa para todo tipo de revistas y periódicos, no se podían decir muchas cosas. Como alguno de sus redactores la definiría, entonces fue una revista de pocos para pocos.

La publicación de la Ley de Prensa de Fraga Iribarne de 1966, que suprimió la censura previa, vigente desde 1938, supuso un alivio para este tipo de publicaciones y Cuadernos amplió su espectro de dialogantes; mirando los números extraordinarios publicados a partir de su fundación, es perceptible la incorporación de nuevos colaboradores, algunos de los cuales llegarían a realizar carrera política: Gregorio Peces Barba, Jorge Semprún, Alfonso Carlos Comín, Mariano Aguilar Navarro y Pedro Altares, entre otros. ¿No había ninguna firma de mujer? Sí, pero prácticamente sólo en dos números: el titulado «Aspectos de la educación en España», donde colaboraron María Luisa de la Hoz, Pilar Lucendo y Sira González, y en el titulado «Juventud y Sociedad», donde se pueden leer artículos de Montserrat Roig y Teresa Pàmies, junto a otros de Eliseo Bayo y Jaume Fabra. Ninguna colaboración femenina en el extraordinario dedicado a la «Literatura española», donde, en cambio, son numerosos los poetas de la llamada generación de los años cincuenta, que aportan su visión, más bien pesimista, sobre la Literatura: Celaya, Otero, Bousoño, Hierro, etc.

Susana Alonso

Pedro Altares, en un artículo en el que repasa, una vez publicados los primeros cincuenta números, la trayectoria de la revista, cuestiona la etiqueta de izquierdista que algunos críticos atribuían a Cuadernos. Altares comienza diciendo que el diálogo conduce al compromiso, que los redactores de la revista se han sentido espoleados por el propio diálogo, y que desde este punto de vista Cuadernos podría ser tachada como de izquierdas, si bien -añade- también podría afirmarse que es una revista derechista, ya que de derechas es la Europa democrática, sorda a las miserias de la guerra, del hambre y del odio de razas. El candoroso deseo de Cuadernos era que todos, también el gobierno y la periferia, aceptaran dialogar, pero los grupos de presión políticos y económicos no quisieran entrar en el pool del diálogo.

Al principio de este artículo, Altares reproduce, como leiv motiv, una frase del entonces papa católico Pablo VI, contenida en la Encíclica Ecclesiam Suam: Para aquel que ama la verdad, el diálogo es siempre posible. Una sentencia ciertamente optimista.

A la vista del frecuente fracaso de todo tipo de intentos de diálogos: el de las religiones, el de los Estados y las Naciones, los de los filósofos de la post y preverdad, y también el de toda clase de parejas humanas, deberíamos concluir que no parece que haya mucha gente que ame la verdad y que, en consecuencia, el diálogo, entendido como un intercambio atento de opiniones entre personas que buscan un acuerdo que sea «de verdad», se ha convertido en una quimera.

¿Debemos entonces renunciar a dialogar con aquellos que no quieren intentarlo? ¿Debemos ser tolerantes con los intolerantes, con los manipuladores del lenguaje humano? El filósofo Platón, uno de los mayores dialogantes conocidos, advertía, hace ya casi 25 siglos, a su diálogo sobre la República, de los peligros que para la democracia suponían los demagogos: «La democracia es indulgente y benigna y permite que la excesiva libertad prepare el campo a los demagogos ya los tiranos».

«En momentos críticos y de divisiones aparentemente insuperables -escribe Raimon Obiols en su libro En tiempos extraños– el diálogo es necesario y debe promoverse desde todas las posiciones, para intentar romper la lógica perversa de aquellos que acusan de traidores a los que quieren tender puentes. En otro caso, nos veremos abocados a un mundo desierto como el que describe el Nobel Vicente Aleixandre en su poemario Diálogos del conocimiento: «…Miro y en torno casi no hay aire/ para mis alas. Ni rama para mí descanso/. ¿Qué subversión pasó? Nada conozco/. Naturaleza huyó. ¿Qué es esto? Y vuelo/ en un aire que mata».

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