¿Traducción? ¡Intercomprensión!

Expresarse en la lengua vernácula es un derecho que tenemos todos los ciudadanos, en virtud de la Constitución del 1978, y, por consiguiente, también los representantes democráticamente elegidos en el Congreso de los Diputados español. Este derecho, como todos los derechos, a la hora de la verdad, se puede ejercer o no, depende de la voluntad política de cada cual y de qué interés prevalece: si el pragmatismo de habla en castellano, idioma que todo el mundo en el hemiciclo domina y entiende, o el esencialismo identitario, haciendo trabajar a los traductores de las lenguas cooficiales y activando el uso de los pinganillos.

Lo importante de este episodio -forzado por la aritmética parlamentaria y la capacidad de presión de los partidos nacionalistas para constituir la Mesa del Congreso, presidida por la socialista Francina Armengol- es el reconocimiento de la libertad lingüística en el templo de la democracia española. La libertad nunca tiene que dar miedo ni tiene que suscitar rechazo. Al contrario, es una alegría que hay que celebrar, compartir y disfrutar.

No solo los diputados/as que quieran pueden expresarse, desde ahora, en catalán, valenciano, eusquera y gallego. También se les permite emplear el aranés, el asturiano, el aragonés.., si bien en este caso no disfrutarán del servicio de traducción simultánea y cada orador/a tendrá que repetir su intervención en español.

Desde la felicidad por este avance logrado, apunto que habría que dar un paso más: dejarse de traductores y de pinganillos (excepto en el caso obvio del eusquera) y avanzar hacia la intercomprensión. El castellano, el catalán, el valenciano, el gallego, el aranés, el asturiano, el aragonés… tienen una misma raíz común, el latín, y además, se asemejan mucho. También el italiano, el francés o el rumano derivan de este mismo tronco, pero han desarrollado unos códigos lingüísticos marcadamente diferentes de los idiomas de origen latino, incluyendo el portugués, que se hablan en la península Ibérica.

La intercomprensión es la actitud y el mecanismo que permite expresarnos en nuestra lengua materna -en mi caso, el catalán- y entendernos con los interlocutores que empleen otras lenguas ibéricas de raíz latina. No es difícil: solo hay que tener buena voluntad, un poco de paciencia y conocer algunas palabras y verbos específicos que son “falsos amigos”.

Aplicando el principio de la intercomprensión, hace cinco años que edito el diario eltrapezio.eu, en español y portugués… ¡y puedo decir que funciona! Harían bien sus señorías, ahora que disfrutan de la libertad y el derecho de hablar en su lengua vernácula, de hacer el esfuerzo de estudiar un poco para poder entenderse mejor, sin necesidad de traductores ni de pinganillos.

Una buena manera de familiarizarse con los idiomas ibéricos de raíz latina es leyendo textos (libros, documentos…) y constatar que la intercomprensión es perfectamente factible y relativamente sencilla. También sería oportuno que la presidenta del Congreso de los Diputados, Francina Armengol, activara el desarrollo de tutoriales por YouTube u organizara cursos presenciales para que los diputados castellanohablantes que lo quieran y tengan interés puedan adquirir los conocimientos imprescindibles para poder mejorar la comprensión de sus vecinos del hemiciclo cuando se expresen en catalán, valenciano, gallego, aranés, asturiano…

España, si quiere encarar el futuro y devenir una tierra de prosperidad para las jóvenes generaciones, tiene que enterrar los viejos demonios de la confrontación cainita y aplicarse en la concreción de grandes consensos que trencen un marco de convivencia y progreso. Por eso, es imprescindible el reconocimiento de la pluralidad y el respecto a las minorías, cosa que no quiere decir que tengan que ser las minorías las que impongan su relato y su voluntad a las mayorías.

El Congreso de los Diputados, como síntesis de la representación de la sociedad española, tiene que ser el espejo donde todo el mundo se vea reflejado. La decisión de aceptar el uso de todas las lenguas ibéricas es un gesto de normalidad que va en la buena dirección, siempre que aceptemos el principio que el lenguaje tiene por objetivo la mutua comprensión y no se haga un uso partidista sectario para levantar barreras y sembrar cizaña.

Aquello que incomoda y da alas a los nacionalismos periféricos es el sentimiento de agravio por las imposiciones y la represión que emanan del poder central del Estado. El victimismo es la gasolina que alimenta y da sentido a su existencia. En la medida que se escuchen y se tomen en consideración sus reclamaciones, siempre que sean constructivas y respetuosas con el equilibrio democrático, su razón de ser se va diluyendo.

No, el uso de las lenguas ibéricas minoritarias no convertirá el Congreso de los Diputados en una Torre de Babel. En el fondo del corazón de la gran mayoría de españoles –y también de sus representantes políticos- late el anhelo del entendimiento para construir, entre todos, un país mejor. Y, en este sentido, la diversidad lingüística no es un obstáculo, sino un reconocimiento que facilita el trabajo en común.

La gente que habita la península es mucho más sabia e inteligente de lo que reflejan los caricaturistas en blanco y negro que quieren estropear nuestra realidad multicolor. Siempre, como ocurre en todas partes, puede haber cabezones intolerantes, pero nunca debemos dejar que las anécdotas distorsionen la arraigada convicción y constatación secular que, a pesar de los socavones de la historia, los españoles y los ibéricos, hablemos como hablemos, podemos convivir y trabajar juntos y en armonía.    

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