Pinganillos…

El pasado martes, 45 años después, el republicano Gabriel Rufián habló en catalán en el Congreso de los Diputados, y no pasó nada; ni le llamaron la atención, ni le retiraron la palabra, ni le expulsaron del hemiciclo. Tampoco se abrió el suelo de la Cámara baja. Antes, el socialista Ramón Besteiro lo hizo en gallego; después, la euskalduna Mertxe Aizpurua en euskera. Posteriormente, otros políticos hablaron en castellano, catalán, euskera y gallego, sin problemas. Aleluya.

Por fin. Hemos tardado mucho, demasiado, en hacerlo posible. Viéndoles hablar catalán, euskera, gallego, me vino al recuerdo la imagen del otrora presidente del Congreso, Jesús Posadas (PP), expulsando a Joan Tardà (ERC) del atril por empeñarse en hablar su lengua después de las pertinentes tres advertencias. Una contumacia, la de Tardà con el catalán, que mereció el reconociendo de Rufián diez años después.

Tardà, pícaro y gato viejo, utilizó entonces una argucia para tratar de expresarse en la lengua de Rodoreda, concretamente lo expresó así (inicialmente en la de Cervantes): “Ayer un tribunal dictó en Cataluña que un solo alumno que solicite el cambio de lengua al castellano obliga a cambiar de idioma en el aula entera. La mayoría del PP siempre ha sostenido que lo que vale en Catalunya vale para toda España. En lógico paralelismo y en justa correspondencia, entendemos que un solo diputado que exija un cambio de lengua al catalán, obliga también a cambiar de idioma a la cámara entera, así que, con la venia, voy a hablar en catalán”. Y dicho esto, empezó a expresarse en catalán, si bien Posadas le cortó cuando sólo había dicho: «Avui fa vint anys…».

Diez años después, la presidenta del Congreso Francina Armengol permitió que un discípulo de Tardà, Rufián, pudiera expresarse plenamente en catalán, y no ocurrió nada. Bueno, sí pasó, que las derechas, especialmente las más extremas, se estremecieron en sus escaños. Sin embargo, lo cierto es que no se romperá España por unos pinganillos; lejos del cataclismo que algunos vaticinan, el pluralismo lingüístico tiende a enriquecer a las sociedades. Decía Carlomagno, “tener otro idioma es poseer una segunda alma”.

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