¿Qué queda de Mahsa Amini?

Una de las primeras medidas impulsadas por el ayatolá Jomeini al tomar el poder fue dictar una serie de normas que imponían el uso del hijab a todas las mujeres desde que cumplen los siete años. No llevarlo se convirtió en delito y se incorporó al código penal en 1983. Para dar cumplimiento a esta normativa se creó la policía de la moral, un organismo que también controla el uso de cosméticos, de ropa demasiado coloreada, de vestimentas demasiado occidentalizadas, de pantalón o ropa demasiado corta.

Susana Alonso

El criterio es totalmente arbitrario, queda al juicio de cada uno de los agentes, y esta opinión, basada en el buen o mal humor del policía de turno, es lo que puede convertir a cualquiera de los cuarenta millones de iraníes en delincuentes por el simple hecho de pasear por la calle. Esto es, precisamente lo que le ocurrió a Mahsa Amini, una joven kurda de 22 años que el 14 de septiembre de 2022 se encontraba con su familia de viaje por Teherán, cuando de repente fue detenida por la policía de la moral acusada de llevar mal puesto el velo -mostraba demasiado pelo- y vestir unos pantalones demasiado ajustados. La golpearon contra el vehículo de policía y se la llevaron. Dos días después moría, oficialmente, a causa de un ataque al corazón.

Las periodistas Nilufer Hamedi y Elahe Mohammadi consiguieron y difundieron las fotografías de la Mahsa intubada y agonizando en un hospital de la capital iraní. Poco después fueron detenidas. Pasaron ocho meses en prisión provisional y viven con la posibilidad de ser condenadas a muerte bajo la acusación de colaborar «con el gobierno enemigo de Estados Unidos, atentado contra la autoridad y propaganda contra el sistema».

Las imágenes encendieron la llama de la protesta. Se inició una revuelta que duró meses a pesar de la represión del régimen. Los ayatolás perdieron el favor de la gente, las imágenes jóvenes tirando los turbantes de los clérigos por la calle, las mujeres saliendo a bailar y cantar, actividades totalmente prohibidas, cortándose el cabello y, sobre todo, saliendo a la calle mostrando orgullosamente sus melenas, volaron por las redes y abrieron periódicos e informativos de todo el mundo. Trabajadores de sectores estratégicos como el petrolero se añadían a las protestas que tenían lugar en todas las ciudades del país. El régimen se tambaleaba a pesar de gestos, como la disolución de la policía de la moral, que alternaba con una represión asfixiante. Los enfrentamientos que se produjeron durante los disturbios causaron la muerte de 451 manifestantes y unos sesenta miembros de las fuerzas de seguridad. Más de 18.000 personas fueron detenidas. Muchas de ellas fueron condenadas a la pena capital bajo la acusación de “librar una guerra contra dios”

El grito “mujer, vida, libertad” parecía abrir las puertas a la caída de un régimen asesino, que no tenía ningún problema en matar a porrazos a adolescentes de 16 años, como la youtuber Sarina Esmailzadeh. La misma edad que Asra Panahi, muerta por negarse a cantar el himno nacional.

Un día, los periódicos occidentales dejaron de hablar de las protestas. Poco a poco, caliente tanta sangre, el régimen iraní volvió a hacerse con la situación.

Los milhombres que se atreven a abofetear a una mujer tras autootorgarse el poder de imponer los valores de la república islámica, han vuelto a las calles. Las mujeres y las niñas vuelven a encontrarse con desconocidos que les pegan, las rocían con sprays y las insultan si no les gusta cómo visten.

La policía de la moral volvió a ponerse en funcionamiento en julio y las autoridades se esfuerzan por hacer desaparecer de la vida pública a cualquier personaje de cierta trascendencia que se haya posicionado en favor de las protestas. Roohollah Sohrabi, director del Departamento de Supervisión de la Organización del Cine de Irán anunció recientemente que un grupo de reconocidas actrices, como Taraneh Alidoosti, Baran Kosari, Pantea Bahram, Katayoun Riahi, Fatemehj Motamed Ara y Goleb Adineh, no podrán volver a aparecer en las pantallas por mostrarse sin velo. Incluso se ha prohibido la exhibición de cintas ya finalizadas en las que intervenían, mientras se las presiona para hacerse cargo del dinero que los productores puedan haber perdido a causa de este veto.

El silencio y el desinterés de un Occidente que se aburrió de seguir esta historia es uno de los motores de la vuelta al horror que viven las iraníes.

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