¿Un apocalipsis español?

Por si no hubiera bastante penitencia con los rigores que impone la canícula, la prensa advierte de que se avecina otro apocalipsis español. Un apocalipsis suplementario en nuestra desdichada historia. Los medios de comunicación más recalcitrantes hablan de un posible gobierno futuro secuestrado por un prófugo de la justicia, de un chantaje, de un desastre, la mayor calamidad imaginable: la destrucción de España.

Por otro lado, los medios catalanes (hablo de TV3) cuentan que Armengol ha salido elegida para su cargo con los votos de ERC y Junts, por este orden, obviando el 90% de los votos restantes que han llevado a Francina Armengol a presidir el Congreso. Hace mucho tiempo que desapareció el periodismo y solo veo propagandistas, o a pobres trabajadores que pretenden agradar al amo para mantenerse a flote.

Un youtuber tardó pocos minutos en describir a Armengol como “mucho más nacionalista que socialista”, aunque no me consta la existencia de un nacionalismo balear por ninguna parte.

Que los partidos de la izquierda pacten para formar gobierno es legítimo, del mismo modo que lo es que pacten con partidos muy a su derecha y que, en realidad, son mucho más próximos al PP que al PSOE sumado a Sumar: me refiero a Junts y al PNV. Esos pactos solo ponen en evidencia la impotencia de Feijóo. Que nadie se olvide de que se trata de dos partidos muy  de derechas: por favor, que los medios dejen de hablar de coalición «progresista». Y recuerden que la alcaldesa de Ripoll (Aliança Catalana, escisión de Junts) se declara cercana a Vox, partido del cual solo le separa alguna cuestión (la banderita, por supuesto).

Supongo que el principal indicio de la calamidad está en la presencia del señor Puigdemont en este circo. Puigdemont aporta tan solo siete diputados y ha perdido a un montón de votantes. Aún así, no me gustaría tener que negociar nada con este señor, cuyo sentido de la realidad es dudoso, cuya actitud es quijotesca y empecinada. Pero, a la vez, no se puede olvidar que el señor Puigdemont tiene como primer objetivo al señor Puigdemont. Y me explico: cada vez más ausente y más prescindible, su mayor interés es recuperar algo de protagonismo y resolver lo suyo. Negociar con este hombre es negociar con alguien que, en primera -y única- instancia, pregunta: ¿Qué hay de lo mío?. Un dato: Puigdemont se ha erigido en negociador exclusivo de su partido. Supongo que para poder negociar lo suyo sin testigos.

Incomprensiblemente, los medios de la derecha nacional nombran a Puigdemont a cada momento y su nombre aparece en las portadas del ABC, de La Razón y de El Mundo. Incomprensiblemente también, la aparición de Puigdemont cual virgen resplandeciente encima de un almendro ha provocado el olvido de ETA, aquello que tanto horrorizaba al periodismo ultramontano hasta hace cuatro días. Tienen a un nuevo demonio. Y por fin, también resulta sorprendente (pero no incomprensible) que en TV3 no se mencione al señor de Waterloo. Se puede inferir que la instrucción oficial al canal público es hablar de Junqueras y de Aragonès, y soslayar al prófugo. (En vez de a Puigdemont, TV3 presenta a la señora Míriam Nogueras, de verbo corto y mirada estrábica, errática, que no termina de comprender como ha llegado hasta aquí).

España ha resistido a fenómenos y a personajes mucho peores que Puigdemont y aquí está, más o menos saludable y razonablemente entera. Superó al carlismo y a los infinitos golpes de estado del XIX, superó a una guerra civil y a la dictadura de Franco, lidió con ETA y la derrotó: ¿quién es Puigdemont al lado de los males que ha tenido que soportar el país? Una España que refleje la diversidad en sus instituciones no es el fin de España. Y recuerden que estamos en la Unión Europea, que pone los límites.

Les confesaré que estoy cada vez más cerca del jacobinismo, y que creo en la necesidad de un estado por encima de las naciones, de un patriotismo constitucional. Pero eso no me impide aceptar la pluralidad, porque que la pluralidad es la realidad. Del mismo modo que España fue capaz de derrotar a ETA y de arrastrar a sus seguidores hacia la democracia y al sentido de estado, mucho más capaz será de convencer a los separatistas catalanes de que solo hay una realidad (aunque muchas verdades) y de que ésta se encuentra en el Congreso.

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