El ‘nuevo’ Laporta busca en Catar otra mina de oro como Uzbekistán

Confirmada la amnesia crónica del barcelonismo, que sigue sin recordar al presidente que ya arruinó al Barça en 2010, se atreve a cruzar la línea islámica que tanto utilizó contra Rosell y Bartomeu

Joan LaportaJoan Laporta

El Barça de Joan Laporta se ha empeñado en hacer de la incomunicación y la falta de transparencia una seña identitaria del mandato. Nada que no fuera previsible para quienes de verdad lo conocen y para los pocos socios que, inmunes a la amnesia colectiva que sufre el barcelonismo, aún conservan en la memoria sus fechorías del primer mandato. El presidente azulgrana ha multiplicado por diez sus tics totalitarios con respecto a su primera etapa, también su intolerancia social, sus artes antidemocráticas y, especialmente, esa autocomplacencia, llevada a la exageración, a la hora de reírse de los socios y de la prensa haciendo, literalmente, lo que le sale de las narices.

Los responsables de los equipos de secciones como las de baloncesto y balonmano han sido puestos en ridículo y despreciados por un presidente que ha guillotinado fríamente su presupuesto, Nikola Mirotic incluido, sin dar la cara, sin permitir a sus directivos ni ejecutivos dar explicaciones a los socios y aficionados. Lo mismo hizo poniendo imposibles los abonos de Montjuic, pasándose por el forro el acuerdo asambleario del Espai Barça o cambiando las reglas para adjudicar a dedo las obras del estadio a Limak. Laporta ha dejado el futuro del club en manos de los inversores, engañando a todos con unas condiciones imaginarias o inventadas, y se diría que hasta el teórico esfuerzo por abrir una vía de regreso a Messi fue otra imaginativa estrategia mediática tratando de falsear y ocultar la realidad, incontestable, de que el club está hoy peor que como lo encontró en 2021. Las cuentas lo certifican: no se han recuperado los ingresos, se han incrementado los gastos, ha crecido irreversiblemente la deuda y el patrimonio decrece por momentos.

Aun así, la asombrosa reacción generalizada del barcelonismo es de casi una inalterable lealtad a la figura y régimen laportistas y de incredulidad respecto de esa otra imagen suya, la real, enmascarada por la propaganda y el periodismo que controla la opinión pública.

Lo cierto es que el personaje no ha cambiado, al contrario. Sigue siendo el mismo aprovechado de siempre, el que sacaba oro de Uzbekistán gracias a los recursos del club y de su cuñado, ahora excuñado, y echaba pestes de Sandro Rosell porque negoció la publicidad de Catar para tapar el agujero dejado por Laporta en 2010. El mismo que ahora no se esconde de hacer negocios particulares en el palco del Spotify Camp Nou sus nuevos amigos de Catar, a donde ha ido el pasado fin de semana con dos directivos, Xavier Puig (Femenino) y Joan Soler (Fútbol Base) con propósitos ajenos, en cualquier caso, a los intereses del club. Nada reprochable si no fuera porque en su día utilizó esa financiación de Catar para atacar duramente a los países islámicos y acusar tanto a sus gobiernos como a la junta azulgrana de la época de esconderse bajo un manto de corrupción. Esa nueva frontera finalmente cruzada por Laporta, no por escrupulosidad sino porque hasta ahora no le habían hecho demasiado caso, sí que ha empezado a abrirle los ojos a algún barcelonista sobre la verdadera naturaleza del personaje.

Laporta, si se hace un poco de memoria, ganó sus primeras elecciones al grito de «levantaremos las alfombras», además de anunciar fraudulenta y engañosamente un preacuerdo con David Beckham, que ya había sido traspasado por el Manchester United al Real Madrid. En cuanto a las alfombras, a Laporta le faltó tiempo para arreglárselas con Joan Gaspart y esconder más porquería de ambos bajo esas alfombras y así seguir embaucando a los socios, como lo siguen haciendo 20 años después en esas asambleas en las que Gaspart le hace de salvavidas, de palmero y de cómplice.

Laporta malvendió en su día Can Rigalt para así no prestar aval en el verano de 2005, gracias una operación que al club le acabó costando 42 millones años más tarde. Se le podrían añadir, por el perjuicio causado al Barça, los 14 millones de Viladecans, un trato que aún apesta 15 años más tarde, los más de 30 millones de Sogecable, los fichajes no menos hediondos de Mario, López, Keirrison, Henrique o el propio Ibrahimovic, por no hablar de la Masía de Argentina, que hubo de cerrarse echando litros de lejía, o el contrato a favor de Mediapro para la producción de Barça TV, que costaba lo mismo que mantener el fútbol base, la Masía incluida.

Laporta se fue en junio de 2010 recién firmado otro año de contrato de cesión de los derechos de TV de la Liga también a beneficio de Jaume Roures, incumpliendo de ese modo un aviso de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, motivo por el cual el Barça fue multado con más de 4 millones. Finalmente, dejó la caja vacía, sin pagar las fichas que le tocaba, debiendo la luz y el agua, y con unas pérdidas acumuladas de 46,7 millones de su mandato entre 2006 y 2010.

Aunque Sandro Rosell le dio la vuelta en cuatro años arrojando un balance de títulos sobresaliente y más de 140 millones de beneficio acumulado, el censo actualizado, la nueva Masía inaugurada y en funcionamiento, las oficinas de la OAB recién estrenadas, y el Camp Nou remozado y más accesible -por primera vez apto para espectadores en silla de ruedas-, la propaganda laportista ha conseguido que aquel mandato de cuatro años se recuerde como el de los horrores, la ruina, el fracaso, el desgobierno, la corrupción y la desolación juntas. Una obra maestra de la manipulación mediática.

Ciertamente, la etapa de Josep Maria Bartomeu, que celebró otro triplete y debió afrontar el traumático relevo de la mejor y más cara generación de la historia del fútbol, no mantuvo el nivel de recuperación del periodo Rosell, y aunque alcanzó el techo absoluto de ingresos, con 990 millones la temporada 2018-19, el gasto se disparó en unos 60 millones por encima. El entorno opositor, en connivencia con el propio vestuario, se encargó de echar a Bartomeu antes de poder aplicar un recorte unilateral del 20% de las fichas que, cuando menos, hubiera reducido el impacto de la covid.

Argumentos más que suficientes para que el laportismo, aupado por las fuerzas soberanistas y un ejército mediático sin precedentes, convirtiera el regreso de Laporta en la única esperanza de salvación, supervivencia y el retorno del club a sus esencias. En realidad, los socios votaron a favor de Laporta mayoritariamente para castigar esa creencia de un pasado abominable. Dos años y poco más tarde, la discusión, el debate y la confrontación, aunque ya inútiles, siguen centrados en el pasado, básicamente porque ya no queda otro futuro que no sea el que quiera Goldman Sachs y el resto de los inversores. Y sí, Laporta lo habrá vuelto a hacer.

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