¿Y si volvemos a hacer la mili?

Si no hacemos nada, las proyecciones más optimistas sitúan la extinción a finales de la vida de los niños que nacen hoy.” Jeremy Rifkin, La Vanguardia, 5-V-2023.

El que esto suscribe, se considera pacifista e hizo la mili a finales de los años 70. Y pese a la crítica global al servicio militar, había aspectos positivos escondidos bajo la capa del belicismo y del autoritarismo: la dedicación de un tiempo de los jóvenes a un supuesto bien común, su convivencia con gente diversa (tanto cultural, como social, como geográficamente), todo ello sacándoles de su zona de confort.

El individualismo actual con sus mundos cerrados, quizá sea necesario expandirlos. Cierto es que en los ámbitos de los estudios superiores, los programas de movilidad académica (Erasmus y otros) tienen algo de este componente de sacar a los jóvenes de su zona de confort, y abrirlos a otras realidades y a cierta autonomía: sin duda la conciencia de ser europeo tiene muchos puntos ganados gracias a estos programas. Casi todo el mundo valora positivamente esta movilidad.

Hemos visto últimamente los desastres de los aguaceros feroces en la región de Emilia-Romaña con más de una decena de muertos y con unas lluvias que sólo en un día han dejado caer el doble de agua que en toda la media del mes de abril y mayo juntos. No recordaremos ahora los incendios (desgraciadamente prevemos un verano muy peligroso), la sequía, las olas de calor… o la pandemia.

Necesitaremos toda la capacidad organizativa para enfrentarnos a una crisis climática jamás vista. Y ya hemos visto cómo, más allá de los cuerpos de intervención cercanos (Bomberos, Policía Municipal, etc.) en Italia ha tenido un papel fundamental el ejército.

En España tenemos una unidad militar, la UME, especializada en emergencias y que trabajan para estar preparados para fenómenos meteorológicos adversos de gran magnitud, terremotos, incendios, accidentes químicos, biológicos, radiológicos y nucleares. La propuesta sería dedicar seis meses de la vida de los jóvenes (chicos y chicas) para entrenarse en esta unidad, tanto para consolidar su capacidad de acción frente a los desastres, como para concienciarse de los peligros reales a los que nos enfrentamos y enfrentaremos. No insistiremos en el nivel de emergencia que ha generado la crisis climática, y que las últimas informaciones de la Organización Meteorológica Mundial OMM, son terribles: superaremos en menos de cinco años el límite de los 1,5°C, una barrera que desde del Acuerdo de París se marcaba como objetivo a no sobrepasar.

Dicho en términos coloquiales: no estamos para bromas, y una juventud preparada fácticamente para ayudar a las emergencias sería un objetivo deseable/necesario.

Soy consciente de que el discurso antimilitar contamina esta propuesta. Me gustaría que no tuviéramos que tener ejércitos, como no tener policía… no abriré aquí esta reflexión utópica pero necesaria.

Está claro que las estructuras militares y sus metodologías están preparadas para la actuación inmediata y, porque no, valiente (al mismo nivel que los bomberos). En un mundo cortoplacista e individualista, ponerse al servicio de la colectividad, dejando el ego aparte, resulta seguramente básico para nuestra supervivencia.

Dejo abierta la mecánica de la implementación de esta propuesta (incluida su posible dimensión europea), con todos los matices, excepcionalidades e incorporaciones de otros servicios sociales posibles: he tenido noticias de algún plan piloto para que los jóvenes puedan ofrecer sus habilidades como acompañantes en el ámbito social y educativo, bienvenido sea.

Desgraciadamente en tiempos de agresión bélica (véase Ucrania), el reclutamiento resulta inevitable (y doloroso). En tiempos de emergencia climática, tal vez sea necesario actuar igualmente. Y es un reclutamiento que tiene dos objetivos: incorporar a los jóvenes (con la convivencia cultural, social y geográfica implícita) a una preparación y capacidad de actuación, así como tener, a posteriori, una sociedad con ciudadanos y ciudadanas expertas durante su vida ante los desastres con los que tendrán que convivir, sí o sí.

Mientras, debemos seguir trabajando, personal y socialmente, para mitigar los efectos de nuestras emisiones de CO2: es muy tarde, pero todavía estamos a tiempo.

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