El ‘guardiolismo’ radical y fanático explota tras once años de rencor y frustración

Su ejército, dominante en las redacciones, ha relegado la Liga de Xavi a un segundo plano tras el 4-0 del City al Real Madrid y destapado un odio latente y descontrolado contra Rosell y Bartomeu

Pep Guardiola

El barcelonismo en general ha podido celebrar dentro de lo cabe el título de Liga del Barça de Xavi, al menos hasta el miércoles pasado cuando la elite de ese barcelonismo, ese puzle inextricable que conforman los radicales laportistas, los fanáticos de ese cruyffismo que todo lo blanquea y la dominante secta guardiolista fue capaz de relegar a un lejano segundo plano toda esa euforia, tan legítima, tras la victoria en el estadio del Espanyol por 2-4.

Impuesto por la creme de la creme de la prensa laportista y por su sector también mayoritario en las redes, actuando como un cóctel dictatorial y de discurso único, el triunfo incuestionable del Manchester City sobre el Real Madrid en las semifinales de la Champions se convirtió de pronto en un hecho mucho más relevante y de trascendencia histórica que la recién conquistada Liga por el Barça tras cuatro años de sequía.

El otro barcelonismo que gobierna en las redacciones, completamente controladas por ese selecto y estricto lobby guardolista, vivió una especie de catarsis sin precedentes, una reacción desbocada y virulenta que, a partes iguales, rebosó envidia por la bonanza futbolística del equipo inglés y de odio visceral, rencoroso y extremo contra quienes siempre han identificado como los ‘enemigos’ de Guardiola, básicamente Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu.

La euforia extralimitada de ese colectivo por el 4-0 del City, muy superior a la controlada calidez reflejada por la Liga del Barça del domingo, dejó insultos y críticas contra ambos de una acidez hasta sorprendente, da la sensación que como resultado de once años de un agrio resentimiento acumulado desde que Josep Guardiola decidió dejar el club unilateralmente.

Por el tono agresivo y sangrante de los mensajes contra Rosell y Bartomeu, también contra algún periodista y medio, el mensaje vertido se concentró acusatoriamente en haber cortado, según su versión e interpretación, la carrera de Guardiola en el banquillo del Barça. Su conclusión, rabiosa y fanatizada, es que el City se está dando ahora un festín de éxitos y de grandeza sin precedentes que le fue arrebatada al Barça por culpa de la directiva de 2012.

Desde luego, verlo desde esta prisma es echarle una buena dosis de imaginación y exhibir unas ganas inexplicables de haber vivido once años con esa cólera interior y frustración contenidas hasta que Guardiola ha vuelto a estar en condiciones de conquistar un Triplete como aquel primero e histórico sumado por el Barça la temporada 2008-09.

Detrás de esa entelequia guardiolista y, al margen de que su marcha fue aprovechada por su lobby mediático, las fuerzas cruyffistas y el entorno laportista para cargar y censurar a Rosell y Bartomeu permanentemente, no ha habido, ni antes ni después, una sola declaración, gesto o señal pública de Guardiola que indujera a pensar que hubiera dejado el banquillo del Camp Nou por discrepancia, malestar o falta de colaboración por parte de la junta de Rosell.

Otra cosa, sin embargo, es que Guardiola nunca haya mostrado en público incomodidad o incomodidad con aquella junta y otra que, como líder y sumo controlador de ese lobby mediático, haya ido alimentando subterráneamente ese infundio y esa gigantesca antipatía que ahora ha explotado con la fuerza de un volcán dormido durante siglos.

No son un ejército numeroso, aunque sí con un poder e influencia tan enormes que en las siguientes cuarenta y ocho horas después de la eliminación del Real Madrid, eso sí festivamente celebrada por el barcelonismo, los medios realizaron una monotemática y generosa elevación de Guardiola a la categoría de mito y mártir por haberse visto obligado a ganar en el City lo que un día no pudo seguir ganando en el Barça tras ser ‘expulsado’ por Rosell y Bartomeu.

Sobre la leyenda y méritos de Guardiola como entrenador no existe la menor duda. En cuanto a esa otra maledicencia, la confabulación mediática la ha sostenido en el tiempo con el agravante de que ese ánimo de ‘venganza’, cruel y sin piedad, con la que ahora actúa el activo lobby guardiolista se ha vuelto tóxico e impresentable. La causa de esa profunda amargura hay que encontrarla en la larguísima, resignada y crispada espera de un título de Champions, al que aspira el City como indudable favorito, y de ese segundo Triplete a su alcance, como si sólo esa conquista pudiera reparar y redimirlo de tanto dolor y sufrimiento.

En realidad, Guardiola fue sincero cuando afirmó en su día, como causa de su agotamiento, que se “había vaciado” y que temía “hacernos daño” cuando el vestuario creció, maduró y se hizo fuerte y mandón a medida que, alrededor de la mítica figura de Leo Messi, sumó títulos y renombre internacional. Guardiola, por decirlo así, empezaba a perder ese pulso de autoridad, popularidad y liderazgo con Leo, por lo que decidió demostrar que era capaz de ganar lo mismo, o más, fuera del Camp Nou y sin Messi. De ahí ese ‘exploit’ de sus inflamados seguidores.

Seguramente lo que no esperaba ese l0bby guardiolista es que su relevo en 2012 precisamente fuera Tito Vilanova, al que retiró la palabra y amistad hasta el extremo de no acudir a su funeral. Tampoco entraba en sus cálculos, ni mucho menos, que el Barça siguiera ganando títulos e incluso repitiera Triplete con Luis Enrique en el banquillo y con Neymar y Suárez acompañando a Messi, un éxito que hizo a Bartomeu presidente en las elecciones de 2015 contra un Laporta que lo había planeado todo para recuperar su trono a costa de una debacle futbolística. A ese entorno cruyffista, laportista y guardiolista, herido en su orgullo y sediento de venganza, hay que atribuir esa inestabilidad crónica en el ambiente y campañas lacerantes como llevar a la Audiencia Nacional el caso Neymar una, dos y las veces que hiciera falta.

Aun así, tras el relevo presidencial de 2010 y a pesar del Triplete de 2014-15, de que Bartomeu acaparara en el mismo tiempo más títulos que Laporta y que entre Rosell y Bartomeu recuperaran el club económicamente de la ruina heredada de Laporta, el discurso guardiolista sigue siendo, como ha escrito Xavier Sala Martin en un tuit siempre inoportuno, ignorante de la realidad y sobre todo de los números que deberían ser su especialidad, destructivo y obsesivo: “¡No olvido! 1.000 millones es lo que gastó el Barça de Sandro y Bartu y eso no evitó la destrucción del mejor equipo de la historia. Quienes queréis restar importancia a lo que ha conseguido Pep hablando de lo que ha gastado, mirad lo que han gastado los demás y pensad un poco”.

Una reflexión rápida invita a replicar que gastar 100 millones en fichajes anuales como han hecho Rosell y Bartomeu, según las cuentas de quien fue tesorero del Barça y antes guardián de la gestión de Laporta perdiendo 47 millones con el mejor equipo de la historia, es una cifra más que razonable y digerible. Laporta, por ejemplo, ya lleva gastados más de 300 millones en dos temporadas, lo que no ha evitado el ridículo en Europa por duplicado. En cuanto a la destrucción del mejor Barça de la historia, quien echó a Messi no ha sido otro que Laporta, y con él 300 millones de ingresos. Por último, en cuanto a balances es bien cierto que el Real Madrid, con apenas un tercio de lo que se ha gastado el City en fichajes en los mismos años que Guardiola lleva en el City, ha ganado cuatro Champions por ninguna el equipo de Manchester. La compulsión del guardiolismo, que no de Guardiola, por seguir atacando el pasado es verdad que no deja ver el presente y que en el fútbol, más que en ningún otro ámbito, las comparaciones tan poco eruditas como la del profesor Sala Martin solo le dejan más en ridículo como académico y experto en economía.

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