Nueva comarca, viejas fronteras

El Parlamento de Cataluña ha aprobado el nacimiento de una nueva comarca, la número 43: el Lluçanès. Quiero felicitar efusivamente desde aquí a todos aquellos que, durante años, han trabajado para conseguir este objetivo, que será plenamente operativo en 2027, con la constitución del correspondiente consejo comarcal por parte de los municipios que forman parte (de momento, nueve).

El mapa que conocemos de Cataluña tendrá que cambiar para incluir al Lluçanès. De hecho, las dinámicas en las cuales estamos inmersos nos empujan a implementar nuevas formas de organización territorial, a pesar de que las inercias del pasado actúan de freno y el marco legal dificulta, muy a menudo, el dibujo y la definición de escenarios geopolíticos diferentes a los que hemos heredado, pero que son absolutamente necesarios para poder funcionar de manera más ágil y operativa.

Hablar de “fronteras” en Cataluña nos retrotrae, inevitablemente, al proceso independentista iniciado en 2012 por el ex-presidente Artur Mas y acabado en 2017 por el ex-presidente Carles Puigdemont-, que nos ha llevado a la derrota, a la represión y al ridículo. Aquello fue un grave error histórico del cual toda la sociedad catalana, pensemos como pensemos, hemos sufrido las nefastas consecuencias.

Crear nuevas fronteras en el Pirineo, en la Noguera Ribagorzana y en el Ebro, como pretendían los independentistas, es un anacronismo impracticable y contraproducente. Así lo entendieron la Unión Europea y la OTAN, que cortaron de raíz este disparate. Además, para acabar de liarla, se ha constatado que algunos emisarios del movimiento secesionista habían “tonteado” con el Kremlin para buscar su apoyo.

Pero en Cataluña tenemos otras “fronteras” que sí que hay que redefinir y revisar. Tenemos la realidad geoeconómica y urbana del área metropolitana de Barcelona, que engloba a 36 municipios, con una población conjunta de 3,2 millones, de los cuales solo la mitad viven en la capital. Fortalecer y dar plenas competencias a la institución que representa, planifica y coordina Barcelona y su “hinterland”, es una decisión de una importancia estratégica vital.

Aunque esto choque con la división comarcal que nos legó Jordi Pujol, la consolidación de la institución del Área Metropolitana de Barcelona (AMB) es esencial para el futuro de Cataluña. Tarde o temprano tendremos que escoger y tener un alcalde/sa metropolitano/a que gobierne esta entidad supramunicipal.

Este es el “secreto” del éxito fulgurante de Madrid en los últimos años. Su comunidad autónoma, que preside Isabel Díaz Ayuso, es, en realidad, una metrópoli que engloba a una red de municipios, con una población conjunta que bordea los 7 millones de habitantes.

Cataluña, para prosperar, necesita una AMB fuerte y con capacidad de decisión. Es un disparate que bloquea el crecimiento de nuestras potencialidades que, por ejemplo, un ciudadano de Sant Boi de Llobregat dependa actualmente de cinco niveles de administración: el Ayuntamiento, el consejo comarcal del Baix Llobregat, la AMB, la Diputación de Barcelona y la Generalitat.

En este sentido, hay que abordar de una vez la supresión de las cuatro provincias, diseñadas en 1833 desde Madrid, y que no tienen ningún tipo de lógica territorial, más allá de que las diputaciones sean unas instituciones con muchos recursos económicos y que los partidos las utilizan como “abrevadero” de sus acólitos. ¿Qué tienen que ver Puigcerdà con Blanes? Nada, salvo que ambas ciudades forman parte de la provincia de Girona. Pues esto…

La Generalitat tiene que hacer valer sus poderes y su capacidad de presión ante el Gobierno central para conseguir institucionalizar la organización interna regional, con la creación de las veguerías de la Cataluña Central, las Tierras del Ebro y el Pirineo. La desaparición de las diputaciones crearía unas nuevas dinámicas mucho más adecuadas con la realidad y las necesidades de Cataluña.

La Eurorregión Pirineos-Mediterráneo -que reúne, de momento, a Cataluña, Occitania y las islas Baleares- y la Alianza Ibérica que han forjado España y Portugal son dos vectores que se van abriendo paso y que también rompen las viejas fronteras. No es hablar por hablar: ya hay acuerdos políticos al máximo nivel y textos jurídicos que avalan la viabilidad de estos proyectos.

Cataluña necesita ensanchar sus horizontes y conseguir nuevos “socios” con los cuales trabajar conjuntamente para crecer. Es evidente que el proceso independentista rompió los puentes de buena vecindad con los territorios que nos rodean y hay que rehacer con urgencia la confianza mutua.

Toulouse, Montpellier, Perpiñán, Zaragoza, València y Ciutat de Mallorca tienen que entrar en nuestro “mapa mental” a la hora de desarrollar todo tipo de proyectos. La proximidad, la historia y la cultura nos ayudan a hacerlo factible y, además, disponemos de la estructura de la Eurorregión Pirineos-Mediterráneo –reconocida por la Unión Europea- como plataforma de lanzamiento.

En este sentido, el “sueño visionario” de Pasqual Maragall tiene más vigencia que nunca y es de esperar que el presidente Pere Aragonès, una vez pasadas las turbulencias electorales, se comprometa a explorar y a desarrollar esta vía a fondo. Urgencias como la sequía, que tiene parte de la solución en el modelo de gestión de la Confederación Hidrográfica del Ebro, la entrada en funcionamiento del Eje Mediterráneo o el potente despliegue de las energías renovables en Aragón hacen inaplazable una política exterior de la Generalitat que priorice las relaciones con los territorios vecinos.

Este pasado 11 de mayo ha entrado en vigor el nuevo Tratado de Amistad entre España y Portugal. Se trata de un texto muy potente y de dimensión histórica que fortalece, como nunca, la colaboración entre los dos Estados. Desde la entrada de ambos países en la Unión Europea, en 1986, la frontera de La Raya ha desaparecido y ahora es cuestión de hacer evidente esta nueva realidad con la concreción de la Alianza Ibérica que convierta a la península en el “hub” intercontinental que es.

Lisboa-Madrid-Barcelona dibujan la nueva diagonal ibérica que une el Atlántico con el Mediterráneo. El Tratado de Amistad es el instrumento que nos permite imaginar un futuro de prosperidad que garantice el crecimiento y el bienestar de las nuevas generaciones que suben y que no se vean obligadas a emigrar a otros países para progresar profesionalmente, como desgraciadamente pasa ahora.

      

      

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