Laporta se queda cada vez más solo en sus planes imperialistas

Mateu Alemany también se da a la fuga, consciente de la imposibilidad de seguir gastando y fichando sin límite frente las obligaciones con LaLiga de reducir masa salarial

Mateu Alemany

Foto: FC Barcelona

La maquinaria de esa empresa más endogámica que familiar del laportismo se va quedando en los huesos, ensamblada únicamente por las piezas más débiles y dependientes del vínculo con la presidencia. La fuga a la carrera de Mateu Alemany, precisamente en el momento de mover el material más pesado y delicado, confirma las peores expectativas de futuro en el ámbito deportivo y, al mismo tiempo, la degradación interna de una estructura de club cada vez más cerca del colapso.

Mateu Alemany, hombre clave en la negociación, búsqueda y cierre de las operaciones de jugadores, tanto de entrada como de salida, no había conocido en toda su carrera un modelo de gobierno como el de Joan Laporta, tirano y autoritario. Nada que cualquier profesional con experiencia no pudiera lidiar, soportar y afrontar si, con el paso de los días, no se hubieran añadido factores de desequilibrio y de injerencias ajenos por completo a los intereses del club y demasiado próximos al capricho y veleidad de un presidente desbordado por sus excesos y necesidades.

El director de fútbol que ahora se marcha antes de que todo explote, junto con Ferran Reverter como CEO y el director técnico Jordi Cruyff, integraban la tríada de ejecutivos de más alto rango con la que Laporta pretendía dirigir el Barça tras el éxito de su asalto electoral de hace dos años.

Sobre cada uno de ellos han ido recayendo diferentes responsabilidades, en todos los casos con la obligación de salir a dar la cara y defender ante la opinión pública situaciones, decisiones y escenarios en los que su propio criterio y autoridad han sido sistemáticamente pisoteados por las arbitrariedades y desmanes del presidente.

En un plano parecido de la gobernanza, el primero en saltar del barco fue el candidato propuesto y votado por los socios para el puesto de vicepresidente económico, Jaume Giró, cuando descubrió las verdaderas intenciones y la personalidad de Joan Laporta. Al día siguiente de ganar las elecciones y certificar que el candidato ganador no tenía los avales, ni plan para el primer equipo, ni la menor intención de recuperar a Messi -y, mucho menos, de tolerar que tanto Giró como el equipo económico adoptaran las medidas más sensatas y eficientes de control del gasto y gestión razonada e inteligente de los recursos del club-, se inventó una oferta de trabajo en Londres para romper ese vínculo con un entorno tan tóxico.

Al CEO Ferran Reverter, personaje de ego supermayúsculo, le costó más tiempo admitir la realidad, embaucado por un presidente que, por un lado, le daba cuerda y, por detrás, se dedicaba a montar una estructura de gestión paralela, con sus amiguetes y su banda del Reus. Si no se hubiera marchado por su propia voluntad, Laporta no habría dudado en echarlo sin contemplaciones, pues cada uno pretendía mandar en la dirección opuesta. Cuando Laporta decidió tirar la casa por la ventana a base de palancas, necesarias sobre todo para pagar por encima del precio del mercado traspasos, salarios y comisiones, Reverter también filtró, como pretexto, una repentina oportunidad de rehacer su carrera de ejecutivo de alta dirección al margen del FC Barcelona. Un embuste para encubrir su determinación de no aparecer como cómplice de las cosas que, sospechaba, su presidente tramaba y orquestaba a sus espaldas.

A Mateu Alemany, que ha podido vivir en primera fila el recorrido insoportablemente autodestructivo de Laporta para consigo mismo y con el Barça, le ha parecido oportuno retirarse antes de ponerse al frente de esa misión imposible que tiene que ver con vender a esos mismos jugadores que han fracasado en la Europe League a precio de Champions para fichar sustitutos a la altura de la competición, también a un precio desorbitado.

Sabe de sobras que, llegada la hora de la verdad, cuando Laporta no sea capaz de cumplir con las directrices de LaLiga -o sea, cuadrar las cuentas de Barça proporcionalmente a sus recursos-, la guerra será cruenta y con heridos de gravedad. El presidente está dispuesto a firmar contratos y operaciones que, como ya ha ocurrido anteriormente, no podrá pagar o inscribir, señalando a la LaLiga de Javier Tebas como culpable de un desequilibrio presupuestario del cual sólo es responsable Laporta y sus desatadas decisiones.

La batalla será campal, terrible y posiblemente traumática si, como todo parece indicar, el club lo que necesita es vender activos del vestuario y rebajar masa salarial si quiere seguir jugando en la Liga la temporada que viene. El adiós de Alemany significa que el futuro pende de un hilo y que sobre todo el intento de recuperar a Messi al precio que sea, tal y como están lo cosas, posiblemente sea tan mala idea como que se le escape de las manos con el desprestigio y el ridículo que supondría tenerlo a tiro y no poder inscribirlo por falta de previsión y de personalidad a la hora de equilibrar el presupuesto.

Alemany, en definitiva, ve venir el choque de trenes irremediable entre una institución endeudada hasta las cejas, sin ningún margen de maniobra, y una política aún más expansionista y derrochadora de Laporta, imposible de conciliar con las reglas del juego de LaLiga en materia de salarios.

Porque, de nuevo, la dificultad no radica en amarrar a un jugador u otro, o alcanzar un acuerdo con Messi. El drama al que Laporta ha arrastrado al club dibuja un escenario en el que no se recuperan los ingresos y los gastos se mantienen altos o en aumento.

Laporta se va quedando sin colaboradores de prestigio también en la dirección de fútbol en medio de rumores que apuntan la posibilidad de que las relaciones con Jordi Cruyff no están pasando por su mejor momento. No se sabe si eso es peor que las apuesta favor de que Deco, el agente que comisionó en el traspaso de Raphinha, sea el sustituto de Mateu Alemany.

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