La democracia ha muerto

La Revolución 4.0 ha transformado los medios de comunicación dando lugar a una sobre información sin veracidad, que concatena en una confusión original. Las noticias falsas vuelan a la velocidad de la luz eclipsando a la verdad que late a oscuras en un rincón marginado, lo cual desemboca en una mayor desigualdad planetaria, en tanto en cuanto el conjunto de la población, que no tiene acceso a la tecnología, queda totalmente al margen de la realidad global. La polis ha perdido su valor, la sociedad se relaciona en la red. El oficio del periodista se ha visto afectado negativamente, la personalidad de los informantes es en ocasiones nula, porque un humano no puede aspirar a llevar la velocidad de la fibra óptica. Las noticias son actualizadas en streaming, la verdad está en el aire, y los algoritmos la predicen, para después proyectarla sobre nuestros monitores. Bienvenidos a la era del futuro.

El debate público ha sufrido una gran transformación. Hemos pasado de la cultura del bar, a la cultura de la pantalla, mucho más global, pero con el peligro de no ser filtrada por moderadores que nos expliquen y razonen lo que está pasando. La opinión pública es ahora un coctel molotov con vendas en los ojos, que no lee, solo asume lo divulgado como real, sin cuestionar las ideologías. La democracia ha muerto. El estudio de este hecho se tiene que hacer de forma ontológica, analizar sociológicamente las reformas necesarias para adaptarnos como sociedad a la revolución digital.  La posverdad es protagonista porque se juega con la emoción del sujeto para suscitar en él sensaciones dispares, negación, positividad, entusiasmo, aversión, etc.

En las elecciones norteamericanas del 2016 pudimos observar cómo el dinero es quien llega al poder, de mano de su portador, es decir, Donald Trump utilizó una publicidad invasiva produciendo mantras, que quedaban integrados en la psique del espectador. Los encargados de la campaña recogieron las vulnerabilidades de las poblaciones más marginales, y aprovecharon la circunstancia para emitir anuncios en masa a modo de catalizador de votantes. Los estadounidenses latinos se acostaban con la falsa presunción, de que el candidato Trump les iba a reconocer sus derechos.

El algoritmo decide que mostrar en tu pantalla electrónica, y se anticipa a tus necesidades, está prescrito. Si en voz alta expresamos la necesidad de ir, por ejemplo, a un gimnasio, inmediatamente en tu canal de YouTube, o en cualquier plataforma electrónica que sea de uso habitual para ti, aparecen anuncios de gimnasios, para que no escapes a la oportunidad que te ofrece la pantalla de ser feliz, y cubierto de toda necesidad. La política ha pasado a un segundo plano en cuanto al interés de los ciudadanos se refiere, su discurso se ha convertido en ruido de fondo, o como escribió Schmitt en su obra Sobre el parlamentarsimo: es la sombra del poder económico. Los grandes economistas, dueños de las más populares plataformas digitales –Facebook, Twitter, etc.- ya dominan el mundo y predeterminan el rumbo que llevará nuestra vida, fabricando toda clase de artilugios para la tranquilidad mental, y corporal, lo cual supone una distorsión total de la realidad, ya que los cerebros duermen sedados con el materialismo implícito de la pantalla.

Propagar la mentira, característica de los estadistas como estrategia para desbancar al contrario, y ganar la confianza de los votantes potenciales, es ahora más fácil que nunca. La democracia no tiene como función preservar la verdad sino la de incluir a todos los ciudadanos en las decisiones de la sociedad, pero los algoritmos recogen datos masificados que hablan de un conjunto de la población que es llevada por una red, y no expresan sus necesidades sino las que crean los encargados de difundir en redes la información política para generar debate, y así hacer los cambios necesarios en los partidos políticos. Como tal, la libertad de expresión, que es base de la democracia en sus inicios, queda anulada y regurgitada por elementos mecánicos. Los ciudadanos no necesitan verificar la noticia, la conformidad está implícita. Nadie se cuestiona el estado de las cosas, el pensamiento crítico es un lugar reservado para el idiot savant de Byung-Chul Han (Psicopolítica).

La democracia ha muerto.

La Unión Europea tiene varios frentes abiertos, pero su auténtico reto es existencial, en el sentido de que al ser una organización pública se debe a la veracidad de los acontecimientos, junto a los otros agentes políticos que juegan en el mismo terreno. Las crisis migratorias a causa no solo de los conflictos armados alrededor del mundo, sino las climáticas, que son un problema mayor. Todos estos factores que mueven la maquinaria de la UE son la base de su desarrollo. La desinformación, la nulidad de la política por medio de los gigantes digitales supone una posible desintegración de la comunidad. La inteligencia artificial ha generado nuevos sistemas de poder.

Ha nacido el hombre artificial de Hobbes, el absolutismo algorítmico.

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2 comentarios en «La democracia ha muerto»

  1. Es posible que la democracia haya muerto, todavía no lo tengo claro, pero mi pregunta sería y qué podemos hacer para mejorarla. De momento voy a barrer mi puerta para que esté más limpia, y eso algo mejorará.

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    • El título es metafórico, en el sentido de lo que puede llegar a pasar, intentando recordar al filósofo alemán. Para mejorarla lo primero que tenemos que hacer es dar voz a la realidad, pero a la tangible, no a la virtual, porque lo que está en la red es solo la paja, nunca la esencia. Buscar momentos de nuestra historia evolutiva en los que las crisis hayan atacado a los sistemas establecidos, quizás la evolución de la misma sea primero adaptarnos a las circunstancias, analizar la situación, y buscar las mejoras en los sectores más vulnerables, porque si dotamos de lo primordial,-y aquí hablo de unos conocimientos básicos a todos, y cada uno de los ciudadanos-, podremos avanzar. Lo primero que hay que hacer en consecuencia es dotar de las herramientas necesarias a todo el conjunto de la población para acceder a una vida digna, es decir, no solo incluir, sino integrar los nuevos fenómenos acontecidos a la realidad. Nuevos grupos culturales, nuevas formas de hacer política, nuevas libertades conseguidas, etc.

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