La(s) lengua(s) de todos

“Tarde o temprano surgirá un nuevo lenguaje de persuasión razonable” Mark Thompson

Quiero empezar reivindicando la palabra. Mientras nos quede la palabra hay esperanza, decía George Steiner. Pues bien, es el momento de hablar, de debatir sobre las lenguas, el catalán y el castellano, sin miedos ni coacciones, con normalidad, un tema que hasta hace poco era tabú. Pero eso sí, hagámoslo, si es posible, sin absolutismos, sin verdades incuestionables, abiertos a otras ideas que puedan mejorar el presente. Y hagámoslo, si es posible, no desde la descalificación ni el adjetivo grueso, sino con argumentos, con ideas, y si es con una sonrisa, mejor. Estamos ante un tema donde sabemos que nos jugamos la convivencia.

Este preámbulo viene a cuento del último rifirrafe sobre la lengua catalana  a costa de un video en el que una joven enfermera interina explica en tono risueño y bromista sus inquietudes ante las oposiciones en las que le piden, “el puto C-1 en catalán”, dicho tal cual. El caso es que sus palabras se han hecho virales y se ha liado la de San Quintín como ustedes comprenderán.  Mi primera sensación es que estamos de nuevo ante un hecho donde no todos hablamos la misma lengua. Lo que para unos ha sido unas reacciones desmesuradas más propias de una caza de brujas, para otros ha sido un desprecio a la lengua catalana que merece todos los exabruptos posibles, incluido el de la expulsión del país. Sin lugar a dudas, falta todavía mucha pedagogía sobre la pluralidad lingüística a pesar de los grandes avances que se han dado en las instituciones.

Uno se pregunta, cómo es posible que para unos este hecho ha sido una solemne tontería, haya podido herir tanto a otros. Esto no se entiende fácilmente y hay que escarbar en las profundidades si queremos comprender lo que está pasando. Desde luego, los datos son claros. Llevamos años, décadas, con un bombardeo incesante de mensajes donde se predica que hay una persecución contra la lengua catalana, al mismo tiempo, que se intensifica la idea de que el catalán casi vive los últimos años de su vida.  Lo más curioso  del caso es que esto se dice en el país europeo que mejor defiende su patrimonio lingüístico con una Constitución detrás que lo ampara y el único país europeo que mantiene a niveles más que razonables su diversidad lingüística, algo que no se puede decir de otros países.

Pero la realidad se impone, el conflicto lingüístico no está resuelto ni consensuado en la mayor parte de la población catalana que en este sentido se muestra dividida y confrontada. Y no es algo que sea de poco tiempo atrás, sino que se arrastra desde la Transición. Basta recordar en el año 1981 aquel Manifiesto por la igualdad de derechos lingüísticos, más conocido como Manifiesto de los 2.300, firmado por intelectuales y profesionales que vivían y trabajaban en Cataluña y que tuvo reacciones violentas. Igualmente se puede decir de las numerosas críticas a la inmersión lingüística que para muchos oculta una estrategia de hegemonía política.

El problema de fondo es que se ha incubado en la sociedad catalana un relato, un discurso político sobre la lengua y otros temas, generadores de odios ancestrales. Llegados a esta situación, lo primero que se me ocurre es que tendríamos que ponernos en la piel de muchísimos catalanes de a pie, ante ese bombardeo incesante sobre los peligros que corre su lengua para comprender sus miedos e inquietudes. Desde luego si logramos salir de este bucle y podemos hablar de forma civilizada de él habremos dado un paso de gigantes.

Una catarsis no nos vendría mal y poder sacar la rabia acumulada por unos y otros. Me viene a la memoria el libro Sumar y no restar de la catedrática Mercè Vilarrubias, uno de los textos más conciliadores e inteligentes que se han escrito sobre este tema. El amor a las lenguas, a nuestras lenguas, a todas. Otro referente cercano sería el de la Comunidad de Valencia que ha conseguido consensos sociales que son la envidia para muchos. Podrían ser nuestros grandes constructores de puentes, tan necesitados como estamos. Igualmente, el que escribe se ha puesto como primer compromiso con una tierra y unas gentes a las cuales se siente vinculado por afectos y cultura el de aprender catalán, sin imposiciones ni multas. Este podría ser el camino que nos llevará a una convivencia plena y en paz.

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