«El fútbol no puede ser un programa de televisión, tiene que ser un acto social»

Entrevista a Alejandro Requeijo

Alejandro Requeijo

Periodista en El Confidencial, y colaborador en distintos medios. Dedicado durante dos décadas a la información de Interior y Tribunales. Hincha y visitante habitual de estadios, desde que tiene uso de razón. Publica Invasión de campo (Ediciones B)

¿Quién y por qué invade… qué campo?

El título, en realidad, es una metáfora, por partida doble. Si entendemos el campo como el epicentro de eso que nos apasiona, el estadio, decir “Invasión de campo” es una manera de denunciar que nos lo han invadido personas absolutamente ajenas a los intereses del hincha. Gente que está transformando la idiosincrasia y los valores tradicionales de un deporte que debe ser de masas, de expresión popular en los estadios, como lugares de empoderamiento de la clase trabajadora, que los están convirtiendo en un objeto de lujo. El libro pretende también ser un llamamiento metafórico a los dueños de este deporte, que somos los aficionados, invadamos el campo, que es la tierra que legítimamente nos pertenece.

¿Cómo era esto del fútbol no hace aún tanto tiempo, en los años 60, por ejemplo?

Los 60 son una buena referencia para comparar con lo que tenemos ahora. Hasta incluso los años 90, el fútbol era una liturgia social, familiar…, que tenía la visita al estadio como elemento fundamental.… Una presencialidad que conformaba un elemento de comunidad. Esta es para mí la principal diferencia y la mayor pérdida con los tiempos actuales, en los que quienes se encargan de gestionar el negocio del fútbol están directamente expulsando a los aficionados de los estadios. Les están ocultando la posibilidad de conocer un fenómeno como el fútbol, con todos sus códigos. Antes, el estadio era como una segunda casa al que se acudía los fines de semana, de la mano de una madre, de un padre, abuelo, abuela, un vecino… (los barrios son importantes), y cuando estabas en la grada compartías un montón de cosas, que se transmitían casi de manera generacional, verbalmente. Se explicaba porque el estadio se llama así, porque a ese futbolista se le aplaude, porque el equipo lleva esos colores, porque el estadio está dedicado a alguien… Conceptos que difícilmente se adquieren a través de la televisión. El futbol no puede ser un programa de televisión, tiene que ser un acto social.

¿Cómo se organizaba entonces el fútbol, quién creaba los clubs, con qué apoyos institucionales contaban?

En el libro cuento un poco el espíritu de los “padres fundadores”, de cómo colectivos de vecinos, de ciudadanos, de gremios, personas que tenían vínculos compartidos, por un origen territorial, trabajos comunes, relaciones de proximidad…, creaban clubs deportivos, no solamente futbolísticos, con interés de afianzar sus vínculos sociales. Además, se producía una multi-militancia, en la que uno, además de, por ejemplo, ser el delantero centro de su equipo, entre semana confeccionaba las camisetas con las que iban a jugar; un arquitecto que ideaba la tribuna que, en ocasiones, la construía la gente con sus propias manos. En todo esto, a veces contaban con participación o ayudas de los poderes públicos. Pero, en origen, los socios eran los dueños de los destinos de sus clubs. A partir de 1990, el Gobierno puso el trampolín para que privados, con intereses privados, arrebatasen a sus legítimos dueños la inmensa mayoría de los clubs profesionales, a excepción del Real Madrid, el Barcelona, el Osasuna y el Atlhletic de Bilbao que en ese momento eran los que no presentaban deudas. Ahora, este mismo año, se ha hecho una nueva ley del deporte en la que, por primera vez, se reconoce, treinta años después, que la ley de 1990, fue un error.

¿Cómo, y de qué modo se produce el asalto del mercado, del dinero, a los clubs?

En España, tiene lugar a principios de la década de los 90, con aquella ley del deporte que abrió las puertas a las fortunas privadas. Hay una imagen de cuando se terminó el plazo para que privados depositasen el dinero de los clubs que tenían deudas. En la sede de la Liga había una cuenta atrás, en la que se vio a gente como Ruiz Mateos, Jesús Gil, Ruiz de Lopera… celebrando la entrega del dinero a tiempo: habría que contar como lo recaudaron, lo depositaron, lo retiraron…. Una imagen, que vista en perspectiva, parece algo así como una reunión de villanos de Batman.

¿La televisión tiene mucho que ver con la mercantilización del fútbol?

Absolutamente. La televisión tiene cosas positivas y muy negativas. Obviamente, con ella logras llegar a mucha más gente, conviertes el fútbol en un deporte absolutamente de masas, que está muy bien. El problema se plantea cuando el aficionado de sofá tiene preferencias respecto al de estadio En el libro hago una fuerte reivindicación de éste, casi de clase preferente, porque es el que tiene una vinculación, una adhesión a los colores, más allá de modas, de estados físicos de los jugadores, de las victorias… Es una garantía de supervivencia, porque está ahí siempre, de generación en generación. No se acerca al estadio en calidad de cliente, sino de hincha y eso es para toda la vida. Entre las cosas negativas de la tele, resalta que a través de ella es imposible entender la liturgia que rodea el fútbol. Además, la afición de un aficionado de estadio es libre, no está sujeta al criterio de un realizador. La televisión condiciona incluso la arquitectura de los estadios, con más dificultades para el hincha de estadio.

Se habla del negocio del fútbol, pero, en realidad, ¿Más bien parece un multi-negocio, con variables crematísticas formidables, y hasta sorprendentes?

Se dice en el libro que las entradas son un auténtico saqueo. Resulta una infamia el escaso porcentaje que se destina a las aficiones para asistir a una final, en un estadio. Y resulta que luego hay parte de los estadios semivacíos porque las entradas se las han dado a patrocinadores, empresarios, enchufes… Todo ello, sin entrar en los precios cada vez más elevados. Se está produciendo algo parecido a lo que ocurre con los grandes conciertos de rock and roll. Era la música del pueblo y se ha convertido en algo para pijos. También ocurre que cada vez hay más intermediarios entre el aficionado y los futbolistas: representantes, comisionistas, asesores de imagen… Gente que va inflando la burbuja en que se ha convertido el fútbol. Resulta inaceptable que los chavales se sepan antes el nombre de Barnett que el del lateral derecha que juega contra ellos el fin de semana. Y está el negocio de la mal llamada diplomacia deportiva, que no es más que una coartada de blanqueamiento de dictaduras.

¿Este escenario es propio de España, europeo, mundial…?

Hay cuestiones transversales, pero la mayoría de los que hablo en el libro son propias de España. Europa vive en la actualidad uno de los mejores momentos históricos de grada. Fuera de España se encuentran estadios coloridos, con atmósfera, llenos, aficiones identificadas con sus equipos… Estadios ruidosos, seguros, con personalidad propia, plurales. Empieza a haber gradas de pie, porque lo ha permitido la UEFA. Todo ello como consecuencia de haberse fomentado relatos que en España no se dan. Aquí predomina un enfoque muy empresarial, en que cada año hay que superarse.

¿Qué decir de las filias, fobias, matrimonios de interés… entre fútbol y política?

Creo que todo lo que rodea el fútbol va más allá de un mero espectáculo, de un deporte. Los clubs de fútbol tienen que estar muy arraigados a la sensibilidad de su hinchada. Otra cosa es que haya voces que pretenden distorsionar la opinión plural de una grada, en función de un interés particular. Las gradas son termómetros sociales, políticos. Lugares en los que se respete la libertad de opinión. Existe la tentación de embridar la libre expresión de los estadios, con el único interés de poderlo vender mejor el producto en el exterior. El futbol moderno tiende a buscar un escenario norcoreanizado.

Siguiendo con el tema de las hinchadas, ¿Qué opinión merece la de la inglesa, que acabó enterrando la Superliga?

Aquí nos cuesta a veces entender que para un británico sea más importante ganar la Copa de Europa que ganar la Liga inglesa. El fútbol inglés es un modelo, un ejemplo, un espejo en el que mirarnos a la hora de reivindicar un fútbol que es económicamente rentable y extremadamente cuidadoso con las tradiciones. Además, las instituciones, los cargos públicos, los políticos contribuyen a que eso se proteja. La Federación inglesa es la que más dinero gana del mundo. Y muy poca gente sabe que el Parlamento se discuten propuestas como la orientada a proteger a los aficionados de la gestión de los dirigentes de los clubs.

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