«Para el nacionalismo, Barcelona es una golosina»»

Entrevista a Carlos García-Mateo

Carlos García-Mateo

Barcelonés nómada. Escritor, observador de la vida cotidiana y cronista. Ha colaborado en distintos medios de comunicación. Ahora, publica “Barcelonerías” (Ediciones Monóculo).

 

¿Qué son éstas “Barcelonerías”, que ahora ven la luz?

Es una recopilación de crónicas sobre Barcelona, digamos como consecuencia de una afición mía por el género de la crónica española, que es mutante y larga. Empezó con la escritura de un dietario absolutamente personal. Pensé que con estas vivencias mías, humildes, de entorno social, anécdotas…, sobre nuestras vivencias, que van de 2018 a 2020, podía hacer de cronista. Hay de ello referentes, como Joaquín María de Nadal, autor original de un libro, que se llamó, asimismo, “Barcelonerías”. También he leído mucho a Sempronio, que fue otro cronista de Barcelona. Ahora, la ciudad no tiene cronista oficial, lo cual puede ser una anomalía. Pero, de alguna manera, al final, la crónica siempre es un dietario de cosas muy personales. Todo ello en la idea de aportarle al lector una especie de marco histórico, social, político también, porque yo escribo con cierto tono político, de la situación que vive un barcelonés como yo, normal y corriente. 

Hablas de “decadencia” en Barcelona, lo cual conlleva que algún tiempo pasado fue mejor respecto al presente ¿Qué tiempo es ese?

El hito de Barcelona es 1992. Cuando algo tiene éxito no solo es difícil repetirlo, sino mantenerlo. Es una dinámica de las sociedades. Después se empezaron a hacer, muchos intentos, como el Foro de las Culturas de Joan Clos, pero eran signos de que tras aquel triunfo mundialmente famoso de las Olimpiadas, las cosas iban para abajo. Luego se ensayan tripartitos políticos que son un poco estrafalarios, pasando, claro está, por el “Procés”, cuyo intento es hacerse con Barcelona, que había sido una ciudad bastante libre, incluso durante el franquismo, desordenada… Y, al final, siempre el caramelo del nacionalismo catalán.

¿Desde mucho antes de las Olimpíadas no había en Barcelona un cierto «cofoismo», por utilizar un término de Jordi Ibáñez Fanés; un, digamos, complejo de superioridad?

Yo eso no lo viví. Siempre había estado la cosa de ser independentista o sentirse español. Los “indepes”, que eran minoría, promovieron lo de ¿tú que eres: más catalán o más español? Mucha gente lo repetía, y yo siempre respondía “soy barcelonés”. Esto se puede interpretar como arrogancia, pero yo entendía que había las suficientes cosas en Barcelona como para sentir orgullo de ser barcelonés. Algo bastante alejado de la arrogancia. Evidentemente, la competencia histórica entre Madrid y Barcelona tiene más de cien años. Ahí podía haber un tono arrogante, pero yo lo veía como una cosa natural. El 92 quizás le dio a eso un empuje, pero yo nunca he identificado esa actitud con un, digamos, nacionalismo barcelonés. Todo esto era hasta simpático. No tenía ninguna cara de superioridad. De hecho, mucha gente de Barcelona había venido de Extremadura, Andalucía… 

¿No ha vivido Barcelona un poco de las rentas; de un pasado idealizado…?

Pienso que no. Estamos en una fase posterior, que es la de la depresión, cuando te has dado cuenta de que la cosa se ha frito. El prestigio de Barcelona, su imagen, las cosas nuevas… Era, dentro de España, un espejo a estudiar. No sé… Salón de Cómic, empresas punteras, la modernidad, tiendas, bares vanguardistas…

El dinero y Barcelona ¿Amor, odio, interés común, desinterés? ¿Dónde y de que modo está el dinero hoy en la ciudad?

Una de las cosas que pongo de relieve en alguna de las crónicas del libro es que la burguesía barcelonesa sigue teniendo el dinero, el patrimonio. Lo han cuidado muy bien, aunque, a raíz del “Procés”, haya tenido ciertos accidentes. El dinero está, pero la burguesía barcelonesa, que fue la que había dinamizado mucho la ciudad en el 92, en un momento dado, con “Procés”, tiene esa reacción, también muy burguesa, del miedo, la cobardía… y de defender su patrimonio. Sobre todo, critico la dejación, su papel, su función como clase dirigente. Sus cosas interesantes son muchas; culturales, empresariales… Sigue existiendo una burguesía, pero es, en cierto modo, lo que podríamos denominar “burguesía afrancesada”, más bien cobarde.

¿Qué decir del otro dinero, el inducido por el “pesebre”?

Mucho antes del 92, con Pujol, ya se habían puesto las bases para desarrollar una nueva Administración, dotarla de dinero; un ejército de funcionarios y con ello un control a través de las subvenciones… Paradigmático de esto es “Programa 2000”, de Pujol, que vio la luz en 1990, y el editorial conjunto de los periódicos de Cataluña contra el Tribunal Constitucional, publicada en 2009, a propósito de la identidad catalana. Cosas que te indican que se está minando una ciudad dinámica como Barcelona. Al final, se ha convertido todo en una cosa aburridísima, sin ambiente intelectual, donde funcionarios dicen que hay que hacer y que no, etc. etc.

En este contexto, no parece arriesgado calificar el “Procés” como un auténtico torpedo en la línea de flotación de Barcelona…

El pasado del “Procés” se puede leer en el “Proyecto 2000”, de Pujol: hay que crear un mini-Estado, negociar con Madrid, “catalanizar” Cataluña. Para el nacionalismo, Barcelona es una perita en dulce. Nunca la ha conseguido, le tiene medio manía. Hasta que esas élites, que se llamaban Convergencia y tenían todo muy controlado, inician una especie de proceso de locura, sin calcular las consecuencias que, como han puesto de manifiesto los hechos, han sido negativas no solo para ellos, sinos para todo el mundo, para mí también. A partir de ahí se rompe todo. Y hasta aquí hemos llegado. Las imágenes de la Vía Layetana, Urquinaona, ardiendo…, dan la vuelta al mundo ¿Cómo no va a afectar eso a una ciudad que tenía buena parte de su economía basada en la imagen y el prestigio? 

¿La tormenta perfecta, a la que aludes en “Barcelonías”, se genera o reactiva, a tu juicio, con la llegada de los “Comuns”, al Ayuntamiento?

Sí, claro, porque se une el golpe nacionalista del “Procés” con ese populismo que es en teoría de izquierdas (pero en el que no se reconoce una izquierda clásica, desde luego), conducido por una señora que no era nada, en la medida en que actuaba como portavoz de los afectados por la hipoteca y ella no la tenía. Además del nepotismo, es una persona que, con todos los respetos, intelectualmente no puede estar al frente de la segunda ciudad de España. Hace valer una transformación imaginativa de poco calado. El Plan Cerdá fue una maravilla, que ha funcionado durante siglo y medio y se lo pueden estar cargando. Al final, Colau es una eclosión de ciertos experimentos que ya se habían practicado en Barcelona con los socialistas, Esquerra y también la CUP, que es un partido antisistema formado por hijos de la gran burguesía barcelonesa.

Cascado el Procés, en Cataluña parece estar aflorando un discurso, que parece querer remplazar el “España nos roba” por el “Madrid nos roba”. No como continuidad de una rivalidad natural, sino con tintes más agresivos y barriendo, claro, para el nacionalismo…

Voy por Madrid algunas veces al año. Veo Madrid con un dinamismo que ha superado a Barcelona. Creo que eso salta a la vista. Lo de “Madrid nos roba” es un lema muy antiguo. Ahí veo solo una campaña contra Ayuso. Y en general, todo esto es un signo inequívoco del estado en que se encuentra Barcelona. Cuando estás mal o haces esfuerzos por mejorar o le echas la culpa a alguien, al eterno enemigo, que es lo más fácil. Es patético. En los años 30, Barcelona llegó a hacerle una competencia muy seria a Madrid, a la que superó en número de habitantes. Cosa que no estaba mal, porque la competencia nunca está mal, anima a ser un poco mejor.

¿En cualquier caso, no llama la atención la falta de curiosidad de Barcelona por lo que pasa en su mundo, que es de las metrópolis globales?

Eso son las aristas del nacionalismo, la xenofobia. El aislamiento, el provincianismo… El nacionalismo catalán, rancio. Algo que recuerda a cuando Maragall, siendo presidente de la Generalitat, escribió un artículo en El País, titulado “Madrid se va”. Su argumento era que Madrid se iba porque jugaba la liga de Miami. El nacionalismo siempre tiene escusas, y su argumentario intelectual es más bien escaso: echarle culpa de todo al enemigo eterno. Aquí el que se ha ido, no precisamente a Miami, es todo el mundo. Barcelona incluida. A mí han publicado el libro en Madrid.

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