«Hay que hacer las cosas bien, pedir perdón por los errores y hablar claro»

Entrevista a Anna Grau

Periodista, escritora, diputada del Parlamento de Cataluña por Ciudadanos, pre-candidata al Ayuntamiento de Barcelona. Acaba de editar “Carta a mi padre independentista” (Editorial Almuzara). Ha participado también en “Los catalanes si tenemos Rey”.

 

¿Qué recomendaría, a estas alturas, Nicolas Maquiavelo para hacer frente, desactivar o esquivar el artefacto nacionalista catalán?

Lamento decir que esto ya no tiene solución fácil. Durante mucho tiempo, se ignoró que había un grave problema en Cataluña. Cuando se dejó de ignorar, se pretendió que era un problema sólo catalán. Ahora, se ha visto que es un problema que amenaza la estabilidad democrática. Esta polarización que estamos viviendo es el pan nuestro de cada día, desde hace quince años, como mínimo, en Cataluña. Llegados a este punto, no hay soluciones fáciles. Igual que, por ejemplo, la victoria de Ciudadanos, el 21 de diciembre de 2017. Parecía que con aquello ya estaba; pues no. Fue un paso y hay que seguir trabajando, construyendo… Es un error tomarse esto a la ligera, cambiar cromos políticos con ello, no darse cuenta adonde podemos ir a parar. Porque los errores se pagan, no solo a nivel jurídico o político, que también, sino de convivencia humana.

¿Qué es lo que hace tan difícil agarrar el toro independentista catalán por los cuernos?

Técnicamente, estamos en democracia, pero creo que la democracia catalana y española en los últimos años ha sufrido lo suyo. Le toca pasar la ITV. Los enemigos del régimen del 78 hablan con gran desparpajo, diciendo cosas como “yo no he votado la Constitución”, “yo no he votado al Rey”. Yo tampoco he votado a Pablo Iglesias y me lo tengo que comer. Hay que fortalecer, rearmar la democracia, empezando por cambiar la ley electoral. Tenemos una ley electoral perversa, que favorece un bipartidismo cojo, eternamente dependiente. No quiero un PSOE en manos de Bildu o Esquerra, ni un PP en las de Vox. Y no es porque quiera descalificar a ningún partido. Me entristeció cuando PP y PSOE pactaron la legalización de Bildu. Una vez legal, está en las instituciones y hay que aceptarlo. Pero la ley electoral favorece representaciones parlamentarias injustas, perjudiciales para la mayoría de ciudadanos que quieren vivir en paz y democracia. Veo cada día en Cataluña a los del Procés reclamar democracia, que ellos no aplican a sus convecinos. Porque si eres catalán y no “procesista” se te cae el pelo. También pediría a la ciudadanía que penalice ciertas cosas. Me sorprende la impunidad con que se incumplen compromisos electorales.

En cualquier caso, tampoco parece que por el ancho mundo resplandezca el sol de la democracia con especial brillantez.

Las democracias liberales son minoría en el mundo. Los regímenes antidemocráticos nos abruman numéricamente. Estuve firmando una petición para pedir que no ejecuten al futbolista iraní, que ha defendido a las mujeres de su país. Estas cosas son el pan nuestro de cada día. Eso significa que la democracia se achica en el mundo y allá donde todavía impera, técnicamente, es cada día más débil. Esto tiene que preocupar a las personas interesadas por la política y también por su supervivencia. Porque el Estado de bienestar que todavía disfrutamos, aunque dista de ser perfecto y que esté deteriorándose, sin democracia se va al cuerno. Si cae el último bastión democrático, volveremos a la Edad Media en términos sociales: muy ricos y muy pobres. 

La dicotomía Monarquía-República del nacionalismo catalán ¿No constituye otro encantamiento, especialmente dañino?

Es un debate falso, porque no está en la gente si prefiere una forma u otra de Estado. De los republicanos que conozco, un 2%, digamos, son sinceros; realmente, preferirían la República en España. El resto, como están en contra del Estado y sucede que este una monarquía parlamentaria, pues son republicanos. Si fuera una República, probablemente serían monárquicos. Cuando era joven, sin tomármelo muy a pecho, yo era más bien republicana. Aquella visión ha cambiado radicalmente, por lo menos en España. Las fórmulas políticas no son malas o buenas, sin en el entorno en que se producen. Por ejemplo, las listas abiertas. Pueden ser una idea muy buena, quizás en Finlandia, pero en España podrían generar enfrentamientos cainitas, en el interior de los mismos partidos. El Rey de España, Felipe VI, es una figura que da estabilidad constitucional a un sistema que tiende a la inestabilidad, la disgregación y el apabullamiento de las minorías por las mayorías. Muchos de los que en Cataluña se reclaman republicanos es porque lo que persiguen es la destrucción de España.

El “Procés” no ha caído como el rocío en primavera. Tiene un antes, empedrado de oportunismos, intereses, desenfoques…, que cuesta mucho asumir…

En Cataluña se salió del franquismo en una situación anómala. En un momento en que todo el mundo votaba a la izquierda, que tenía el predominio en las Universidades, los medios de comunicación, el Ayuntamiento de Barcelona…, surgió la anomalía del pujolismo. Algo que no estaba en el guion, y que hace que durante muchos años vivamos en una especie de Cataluña dual, en la que la mitad era socialista (en las generales, las grandes victorias de Felipe González), y la otra media nacionalista, catalanista (Autonómicas) y el PP, simplemente, no existía. Durante años, eso fue llevadero. Podía gustar más o menos, pero el mayor problema con Pujol es que era un carca, rancio, aburrido y con un punto carlista. Con el tiempo, esto degenera. Por un lado, el nacionalismo sin Pujol se da cuenta que para mantener su hegemonía se tiene que radicalizar y, trágicamente, el PSOE y el PP, cada uno a su manera, deciden que es más fácil pactar con eso que hacerle frente. Esto da origen al “Procés” que es algo ya separado de la ideología original. El “Procés” es una máquina de picar carne política, de hegemonías, una obra de ingeniería social, pensada para destruir cualquier cosa que se les ponga enfrente, Y ahí andamos. 

¿Y qué decir de la vertiente crematística del “Procés”? ¿Constituye un hecho determinante para tratar de entenderlo?

La idea canónica que tenemos de la burguesía catalana, tal como aparece en las novelas de Agustí o Marsé, a día de hoy no existe. El nacionalismo ha sido un movimiento de clases medias, trepas, y consumidores, que trata de enriquecerse con el “Procés”. Aunque también es verdad que hay algunas grandes familias catalanas que medraron con el franquismo y se han apuntado a ese carro. La desigualdad social ni se crea ni se destruye, se transforma. Pero en torno al “Procés” se ha creado un ejército de vividores, conseguidores, trepas, que han hecho con él su fortuna. El mismo Pujol no era rico, no formaba parte de la “crosteta” catalana.  Esta gente es la que más miedo da, porque nunca tiene bastante. Ahora, hay en Cataluña negocios y profesiones en las que, si no estás con el “Procés”, mejor que no te signifiques, porque te hunden. De aquí la gravedad del cambio en el delito de malversación, más grave que el de la sedición. Distinguir la malversación sin afán de lucro de la otra no tiene por donde agarrarlo. Robar para montar una red clientelar corrupta, que garantice el mantenimiento del poder, más allá de ganar o perder las elecciones, es un atentado contra la democracia.

¿El viejuno “España nos roba” parece estar “agiornándose” con lo de “Madrid nos roba”?

He vivido 14 años en Madrid, y tengo que reconocer que la economía madrileña funciona mejor que la catalana. Lo del agravio comparativo viene de un complejo de inferioridad muy rabioso. Si un tiempo, Cataluña fue la locomotora económica de España, ya no lo es. Está a la cola de otros territorios, no solo de Madrid. Mirar a Madrid y decir que es una economía dopada me parece una estupidez. Madrid está gobernada por una mujer a la que el gobierno de la nación olvida, y que no creo que esté por darle prebendas. Madrid bonifica impuestos que también podría hacer Cataluña. Desde luego que las políticas de Diaz Ayuso tienen luces y sombras. Sigue habiendo mucha corrupción, privatizaciones no explicadas… Sólo en Cataluña es comparable lo que se gasta en publicidad y comprar voluntades en los medios de comunicación, por ejemplo. 

¿No resulta llamativo el, digamos, déficit de representación política en Cataluña?

Si, y hacerle frente pasa por la reforma del sistema electoral, como decía. Y creo que de esto se sale. En las últimas autonómicas hubo en Cataluña una gran abstención. Hay que recuperarla, hacer las cosas bien, pedir perdón por los errores y hablar claro. 

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