La dimisión de Jordi Llauradó le da alas a Laporta para su Espai Barça

Las sombras sobre la licitación de las obras a favor de una constructora turca se cobran la cabeza visible del proyecto en el que ya sólo manda Joan Sentelles, miembro de la ‘banda’ del Reus

Jordi Llauradó

Pronto hará un año de la impactante dimisión de Ferran Reverter, el primer, único y puede que último CEO de Joan Laporta en su regreso a la presidencia del FC Barcelona, en buena parte provocada por el libre albedrío, los caprichos, las compulsiones y la inquebrantable adhesión de Laporta a favor de sus amigos, mayormente agentes, intermediarios, comisionistas y empresarios singulares. Más o menos los mismos motivos por los que ayer mismo se produjo la primera dimisión de un miembro destacado de la junta directiva, precisamente el responsable del Espai Barça, Jordi Llauradó, apenas transcurridas 48 horas desde el anuncio oficial de la designación de Limak Construction como la elegida para las obras de la reforma de Spotify Camp Nou.

Otro adiós polémico, tenso y significativo como lo fue en su día el de Ferran Reverter y antes el de Jaume Giró, los tres motivados por desacuerdos frontales e insuperables en áreas de enorme trascendencia y responsabilidad que han seguido un patrón. Primero, Laporta les da cuerda, confianza, mando y superpoderes porque así le conviene mediáticamente y porque así encajan mejor como protagonistas en un relato donde los tres han representado un estilo reconocido, reputado y respetado al margen de esos tics totalitarios y nepotistas de un presidente con un historial de desmanes y frivolidades sin precedentes.

Sin embargo, cuando ya piensan o creen que han domado a la fiera e impuesto su manual y estilo propios, es cuando Laporta los aísla y compromete públicamente tomando decisiones por su cuenta, especialmente con cambios en la estructura de gestión y medidas de calado económico. En el caso de Jordi Llaurado saltándose las más elementales normas y criterios internos de un proceso de licitación de las obras del Camp Nou para resolver la decisión a favor de Limak, constructora turca que, como Torrella Enginyeria y otras dos sociedads menores, VOPI 4 y GHESA, se han hecho famosas de la noche a la mañana por una decisión exclusivamente personal y no consensuada del presidente. No, al menos, con el directivo que, como en el caso de Jordi Llauradó, se había tomado en serio su papel al frente del Espai Barça y había mirado hacia otro lado cuando, tras el adiós de Ferran Reverter, el presidente puso a dos de sus lobos, Joan Sentelles y Alex Barbany, sobre a la presa del alto ejecutivo designado por el CEO para ese proyecto, Ramon Ramírez, hasta que, sintiéndose tan acorralado y superado, también decidió hacer las maletas.

Ambos, Joan Sentelles (otro de la banda del Reus) y Alex Barbany se han quedado para cumplir estricta y ciegamente con las órdenes y la voluntad del presidente mientras la escandalosa marcha de Jordi Llauradó, que prácticamente se enteró de la elección de Limak por la radio, ha sido tratada por la prensa no como una fuga sospechosa ni como otra víctima de ese poder oscuro de la presidencia, sino como una baja justificada por motivos profesionales, el cuento de siempre en un escenario periodístico donde especialmente este tipo de situaciones se tapan y dejan de ser noticia rápidamente.

Los propios protagonistas así lo prefieren porque dejan atrás demasiado trapos sucios y situaciones en las que a la fuerza han sido cómplices como directivos o como ejecutivos hasta que, alcanzado un punto de no retorno, no tienen otra salida que desaparecer haciendo el menor ruido posible. Además, en el caso de los directivos, hubieron de avalar en su día y sufragar una costosísima campaña electoral que, como Laporta les prometió, iban a recuperar con una afinado ejercicio de imaginación cuando fueran directivos, sobre todo mediante el aprovechamiento de ese poder del palco del Camp Nou que, si se sabe administrar, da para mucho. Jordi Llauradó, así pues, seguirá con asiento de palco, viajes, entradas y otras prebendas desde la Fundació Barça. La cosmética habitual.

Jordi Llauradó sería, en pureza, el segundo directivo en abandonar la nave después de que Jaume Giró, quien iba a ser el vicepresidente económico de la nueva junta surgida de las elecciones del 7 de marzo de 2021, anticipara con una precisa y acertada clarividencia la imposibilidad de estar un minuto más sentado junto a Laporta y ese repelente núcleo duro tan personal, cerrado y mediocre. Giró, uno de los miembros de la lista formalizada con las firmas de los socios y ganadora de las elecciones, debió haber tomado posesión con el resto de los elegidos tras la presentación de un aval que fue, en su caso, el origen del conflicto y la ruptura definitiva. En lugar de prestar el aval como exigía la normativa, a partes iguales entre los dieciséis socios votados, Laporta impuso un reparto desigual de esa carga, de forma que los nuevos de la junta debían hacer frente al principal de esos 144 millones exigidos para la toma de posesión mientras que los veteranos, entre ellos el presidente, se obligaban a aportar apenas cinco millones.

Fue la forma habitual de deshacerse de esos lastres que tanto incomodan a Laporta, colaboradores con un perfil profesional indiscutible, prestigio y seriedad acreditada. Jaume Giró le había sido especialmente útil en campaña, supliendo de forma convincente esa incuestionable cojera del laportismo manifestada en su anterior mandato, con 47,6 millones de pérdidas, un legado de deudas y la caja vacía, nada que su equipo de entonces, con Joan Oliver al frente, no fuera capaz de repetir y aumentar enviando al Reus al olvido y la desaparición.

Una vez extraído el rédito electoral que necesita para el éxito de la campaña, Laporta metió a Giró en el lío de un aval improvisado con recién llegados como José Elias, Eduard Romeu o un interpuesto de Jaume Roures que, visiblemente, aterrizaban con ganas de mandar y de controlar la gestión económica. Jaume Giró, en sus explicaciones, utilizó el viejo truco de me ha salido un trabajo en Londres pocas semanas antes de reaparecer como consejero d’Economia del gobierno de Pere Aragonès.

El peaje añadido que hubo de pagar Laporta fue la de fichar un director general estrella como Ferran Reverter, que firmó imponiendo sus condiciones auspiciado por el pánico y el tembleque de los nuevos avalistas. Laporta volvió a hacerlo, consiguió eliminar el aval de ese equilibrio y, cuando ya empezó a cargarse de razones para suprimir el control y el rigor de Reverter, se lo saltó anunciando la vía de las palancas y el despiporre en fichajes contra los planes de austeridad, contención del gasto y reducción de la deuda impuestos por el sentido común y la realidad del club. Laporta dijo que Reverter “nos ha pedido un año sabático” y el ex-CEO se despidió justificando que “ahora quiero centrarme en el propósito por el que volví a Barcelona, que es dedicar más tiempo a proyectos personales y familiares”. Otra trola de dimensiones galácticas, lo habitual en estos casos.

En el caso Jordi Llauradó, el tercer caído en el campo de batalla laportista, donde tanto cuesta ver crecer algún brote verde de honestidad, sentido del deber y de compromiso con los intereses reales del club, el comunicado oficial del club justifica que el exdirectivo “ha solicitado dejar de ejercer sus funciones para poder dedicar más tiempo a sus compromisos empresariales”. O sea que, de pronto, tras liderar como directivo el Espai Barça durante un año y diez meses, intensamente dedicado a su desarrollo y avances, incluidas frecuentes reuniones internas y con el Ajuntament de Barcelona, resulta que “le ha hecho saber al presidente que por razón de estos compromisos no podrá dedicar al Espai Barça el tiempo necesario que un proyecto de esta magnitud requiere”.

El relato de siempre. Jaume Giró iba a ser directivo hasta que, súbitamente, un falso empleo en Londres le aparta del camino. Ferran Reverter se viene con toda su familia de Alemania a Barcelona para ser el nuevo CEO del Barça y a los once meses recuerda de golpe que, en realidad, había venido a otra cosa. Y, finalmente, a Jordi Llauradó le surge más trabajo del que nunca había tenido precisamente cuando Laporta decide con quien seguir caminando por el Espai Barça sin consultarlo con su directivo responsable.

Hace un año, Jordi Llauradó hacía campaña a favor del primer referéndum telemático de la historia para ratificar los cambios de planes de Laporta respecto del Espai Barça heredado de Josep Maria Bartomeu. “Hay que hacer bien las cosas. Crear comisiones de transparencia y ética. A mí no me preocupa tanto lo que costará como lo que nos aportará esta inversión, que sí, es muy potente”, dijo. Esa fue una de sus promesas y compromisos.

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