Hemos debido esperar a la segunda vuelta, pero los pronósticos se han confirmado y Lula da Silva (PT) ha sido elegido próximo presidente del Brasi. Esta es una victoria muy importante que transciende los límites geográficos del país y que nos concierne a todos. El 51% de los votantes que le han apoyado representan, estoy seguro, el sentimiento de millones de personas de todo el mundo que han respirado aligeradas y contentas al conocer los resultados.
En primer lugar, porque en estas elecciones de Brasil se confrontaban nítidamente las dos grandes opciones ideológicas que se disputan la hegemonía planetaria en esta primera parte del siglo XXI: la democracia social vs. el autoritarismo ultracapitalista, encarnado en este caso por Jair Bolsonaro, un discípulo aventajado de Donald Trump.
Después del triunfo de Giorgia Meloni en Italia, que ha significado un golpe muy duro para las opciones progresistas, la elección de Lula es una inyección de moral para todos aquellos que militamos en la causa de un mundo fraternal, solidario y en paz. El populismo hipernacionalista es el principal obstáculo en la construcción de una humanidad guiada por los valores que brotan del corazón de las personas de buena voluntad y, en este sentido, debemos celebrar que haya sufrido una emblemática derrota en las urnas este 30 de octubre.
En segundo lugar, porque Brasil, que es el país más poblado y más pujante económicamente del área Latam, tiene ahora la oportunidad de relanzar y liderar la necesaria integración regional de los estados americanos de habla española y portuguesa, que suman 640 millones de habitantes. La vertebración de Latam, a imagen y semejanza del proceso de construcción europea, es la única manera de afrontar los graves problemas económicos y sociales -por ejemplo, la hiperinflación, las brutales desigualdades o la emigración masiva- que, a pesar de sus enormes riquezas naturales, afectan a estos países.
El regreso del dirigente del PT a la presidencia del Brasil coincide con la etapa de gobiernos progresistas que hay en estos momentos en Latam y se suma a las recientes victorias de Gabriel Boric (Chile) y Gustavo Petro (Colombia). América Latina –de México a la Patagonia, del Caribe al Pacífico- tiene ahora una ventana histórica para unificar sus fuerzas y encontrar, finalmente, su lugar en la geopolítica mundial, sin estar bajo las garras de los Estados Unidos ni de China.
La victoria de Lula da Silva también tiene un efecto muy positivo en el proyecto de consolidación de la cooperación ibérica, entre España y Portugal. El presidente Pedro Sánchez y el primer ministro António Costa se han involucrado muy directamente en la campaña electoral del líder del PT, al cual han apoyado.
En su estrategia internacional, Jair Bolsonaro siempre había despreciado las relaciones con la Unión Europea, con la antigua metrópoli portuguesa y con los países de Latam, estableciendo un “cordón umbilical” con los Estados Unidos de Donald Trump. Lula, en cambio, quiere restablecer los vínculos con el Viejo Continente y, de manera específica, con la península Ibérica, dados los estrechos vínculos históricos y culturales existentes.
La iberofonía –entendida como la comunidad de países de lengua española y portuguesa- tiene ahora la posibilidad de resucitar con nuevo empuje y nuevos parámetros, en las antípodas de cualquier vestigio colonial o nostálgico. España y Portugal, con Lula da Silva, podrán ejercer, a plena potencia, como gran plataforma de conexión y colaboración entre la UE y Latam.
Precisamente, este próximo día 4 de noviembre se celebra en Viana do Castelo la XXXIII Cumbre ibérica entre Portugal y España, bajo la presidencia de António Costa y Pedro Sánchez. Este encuentro al más alto nivel, justo después de la victoria de Lula en las elecciones del Brasil, abre unas expectativas inéditas y muy positivas, que es necesario remarcar, en la estrategia de reivindicar y reforzar el peso de la comunidad latinoamericana, a ambos lados del Atlántico.
