«Es necesaria la mirada colectiva al malestar, si queremos resolverlo»

Entrevista a Marta Carmona

Psiquiatra. Presidenta de la Asociación Madrileña de Salud Mental. Coordinadora de los libros Transpsiquiatría, abordajes queer en salud mental y Mejorar los barrios para una mejor salud mental (publicados por la AEN). Pertenece al Colectivo Silesia. Ahora publica, junto con Javier Padilla, Malestamos. Cuando estar mal es un problema colectivo (Capitán Swing Libros).

“Malestamos”: ¿Estamos mal, molestamos o ambas cosas?

Algo de las dos cosas. Por una parte, esa molestia, ese sentirse mal en lo individual, hace creer a muchas personas que solo a ellas les pasa lo que, en realidad, también les está pasando a las de alrededor. Cosa que, naturalmente nos lleva a deducir que esto es una cuestión colectiva o, al menos, plantea una lectura colectiva. El marco individual, desde el cual atendemos el sufrimiento psíquico clínicamente, tanto psicoterapéutico como a escala médica, no explica bien porqué tanta gente tiene esa sensación indefinida de malestar, que en muchos casos no es patológica, pero si desagradable. Cuando pensamos en un título para el libro optamos por este de “Malestamos”, porque por una parte estamos mal, y por otra quizás moleste que podamos hacer una lectura colectiva de este sufrimiento. Sobre todo, a quienes sacan beneficio de que la gente acepte trabajar estando en malas condiciones, aceptando un día a día que nos hace sufrir. En cualquier caso, esta mirada colectiva al sufrimiento parece necesaria si queremos resolverlo.

¿Hablamos de la malaise, tan presente en francés desde hace ya tiempo, y que expresa malestar, inquietud, desazón, intranquilidad…? ¿Es, sobre todo, física, psicológica, social, política…?

Tiene un impacto físico. Cualquier persona que haya experimentad ansiedad lo sabe. También psicológico, en la medida en que condiciona lo que se pueda pensar, desear, decidir… Pero la cuestión está en que si sólo lo miramos en el individuo nos perdemos el entorno, lo que trasciende de nuestra singularidad, y que en realidad es mucho más relevante. Lo que pasa en las interacciones con el entorno es más decisivo de lo que ocurre dentro del sujeto. Esta malaise que, en efecto es muy buen término, tiene que ver mucho más con el colectivo que con los individuos. Cuando intentamos encontrar en el individuo soluciones a esta malaise, nos encontramos sin respuesta. Percibimos a escala personal los síntomas del malestar, pero la solución no está muchas veces ahí. Insistimos en el libro en contra de la idea de que los psicofármacos y los tratamientos resuelvan todo. No porque se dude de su utilidad, que por supuesto la tienen. Pero no puede ser que este marco individual de asistencia sea la única respuesta al malestar. Llevamos tiempo, sobre todo en los últimos años en que se ha puesto de moda la salud mental, hablando de cuestiones técnicas relacionadas con ella, sin tener en cuenta que no puede ser la única respuesta al sufrimiento.

¿La malaise no tiene hay algo de atávico, congénito, propio de la condición humana y, en tal sentido, habría que asumirla, integrarla, administrarla, de la mejor manera posible?

Hay una parte del sufrimiento que es inherente al ser humano, inevitable, y es importante disponer de capacidades para manejarlo. Pero cuando se plantea que todo sufrimiento es inevitable, no vemos que quizás una parte de él sí es evitable. Si, por ejemplo, los obreros de la revolución industrial hubieran pensado que el sufrimiento que les originaba las exhaustivas jornadas laborales era inevitable, no habrían luchado, no se hubieran sindicado y no habrían logrado reducir la jornada. Si que hay que asumir que no podemos acabar con todo el sufrimiento, pero vivimos en un mundo en el que la inmensa mayoría de ese sufrimiento es evitable. La distribución de ese sufrimiento es tremendamente desigual. Es, sin duda, perfectamente evitable que el Mediterráneo se haya convertido en una fosa común.

¿La desazón, el desasosiego, que no llega a sufrimiento, tan característico de nuestro entorno, no tiene algo de pataleo perfeccionista, de protesta por no ser los ángeles de que parece hablarnos la publicidad de nosotros mismos?

Hay una parte que tiene mucho que ver con un sentimiento de época. Al final estas sensaciones que tocan la subjetividad, tan inefables muchas veces, se mezclan cosas distintas. Hay una desazón derivada del propio hecho de existir. Me decía una amiga filósofa que el título de “Malestamos” podría ser sinónimo de “Existimos”. Sí, hay una parte de eso, pero también del sentimiento de época. Los años XX del siglo pasado han pasado a la historia como un sentimiento de euforia. También un siglo antes ocurrió algo de lo mismo, con el auge del romanticismo. En cualquier caso, estos sentimientos dejan ver que la sociedad va a tener que cambiar. Proceso en el que, si deseamos avanzar en sentido positivo, debemos corregir el exceso de individualidad.

¿Qué papel ha jugado o juega la religión en todo esto?

Hay personas que este malestar lo ubican o proyectan en la religión, lo espiritual. Algo que podría englobarse en la trascendencia, y que también se hace desde otras narrativas. En la necesidad de trascender sí que podemos encontrarnos todos, y sí que está de algún modo conectado con el malestar. Pero el marco individualista en el que vivimos también condiciona este impulso de transcendencia. Pero el individualismo, tan asumido, también condiciona el trascender, en la medida en que no ofrece respuestas a nuestra condición humana, que es también colectiva, social. En tal sentido, recurrir a la religión puede ser, no solamente por una cuestión espiritual, sino porque también ofrece una red de apoyo.

¿Digamos que la forma de entender la vida es algo que, en definitiva, acaba influyendo bastante en la sensación de bienestar o malestar? ¿No es ejemplo de algo de esto el romanticismo?

Quizás podríamos situar en el romanticismo el origen más reciente de este marco atroz de individualismo que tenemos hoy. Pero en aquel momento, quizás fue necesario que las personas pudieran singularizarse más, adquirir conciencia de su individualidad. Venían de un marco histórico en el que lo individual contaba muy poco. Lo lamentable es que 200 años después todo esto continúe magnificado, a la sombra del liberalismo y el capitalismo, que han ido configurando el pensamiento de las personas. Aquella subjetividad individual del romanticismo, del cual nos hemos quedado a veces con lo extremo y que fue necesario recuperar, necesita reequilibrarse ahora con lo colectivo.

¿Si hemos descubierto compuestos farmacológicos que dicen paliar nuestro malestar, porque no recurrir a ellos y santas pascuas?

No hay pastillas de la felicidad. Ningún psiquiatra honesto dice esto. La medicación sirve exclusivamente para aliviar temporalmente los síntomas. Es verdad que hay gente con síntomas que pueden acompañarle durante toda su vida y, en consecuencia, necesitan tomar siempre medicamentos. El fármaco palía cosas que tienen mucho más que ver con lo que le pasa a la persona por fuera, en sus relaciones, que con cosas exclusivamente personales. Esto vale desde las personas que sufren por que tienen mucha presión el trabajo, como a las diagnosticadas de esquizofrenia. Algo que explica el que se recurra tanto a la medicación es porque, durante bastante tiempo (poniendo la crisis de 2008 como el momento en que la cosa se desmadra), el marco médico es uno de los pocos que no ha cerrado las puertas a nadie. Eso dice mucho de la época, Cuando dentro de dos siglos alguien estudie este momento ,una de las cosas que dirán es que la mirada biomédica, ahora más presente, tiene mucho que ver con habernos desvinculado de entender la sociedad, el sufrimiento, como algo colectivo.

¿Qué decir de la psiquiatría clínica como normalizador, domesticador, policía social…?

La función de control social de la psiquiatría ha existido siempre, más explícita y violenta, en ocasiones, mas sutil en otras. Es un encargo social que siempre se le ha hecho. Pero dentro de la propia psiquiatría siempre ha habido una voluntad de cuidado. El propio movimiento anti-psiquiátrico de los años 60 tuvo en este sentido una gran trascendencia. Fue capaz hasta de desmantelar los manicomios y convertirlos en una institución capaz de asistir a las personas locas que sufrían, de romper las cadenas con que se sujetaban a los presos- pacientes. La psiquiatría puso las cadenas, pero también las rompió. La sociedad pide que se tenga a los locos controlados, pero una parte importante de ella también quiere que no sufran, entendiendo la locura como algo humano. En definitiva, se trata de optar entre una sociedad policial, donde el control se ejerza mediante la coerción, o en otra en el que la preocupación principal sea cuidarnos.

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