Laporta acumula dos fracasos históricos en la Champions tras echar a Messi

La prensa no se atreve a señalar al palco como máximo responsable de un ridículo europeo tras diez fichajes, 870 millones gastados y dos entrenadores quemados sin recuperar un puesto entre los grandes

Onze inicial del Barça en la derrota contra el Bayern

La realidad resulta hoy inequívocamente clara sobre el fracaso del proyecto del cual Joan Laporta y Xavi Hernández son los únicos responsables. Sobre todo un presidente que desde su llegada no ha sido capaz de adoptar ninguna decisión que el tiempo haya demostrado acertada, eficaz y a la altura de esa experiencia que aseguró atesorar en las elecciones.

Las improvisaciones, los embustes y la desorientación han sido las constantes vitales de un staff directivo y técnico que ha actuado, principalmente, sobre un escenario mediático más que sobre un plan deportivo serio, inteligente y sólido.

No hace falta ir mucho más lejos de esos vaivenes presidenciales que la prensa laportista ha ido maquillando y revelando, puede que ingenuamente, como señales indiscutibles de una inteligencia superior cuando, en realidad, han ido respondiendo a caprichos, intereses y extraños parámetros económicos y de gestión, también en función de los distintos escenarios vividos desde el inicio de esta etapa pospandémica y post-Bartomeu.

Esta nueva etapa que, por boca del propio presidente y de sus altavoces, había de dejar atrás, sepultar y encerrar en el baúl de los peores recuerdos del pasado más reciente, y abrirse a una regeneración exitosa y brillante del primer equipo, ha encadenado dos temporadas sin alcanzar siquiera los octavos de final de la Champions.

El nuevo paraíso fue el que Laporta prometíó y aseguró cuando iba a renovar a Messi, el primer y posiblemente más grueso error de su corto e improductivo mandato. Leo se quedaba y luego Leo sobraba. Dudó, se dejó llevar por los fantasmas económicos, rodeado de directivos y ejecutivos mediocres y pusilánimes con funestas consecuencias en todos los órdenes y estamentos del club.

Se deshizo de Griezmann también y, en cambio, se quedó con Koeman en el banquillo, aunque ni creía ni quería creer en alguien contratado por Josep Maria Bartomeu. Se limitó, como hasta ahora, a seguir confiando en su propia estrella, su instinto, su suerte y en que la providencia le tiene reservado los más altos honores en la historia del Barça como si en su anterior mandato no hubiera arruinado el club y estuviera llamado a ser una especie de elegido. Laporta se sigue creyendo el cuento de que la era Messi -que él tuvo, eso sí, la fortuna de presidir- explotó gracias a su gestión y talento.

Sin Messi, sin delantera, sin guión ni plan alguno, Laporta tardó más de cuatro meses en echar a Koeman, contando con la ayuda de los capitanes, a quienes hoy quiere cargarse, y tres partidos en fichar un sustituto que tampoco le convence, pero a quien no tiene otro remedio que aguantar, al entrenador de Víctor Font, fichado con el doble objetivo de anular a su rival electoral como oposición y de asegurarse una barrera mediática de protección que sólo ahora empieza a resquebrajarse.

Aquel relevo en el banquillo del que pronto hará un año fue otro de los varios reset vividos en un tiempo récord, otra decisión discutible acompañada de fichajes como los de Alves, Adama, Aubameyang y Ferran Torres, refuerzos que sirvieron para asegurar la segunda plaza en la Liga después de ir cayendo en todas las competiciones con las mismas fragilidades e inseguridad que ya heredó de un equipo como el de Koeman, sin apenas refuerzos con los que afrontar el duro impacto del adiós de Messi.

Más tarde, de cara al verano, entró en escena Haaland, a quien Laporta dijo tener casi atado. El noruego también se cayó de un proyecto que, en un ataque de palancas compulsivo y ruinoso para el club, se tradujo en otra puesta a cero y actualización de las expectativas, esta vez con seis fichajes más, 200 millones de euros gastados temeraria e imprudentemente y un mensaje inequívoco sobre la indiscutible capacidad de este nuevo equipo, liderado por Lewandowski, de estar en condiciones de competir como favorito por la Champions.

El mismo presidente que aseguraba este regreso del Barça al mundo de la elite, la vuelta entre los grandes del fútbol europeo después de la humillante y vergonzosa eliminación en la Europa League manos del Eintracht Frankfurt y de su afición, es el que hace unos días volvía a cambiar el discurso para proclamar la Liga como el gran objetivo de esta temporada, una afirmación oportunista y defensiva, apenas dos días antes de caer en el Bernabéu.

Laporta, con independencia de los errores que puedan haber cometido Koeman, Xavi o los jugadores, es quien ha asumido toda esa autocomplacencia e indolencia con la que gobierna, en buena parte regaladas por una prensa dócil y manipulable.

Ayer, la corte mediática reaccionó, como era esperable, intentando salvar los muebles del proyecto, sin señalar al palco como se hubiera hecho con cualquier otro presidente, mirando hacia a otro lado, escudándose en las mismas excusas de Laporta, clemente con el equipo y hipócritamente defensora de Xavi.

Solo es la tapadera provisional de una crisis de las gordas, interna, después de caer dos años seguidos en la liguilla de la Champions y de haberse convertido en carne de cañón de la Europa League, un torneo que no da prestigio aunque la gane el Barça, que no motiva, que no da dinero y que además sonroja y avergüenza en caso de eliminación, como sucedió el año pasado,

La tregua concedida a Xavi es sólo eso, una cortesía, la antesala de una situación de relevo en el banquillo que explotará a la más mínima muestra de estancamiento del equipo.

Alguien tiene que pagar los platos rotos. De momento, el aparato de la junta ha encendido el ventilador contra los capitanes, pretendiendo tapar todos los males, deportivos y económicos, con el error puntual de Piqué ante el Inter en el Camp Nou.

Puede que con la fantasía y el bombo de la prensa colaboracionista ese efecto pueda distraer unos días. La realidad, aunque se pretenda disimular, es que Piqué no estuvo en las derrotas europeas ante el Bayern ni el Inter y que Laporta, después de echar a Messi, quemar dos entrenadores, diez fichajes y 870 millones de euros destinados a darle forma y cara a un superequipo, es el presidente de un entrenador que apenas ha ganado un partido en Europa desde que aterrizó como el gran revulsivo y la gran esperanza de reconquistar el respeto del fútbol continental.

Al Bayern, además, Laporta tuvo el acierto y la habilidad de arrebatarle por las bravas a Lewandowski. Desde luego, en el Camp Nou el equipo más motivado de la noche del miércoles no fue el Barça.

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