Laporta sigue utilizando el fantasma de Messi como palanca de distracción

Contra el revolcón en Champions volvió a dar esperanzas (falsas) de un regreso que aún ilusiona al barcelonismo con un relato que además pretende negar y reparar el tremendo error sifnificó echarlo

Laporta, amb la samarreta de Messi

Leo Messi, el fantasma y la fantasía de su posible regreso al Camp Nou, ha repuntado por dos ves en los últimos quince días porque esa ilusión se ha convertido en la última de las palancas mediáticas de Joan Laporta para distraer al socio y a la prensa en los momentos complicados.

No lo fue tanto en la previa de la asamblea, para desviar la atención de los números, como después de ese frustrante partido ante el Inter, el miércoles pasado, que ha dejado al barcelonismo en un estado de shock aún más agudo y doloroso que la suma de las decepciones del curso pasado por no pasar el corte de la liguilla de Champions y después por la humillante invasión social y colectiva ante el Eintracht de Frankfurt también en el Camp Nou.

Laporta, sin más alternativa, hubo de echar mano por dos veces de ese renovado recurso del regreso de Messi, esperpéntico y alucinante, porque con esa proverbial capacidad para la manipulación y la toxicología informativa del laportismo el cuento que explica la prensa no se parece en absoluto a la verdad. Ahora, en los medios, circula el dramático relato de una estrella que se equivocó marchándose del Camp Nou, amargada en su jaula de oro de París, inadaptada, solitaria y errabunda, derrumbada futbolísticamente fuera de su entorno de juego, nostálgica y arrepentida de sus errores y sin otra alternativa que la de arrastrarse ante el todopoderoso Laporta para que, una vez perdonada de todos sus errores, se le conceda el favor de volver al club azulgrana.

Sin duda posee un mérito extraordinario que Laporta, con cuatro frases edulcoradas y un mensaje infantiloide i absurdo sobre la necesidad de que Leo pueda despedirse como se merece, consiga que el barcelonismo mediático también se haya mostrado generosamente condescendiente y abierto a considerar su vuelta sin tenerle en cuenta el modo en que se marchó.

“El lunes veré a Messi”, afirmó el presidente, en un mensaje ilusionante ante las cámaras de Barça TV, donde apareció el viernes como protagonista del reestreno de Pinocho en el papel del presidente que nunca prometió haber forjado un equipo para ganar la Champions sino solamente para luchar por el título de Liga, que nunca prometió volver al ganar tripletes y sextetes y volver a dormir tritranquilo.

Esto último se lo puede permitir, pues, en efecto, en el neobarcelonismo de los medios y de las redes sociales laportistas, en esa realidad de un equipo aparentemente condenado a jugar la Europa League, nadie duda que si Laporta le propone volver al Camp Nou para jugar en la segunda división europea el delantero argentino no podrá decir que no a esa oferta, mucho menos si ha de jugar en Montjuïc y resignarse a cobrar mucho menos que Jordi Alba o Ferran Torres.

Se trata, pues, de un delirio colectivo, otro Matrix made in Laporta en el que nunca existió ese 5 de agosto de 2021 en que él mismo arruinó una historia maravillosa en la que por fin el Barça, con una estrella descubierta a los doce años, forjada en casa, comprometida con la camiseta, tan culé como antimadridista, fue capaz de jugar a un nivel inigualable durante más de catorce años, ganar dos tripletes y convertirse, vestido de azulgrana, en el mejor futbolista de todos los tiempos. No existió tampoco, por lo que se ve, esa rueda de prensa de despedida en la que, arrasado en lágrimas, se despidió del Camp Nou jurando un barcelonismo eterno a la afición.

Debió ser, visto con la perspectiva del tiempo, un espejismo que, además, tampoco desencadenó una crisis económica, deportiva, patrimonial y comercial con el balance de una temporada sin títulos, con menos patrocinadores, con la camiseta vendida por debajo de su valor y con unas pérdidas estimadas en más de 150 millones.

Ni debe ser real tampoco que, para llenar ese vacío, Laporta haya fichado por ahora a Alves, Adama, Ferran Torres, Aubameyang, Lewnadowski, Koundé, Raphinha, Christensen, Kessié y Marcos Alonso, además de renovar como estrellas llegadas bajo su mandato a Pedri, Gavi, Araujo o Nico.

Con independencia de lo ocurrido en el clásico, un partido mundialmente atronador pero que no condiciona, al menos de momento, quien vaya a ganar una Liga que será muy larga para Barça y Madrid, lo que a Laporta le preocupa ahora es el día después de la penúltima jornada de Champions League del próximo 26 de marzo en el hipotético caso de que su equipo salga a jugar en el Camp Nou contra el Bayern estando ya fuera de la competición.

Necesita su astucia habitual, preparar el terreno y sacarse de la manga nuevos trucos, parece que en forma de fichajes este invierno y del regreso triunfal de Messi el próximo verano.

También es prematuro discernir cómo será ese futuro, pero cabe preguntarse si no hubiera sido más barato, rentable y competitivo no echar a Messi si después de acabar jugando dos años seguidos la Europa League la solución es que vuelva, quién sabe a qué precio y en qué estado de forma, con 35 años y habiendo disputado su último Mundial.

Por no hablar, fiche o no Laporta a alguien en enero o en junio próximo, de esa necesidad, perentoria y obligada por LaLiga y por la precariedad financiera y económica del Barça de Laporta, de recortar en 200 millones de euros la masa salarial actual.

Es lo que pasa con los cuentos malos, que no hay un final feliz.

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