«Había mujeres artistas que merecían, por derecho propio, ser reconocidas»

Entrevista a Tània Balló

    Cineasta, escritora, gestora cultural. El proyecto que más la identifica es el de Las sin sombrero, Como directora, acaba de hacer El caso Wanninkhof-Carabantes, una película para Netflix. Ha publicado, junto a Gonzalo Berger, Les combatents: La història oblidada de les milicianes antifeixistes (Rosa del vents). Ahora, sale a las librerías No quiero olvidar todo lo que sé (Espasa).

     

    ¿Qué es el proyecto de “Las sin Sombrero”, que incluye textos, documentos audiovisuales y ahora también una exposición en la Casa de la Villa de Madrid, que se inaugura el…

    “No quiero olvidar todo lo que sé”, es el tercer libro de una trilogía, que va en paralelo con tres documentales. Todo ello forma parte de un proyecto que dirijo desde hace años. En 2009, empecé a investigar la presencia de mujeres artistas de la generación del 27, no tanto por su presencia sino por la razón de su ausencia, teniendo en cuenta la presencia femenina en el aquel movimiento. Me pregunté como en una generación tan ampliamente conocida, tan estudiada, y que marcaba una época, hasta convertirse en una marca cultural.  Los haremos leído, pero todos conocemos a Lorca, Dalí, Buñuel, Cernuda, Alberti, Aleixandre… 

    ¿Y empezaste a comprobar que, efectivamente, había mujeres de gran calado creativo, y no pocas?

    Me empecé a preguntar que resultaba extraño que en ese relato histórico no hubiera mujeres, sobre todo teniendo en cuenta que las mujeres ya se estaban integrando en el espacio público, jalonado por acontecimientos tan importantes como el sufragio universal o la llegada de la República. En mi trabajo como productora de cine y televisión siempre he buscado proyectos transversales, con vocación de transformación cultural y social. Comencé a investigar y, efectivamente, descubrí que había mujeres artistas que habían sido olvidadas por la historia y merecían, por derecho propio, ser reconocidas. Figuras que eran del nivel de María Zambrano, Maruja Mayo, Rosa Carré, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín o María Teresa León.

    ¿Y lo de “Sin Sombrero” que representa?

    En aquellos años, tanto hombres como mujeres llevaban sombrero, como atributo, digamos, de pulcritud moral. Hasta los años 20, la gente de bien, respetable, mucho más las mujeres, no podían salir a la calle con la cabeza descubierta. Yo saco esto de una entrevista a Maruja Mayo, en el programa “A fondo”, en el año 1970. Había regresado del exilio y cuenta en aquel programa mítico de TVE, que cuando era estudiante en la Academia de San Fernando, compañera de Lorca y Margarita Manso, se les ocurrió hacer una travesura que consistió en quitarse el sombrero en la Puerta del Sol. Fueron increpados, insultados, por los transeúntes, y tuvieron que esconderse. Esta anécdota me pareció muy visual y de ahí saqué el título de “Las Sinsombrero. Ellas rompen con las convenciones para ser unas mujeres modernas, más liberadas. Posteriormente, en 1930, hubo un movimiento, liderado por Ramón Gómez de la Serna, que se llamó “el simsombrerismo”, pidiendo a los hombres que se quitasen el sombrero “para que las ideas vuelen”.

    Tu trabajo es imprescindible para que cuando un anciano muere, no arda una biblioteca, como dice el proverbio africano ¿Contribuye también a ello, de manera tangible, hacer una ley da memoria histórica, como se ha hecho en España?

    Creo que la recuperación de la memoria tiene que ser una cuestión de Estado, aunque no únicamente. Cuando es de Estado, la memoria institucionaliza aquello que representa un país; algo que nos identifica y que de alguna manera tenemos que conocer. Si la memoria no forma parte de una idea de Estado deja, de algún modo, de ser memoria compartida. La memoria no tiene porqué ser alguno único, algo establecido o dictado. Pero una memoria de Estado es la única forma de mantener viva un relato de un pasado que nos une, que debe estar siempre muy vigente y en debate para que aquello que sucedió no se pueda repetir y para que, de alguna manera, interpele a la gente de hoy, a las generaciones actuales. Sin una memoria pública, su pervivencia se descarga sobre la responsabilidad individual. En la mayoría de los países de nuestro entorno existen leyes de la memoria histórica. 

    El exilio está muy presente en tu trabajo y, de hecho, en España está bastante presente el que se produjo al final de guerra civil del 36 ¿Se traduce esto en una especial sensibilidad de los españoles respecto a las personas que hoy lo padecen?

    Mi estudio y trabajo, mi mirada al pasado, de manera irremediable me hace reflexionar sobre el presente. Interpelar el pasado y consciente de él, nos conecta con el presente y el futuro. No me dedico a los exilios actuales, pero si al de hace 90 años. Y eso me hace ser consciente de lo que hoy ocurre y, sobre todo, que empatice con quienes hoy lo padecen. 

    También explicas en tu libro como muchas de las mujeres de las que hablas tuvieron que sacrificar su vocación en aras de la supervivencia familiar…

    Esta fue otra consecuencia del exilio. Seguramente, lo que yo pienso no es compartido por todo el mundo, especialistas incluidos. Trato de acercarme a las mujeres de las que hablo de la manera más directa, honesta… Sí que es cierto que, antes de empezar esta investigación, siendo aún muy joven, tenía una idea idealizada del exilio. Teníamos la imagen de Alberti, que parecía haber encontrado un refugio dorado. Pero cuando te sumerges en las vidas personales de las exiliadas y los exiliados, te das cuenta de que de dorado no tenía nada, sino todo lo contrario. Era una auténtica tragedia. No solo por haber perdido una guerra y con ello todo un proyecto de país, sino por sus vidas en un exilio que ninguna de sus protagonistas supuso nunca tan largo. Algo muy trágico. Siempre pensaron que aquello no iba a durar mucho, que se trataba de algo pasajero. Para mujeres que habían conseguido una cuota muy alta de autonomía, de libertad, el exilio es una losa. Recalan en lugares donde tienen que empezar de nuevo, con todos los condicionantes. Entre ellos, algunos muy poderosos como el hecho de tener familia, en algunos casos recién constituida. Así la carga familiar cae sobre ellas. Trabajan, pero tienen que hacerlo para supervivir. Algo que habían superado en España. Explica Silvia Mistral, autora de Madréporas, que escribía cuando la niña dormía. A todo ello, se unía la soledad, la ausencia de redes que, en España habían tenido.

    ¿Dónde están hoy las bibliotecas de las desaparecidas, a las que se refiere el proverbio africano?  ¿En las familias, los amigos, las hemerotecas…?

    Hay de todo. Para mí, el exilio es el que encontrado en las familias que me han acogido y me han contado sus historias. Esa es la gran fuente. Algunas aún siguen viviendo en los países a los que fueron, en México, Cuba, Argentina…Otras están aquí. En todos los casos, han sido inmensamente generosas conmigo, y me siento una privilegiada. Todo ello, teniendo en cuenta que la memoria oral se construye en los recuerdos. Algo que para mí es determinante, aunque me nutro de las sensaciones. Así, aunque un relato oral pueda no ajustarse del todo a la realidad documental, sí que me sirve cómo las familias recuerdan el momento, como estas mujeres transmitieron sus recuerdos a sus descendientes. Ahí se construye algo que el documento no puede ofrecer: la memoria emocional. Algo fundamental para poder entender sus vidas. Es muy importante como me cuentan esos recuerdos Paloma Altolaguirre, hija de Concha Méndez; Federico Arana, hijo de María Dolores Arana… Los momentos de emoción, los silencios, la nitidez de los recuerdos…son, en ocasiones, tan expresivos o más que los documentos.

    Las mujeres de las que hablas, “las Sinsombrero” residían en bastantes casos de Madrid ¿La ola del movimiento también se sintió en otros lugares de España? 

    Entre las mujeres de la generación del 27, en ese contexto de modernidad, obviamente, hay mujeres catalanas, vascas… Estrictamente, una de las características que definen la propia generación masculina del 27 es que muchos de sus protagonistas coincidieron en ese Madrid de los años 20. La Residencia de Estudiantes, la Escuela de San Fernando… Pero Madrid era una especie de espacio compartido, como centro neurálgico de la explosión creativa de esta generación. Con las mujeres ocurre algo parecido. Pero, en cualquier caso, considero que etiquetas, como la de las generaciones, ayudan a referenciar las cosas, pero no contribuye a conocerlas mejor. Sirven para clasificar, pero también esquematizan. Las protagonistas de aquella época a lo mejor no vivían en Madrid, sino en Barcelona, Bilbao, Valencia…, pero si que compartieron la misma experiencia vital y creativa.

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