A Laporta le cuesta terminar con la larga ‘cuarentena’ democrática del Barça

Joan Laporta

Hace muy pocos días, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom, ha manifestado que «jamás se ha estado en una mejor posición» para poner fin a la pandemia del coronavirus. Según sus cifras, en la segunda semana de septiembre se había el número «más bajo» de fallecidos desde marzo de 2020, por lo que «ya se puede ver la luz al final del túnel. El final está cerca».

Una solemne y trascendental declaración que ha venido a ratificar la plena recuperación de la normalidad en todo el planeta menos en el Barça de Joan Laporta, donde esa supuesta desescalada de la pandemia se ha desarrollado en la dirección opuesta como si, a medida que el resto de la humanidad dejaba atrás los horrores, los confinamientos, las cuarentenas y las medidas de seguridad, en el club azulgrana aumentaran extremadamente las precauciones, exactamente al revés que en resto del mundo. Los hechos demuestran esta singularidad.

En junio y octubre de 2021, en cuanto pudieron empezar a celebrarse actos multitudinarios como lo es una asamblea de socios del Barça, el presidente Joan Laporta, elegido por una mayoría indiscutible de los socios el 7 marzo de ese mismo año, convocó a toda prisa al órgano soberano del club con el doble motivo de recuperar el contacto personal y humano, tan necesario, y también de reanimar la dinámica democrática de la entidad, en parte aplazada a causa de la pandemia.

A partir de ahora nos vamos a ver mucho porque hay muchas cosas de qué hablar y también mucho que decidir entre todos”, fue la nada premonitoria sentencia del presidente en esa primera cita de junio de 2021 donde, principalmente, hubo que aprobar las últimas cuentas de Josep Maria Bartomeu, las primeras de unos de los ejercicio afectados por el impacto del coronavirus (2019-20). Una amplia mayoría respaldó la liquidación presentada entre vítores y continuadas e interminables halagos al nuevo presidente.

La siguiente asamblea, el 17 de octubre de 2021, sería la última de ese corto periodo de reencuentro con el formato secular y tradicional de la reunión anual con los socios, siempre presencial y dominada históricamente por el uso libre de la palabra entre los socios y su junta directiva, así como por el voto a brazo alzado, dos de los rasgos más representativos -junto con la apertura de las urnas cuando hay elecciones- del arraigado sentimiento de copropiedad y de ese espíritu democrático azulgrana que ha sido seña de identidad desde su fundación en 1899.

Puede que, con el paso del tiempo, ese breve lapso de normalidad social se recuerde amargamente como el último de los 123 años de historia del club, si el propio Laporta no le pone remedio y recupera el tipo de asamblea, abierta, interactiva y plenamente participativa, como contemplan y exigen los estatutos, después de haber convocado las dos últimas, la de Spotify y la de las palancas, bajo arresto telemático, invocando el terror de la pandemia cuando ya no había ningún tipo de alarma social.

Resulta evidente, aunque la prensa siga tapando este tipo de fechorías de la junta de Laporta, que si en junio y octubre de 2021 las asambleas presenciales eran posibles y saludables para la transparencia y la libertad de opinión y de expresión nada justificaba esconderse detrás del formato telemático en los meses abril y junio de 2022 para no dar explicaciones, manipular completamente su desarrollo, limitar las intervenciones y anular cualquier conato de crítica, aunque sea constructiva. Laporta ya no está para aguantar este tipo de situaciones susceptibles de ser adversas como las sufridas en la última asamblea abierta, octubre pasado, cuando casi se tuerce la votación para endeudarse hasta 1.500 millones con el Espai Barça y además no sacó adelante su propuesta de exterminio y liquidación de las Penyes.

El cabreo histórico por ese revés a su totalitarismo, por salir derrotado por los socios aquella noche, lo pagó el referéndum del Espai Barça, que ya fue telemático y sin ninguna garantía en cuanto a credibilidad, control ni escrutinio el 19 de diciembre de ese 2021.

Aquel fue el principio del fin, el origen de esa denunciable contradicción entre la reducción drástica de los obstáculos sanitarios para la recuperación del asociacionismo, esa libertad y ansia que reclamaba la sociedad catalana tras casi dos años de aislamiento, de vivir sin poder ir al Camp Nou entre otras cosas, y el severo mandato de Laporta de condenar al barcelonismo a la privación de sus más elementales derechos democráticos con asambleas a distancia, frías y bajo su absoluto control, impermeables a la vida social del club.

El calendario y los propios estatutos que exigen celebrar la asamblea ordinaria antes del 31 de octubre y en un día de partido ponen a Laporta frente a la tesitura de celebrarla en un formato cerrado o abierto, de apostar por las ventajas de la seguridad telemática -cuando menos, para los intereses de la junta- o de enfrentarse cara a cara a aquellos socios incómodos que le pidan explicaciones sobre las locuras económicas y financieras de este verano.

Nada justifica, excepto un decreto de la Generalitat -que, con carácter de urgencia, habilitó las asambleas, el voto telemático y el voto electrónico para eludir la rigidez de las prohibiciones sanitarias durante a pandemia-, que esta vez la asamblea del Barça recupere su naturaleza y esencia democrática.

Aferrarse a esa puerta legal para negarle a los socios la posibilidad de ejercer sus plenos derechos sería otra demostración de la deriva absolutista de Laporta y de su desacreditado talante democrático. Vendría a reproducir un escenario de pandemia no creíble y perverso, de miedo a enfrentarse a los socios, a sus preguntas y al ejercicio de la plena libertad de expresión.

Si Laporta no convoca una asamblea como las de toda la vida significará que ni quiere ni puede dar explicaciones, sobre todo aquellas que siguen pendientes sobre el acuerdo con Spotify, que se votó sometido a un acuerdo de confidencialidad, y sobre las condiciones de las palancas activadas, planteadas en la última asamblea como un acto de fe del cual respondería y aclararía con todo lujo de detalles, según dijo, llegado el momento.

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