La Cataluña de Estopa

La concesión de la Creu de Sant Jordi a los hermanos José y David Muñoz, los componentes del grupo musical Estopa, es un reconocimiento a la riquísima pluralidad cultural de Cataluña. Resulta inteligente y alentador que el Gobierno de la Generalitat, formado por dos partidos que se proclaman independentistas, haya decidido otorgar este galardón a los dos artistas de Cornellà, que hacen su exitosa producción en lengua española.

En algunas ocasiones, la Generalitat se ha equivocado a la hora de seleccionar a los merecedores de la Creu de Sant Jordi. Por ejemplo, cuando decidió otorgarla a Fèlix Millet, el saqueador confeso del Palau de la Música; a Enric Marco, que se había inventado su internamiento en el campo de exterminio nazi de Mauthausen; al sacerdote Josep Lluís Fernández Padró, acusado de abusos sexuales; a Carles Sumarroca, empresario involucrado en la trama corrupta de los Pujol y del 3%; o a Núria de Gispert, la furibunda ex-presidenta del Parlament que insultaba groseramente los no-independentistas a través de su cuenta de Twitter.

En Cataluña, las fuerzas progresistas y de izquierdas siempre han tenido muy claro que había que respetar la diversidad de las expresiones culturales que coexisten y normalizar su reconocimiento. Esto no es en absoluto incompatible con la defensa y la promoción de las lenguas catalana y aranesa, que son las propias y tradicionales del país.

El conflicto ha surgido con la obsesión de nacionalizar Cataluña, impulsada por Jordi Pujol a finales del siglo pasado. El objetivo final era imponer un canon de buen catalán, estructuralmente reaccionario y represivo. Este pack incluye, entre otras consignas de comportamiento obligatorio, el uso social exclusivo de la lengua catalana, desterrando al ámbito familiar el castellano y las otras lenguas que se hablan aquí.

Hay que decir, en perspectiva, que la estrategia de normalización lingüística que han desplegado, desde el año 1980, los gobiernos de la Generalitat ha sido un grave error. Solo hay que pasear por las principales ciudades del país y poner la oreja para constatarlo. La consideración del catalán como lengua de imposición –en especial, en la escuela y en los servicios públicos- ha provocado un efecto de rechazo en la comunidad castellanohablante, mayoritaria en Cataluña, que ha renunciado a dar el paso al catalán como un gesto de autoafirmación en sus raíces y su identidad, que considera agredidas y vulneradas.

Sin duda, había otra manera de fomentar el aprendizaje del catalán, haciéndola una lengua amable y empática, pero, una vez más, las prisas han estropeado este camino, tal vez más largo, pero que habría llevado a resultados más positivos para lograr su plena socialización. El fracaso de las políticas de normalización ha provocado, como reacción, una reacción de impotencia y de irritación en los sectores más intransigentes del catalanismo, que, últimamente, han caído en la infantil pataleta de convertir la lengua en una trinchera.

Por eso, el otorgamiento de la Creu de Sant Jordi a los hermanos Muñoz ha levantado ampollas en los sectores independentistas más hiperventilados, que han desatado su indignación y su proverbial mala leche a través de las redes sociales. Tenemos que dejar atrás el falso paradigma que la cultura catalana es solo aquella que se hace en catalán. La estigmatización de grandes creadores catalanes –pienso en Juan Marsé, en Joan Manuel Serrat, en Javier Cercas, en Rosalía, en Miguel Poveda…- por el hecho que se expresan en español es una grandísima miopía que nos hace más pequeños y más ridículos.

El futuro de Cataluña pasa por la integración armoniosa de todas las identidades y sensibilidades que compartimos este territorio en esta etapa de la historia. En la medida que aceptemos y asumamos esta realidad, nuestra lengua, por decantación, tiene más posibilidades de crecer y de expandirse.

Las palabras, expresadas en catalán, de los hermanos Muñoz al recoger la Creu de Sant Jordi son un verdadero programa político, surgido de la profundidad del corazón y la sabiduría de la experiencia, que nos interpela a todos. A pesar de las divisiones y heridas que han castigado a la sociedad catalana en los últimos diez años, hay un latido común que nos hermana y un consenso muy sólido que nos permite cultivar la esperanza.

PS.: La comarca del Bages ha vuelto a ser castigada por un violento y devastador incendio forestal. Ya hace 45 años que tenemos la Generalitat restaurada y ningún presidente ni ningún consejero han sido capaces, en todo este tiempo, de emprender una acción ambiciosa para limpiar los bosques, que están sucios y abandonados. La primera obligación de todo gobernante es la preservación del territorio y parece increíble que, ante las reiteradas advertencias que han hecho y hacen los ecólogos, no se hayan adoptado las medidas necesarias para impedir la propagación de los incendios.

Los políticos catalanes son unos maestros en el arte de quejarse. Pero hay que recordarles, una vez más, que tienen las competencias y los recursos económicos suficientes para poder hacer una política forestal orientada, prioritariamente, a evitar la incineración de nuestros bosques, que son el pulmón que nos oxigena. Además de crear miles de puestos de trabajo, el aprovechamiento de la biomasa sobrante sería un precioso recurso energético que dejamos perder miserablemente.

 

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