Osetia

Mientras muchos catalanes nos preguntábamos si aún seguiríamos siéndolo horas más tarde, mientras dudábamos de si conservaríamos nuestro derecho a una pensión o a la asistencia sanitaria, Carles Puigdemont y Elsa Artadi recibían en la residencia oficial del presidente a las comitivas próximas a Vladímir Putin. Cuentan al juez los asistentes a esas reuniones que eso sucedía apenas horas antes de que los anfitriones proclamasen la secesión unilateral de esta región europea. Cuentan que lo que negociaban era el apoyo del Kremlin al plan de su partido político: Dividir una nación de la Unión Europea de la mano de la principal amenaza de la Unión Europea. La oferta de los invitados Medóev y Sadovnikov fue de 10.000 soldados rusos y era muy verosímil porque era exactamente la misma oferta que les acababa de funcionar en Osetia del Sur, el conflicto que acabó con la vida de 500 personas, civiles en su mayoría.

Quien no haya seguido los detalles del caso Voloh puede sorprenderse al leer esto, pero en realidad la estrategia de prender fuego a Cataluña era bien conocida. De hecho, la investigación partió de escuchas relacionadas con la posible financiación con dinero público de Tsunami Democràtic, una aplicación para móvil con la que se decía a los seguidores dónde y cuándo había que quemar contenedores, cortar el AVE, cerrar el aeropuerto o asediar el Parlament. Antes de eso, miembros de un CDR habían confesado ante el juez, en el marco de la operación Judas, haber experimentado con la fabricación de explosivos con objetivos políticos, entre ellos la toma del Parlament. El juez aclarará si sus pretendidas conexiones con el Govern eran reales o eran delirios. En todo caso, la cúpula entera de los Mossos, excargos del Govern y algún ideólogo del procés ya nos habían contado que preveían una desgracia importante para el día del falso referéndum del 1 de octubre de 2017.

Julian Assange, experimentado en desestabilizar democracias de la mano de Rusia, se convirtió en el altavoz del procés en Twitter y anunció durante las semanas anteriores al 1-O “una nueva nación o una guerra civil” en Cataluña. Los líderes independentistas, no obstante, siguieron adelante con ese plan porque concluyeron (así lo han admitido varios de ellos) que se culparía a otros de esos muertos.

Los hombres de Putin no volvieron nunca a Barcelona porque enseguida entendieron que sus anfitriones no habían hecho los deberes. Ni tenían preparado un banco central ni tenían preparada la criptomoneda ni llegaban siquiera al 48% de los votos para poder “controlar el territorio”. Pero aquellas reuniones prueban que lo que vendían como “Dinamarca del Sur” era en realidad “Osetia del Sur” y que la “revolució dels somriures” se refería a un conflicto armado inspirado en el Cáucaso.

Y la pregunta sigue ahí, mirándonos a los ojos: ¿Cómo es posible que pasados cinco años de unos sucesos de tal calibre todavía no se haya pagado un precio político y permanezcan las mismas formaciones repartiendo los 40.000 millones de euros del presupuesto de la Generalitat?

Si no penalizamos en las urnas que un político nos ponga en manos de un autócrata peligroso, ¿qué democracia dejaremos a la siguiente generación? Cualquier otro populismo se sentirá legitimado para tomar caminos parecidos, escojan ustedes el que más miedo les produzca.

 

Daniel García-Castellanos / @danigeos / http://retosterricolas.blogspot.com/

 

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