«Pedro Sánchez tiene ‘la baraka’»

Entrevista a Raimon Obiols

Afiliado al Moviment Socialista de Catalunya (MSC) a los 17 años, lideró el PSC de 1983 a 1996. Ha sido diputado en el Congreso, en el Parlamento de Cataluña y en el Parlamento europeo. Entre sus libros, “El mínim que es pot dir: Memòries polítiques” (La Magrana). Ahora, sale a las librerías “El temps esquerp” (Arcàdia Editorial). Se considera un superviviente interesado en las cosas que pasan, y algo desconcertado por los cambios, que no lo son tanto en política. Forma parte del Grupo Pròleg.

 

¿Porqué el “tiempo arisco”y no, por ejemplo, veloz, liado o perplejo?

Estamos en un tiempo poco amable, a diferencia del que los franceses llamaron las “Trente Glorieuses«, que designa el periodo de una treintena de años que siguió al fin de la Guerra Mundial en 1945, hasta la crisis del petróleo de 1973. Estado del bienestar, luchas sociales con resultados positivos, pleno empleo, consumo de masas… Luego vino todo el alud ultraliberal, Reagan, la Thatcher, el 11 de setiembre del 2001, el terrorismo, las guerras en Próximo Oriente, el aumento de las desigualdades sociales, las crisis de las izquierdas, la falta de un proyecto de futuro más o menos fiable y, naturalmente, la crisis ecológica. Todo esto configura un panorama que, ahora, se ha agravado con la guerra en Ucrania. 

El “statu quo” global a la salida de la Segunda Guerra Mundial ha sufrido fuertes sacudidas como la desaparición de la Unión Soviética o la creación de la UE, pero ¿se puede hablar de un nuevo paisaje, teniendo en cuenta cuestiones como la rocosa hegemonía de los EE.UU.?

Está surgiendo una nueva situación, no diría orden porque se produce de una forma muy desordenada. Se percibe un mundo de potencias emergentes, sobre todo China, y de cierta forma Rusia, como se ve. Hablo en mi libro de Carl Schmitt, jurista, filósofo y político alemán, muy proclive al nazismo, que ve el mundo como una discriminación entre amigos y enemigos, sobre base territorial y de lo que él llamaba el grosland. No el espacio vital de Hitler, sino el gran espacio de las grandes potencias. Ahora, hay un juego de grandes espacios. De China en Asia, de Rusia en Europa Oriental y de los EE.UU. manteniendo su hegemonía, a veces de forma muy precaria. Si estamos entrando en un mundo “schmittiano”, de amigos y enemigos, haciéndose la guerra económica o militar, mal asunto. Habría que moderar esto.

¿Algo que, al pairo de la guerra en Ucrania, nos lleva al “occidentalismo”, una especie de nueva y superior identidad, que no permite réplica?

Esto es algo que está en la sociedad. Nuestras sociedades europeas occidentales han reaccionado sentimentalmente ante la invasión rusa en Ucrania, de una forma mucho más intensa de lo que se produjo con la guerra en Irak, por no hablar de las masacres en Ruanda-Burundi. Tampoco nos tiene que acomplejar. Aquí ha habido la discusión sobre si la ampliación de la OTAN a los países que formaban parte del área de influencia soviética ha sido vista como una agresión o amenaza en Rusia. Pero esto no exonera ni lo más mínimo a la estupidez criminal de la invasión. En el libro dedico un capítulo a la estupidez, de la cual lo de Putin es una muestra cabal. La estupidez, decía un economista italiano, es una muestra de inteligencia contra ti mismo. La guerra no es solo perjudicial para Ucrania, sino para los rusos y, probablemente, a medio plazo, lo puede ser para el mismo Putin.

¿La tan traída y llevada democracia, no está interpretándose de modo sacralizado, sino cosificado e instrumentalizado en interés propio?

Soy benevolente a esta sacralización, mientras no sea una excusa retórica hipócrita de los poderes establecidos. Pero la democracia es básica porque es único contrapoder de la gente corriente. 

¿Las dificultades para modificar la Constitución, en el caso de España, no es un síntoma de rigidez del propio sistema democrático?

En España es muy difícil mover la Constitución, porque nuestra historia colectiva es tan traumática que a la gente se le encoje el ombligo cuando se habla de cambiar algo. La Guerra Civil sigue ahí como memoria colectiva muy potente. Entre la gente joven no, pero en los de 50 para arriba es un elemento de constricción muy fuerte. 

¿Más difícil de entender son quizás cosas como la grosse koalition, entre conservadores y socialistas en Alemania, en un consenso que, según Campora, acaba con la democracia?

Luciano Campora es muy taxativo. Tiene mucho de Julio César. Políticamente, creo que no ha superado el hundimiento de la Unión Soviética. El consenso en España es hoy un enfermo, no sé si terminal, pero grave. Hay mucha polarización. En cualquier caso, no parece que en España pueda producirse algo similar a lo de Alemania, aunque ahora Feijoo ha hecho un giro aparentemente más moderado. Pero quién sabe. Creo que en España es inviable una coalición PSOE-PP. Otra cosa es que se desbloqueen los grandes colapsos, como el Poder Judicial o los medios de comunicación. Creo que en los próximos años vamos a tener mayorías de izquierda plural, con todas sus grandes contradicciones. Sánchez tiene la baraka. Hay que confiar en ello.

Como otro dato del “tiempo arisco”, hablas en tu libro de la confrontación de identidades colectivas…

Creo que son reacciones a la globalización y a las desigualdades. Cuando hay crisis, y una globalización tan potente, no solamente en el campo económico, sino en el cultural, aparece la tendencia a protegerse con la identidad. Es una cuestión compleja. Por ejemplo, en Cataluña hay que tener en cuenta que estuvo bastante acosada por el franquismo. La dictadura se ejercía en todas partes, pero en Cataluña adurió un sesgo cultural, lingüístico. Esto produjo una reacción de resiliencia cultural-lingüística, transversal. Otro factor que intervino fue Pujol, las elecciones en el 80… Se ha hablado, a veces como de un fantasma, de la sociovergencia. De la confluencia entre el socialismo y el pujolismo. Pero creo que hubo más PSUC-vergencia, porque a los comunistas les costó digerir que el PSC les adelantara. Lo consideraron una injusticia histórica. Cosa que en parte es verdad, porque el PSUC fue el gran partido resistente. Aún ahora, hay una cierta reminiscencia de esto.

¿Cómo se vivía el “procés” desde una sensibilidad tan próxima, implicada, familiar…, como la que seguramente tu compartías?

Mal, porque tuvo efectos sobre los afectos personales. Hubo muchas peleas de amigos. Por suerte, ha remitido bastante, pero ha sido perturbador. Creo que hay una gran sabiduría popular en Cataluña. Se aguanta todo. Hay grietas, pero no rupturas. Yo no veo una gran división etno-lingüística. Cataluña es un pueblo maduro, que ha visto de todo. Lógicamente, ha habido intentos de manipulación identitaria, pero no han prosperado. Ciudadanos, que nació en Cataluña, fue uno de ellos. Hubo grandes manifestaciones, como las convocadas por Societat Civil, pero, bueno, parece como si la sociedad lo hubiera encajado con madurez. Quizás todo esto es un deseo instintivo, pero creo que no hay grandes rupturas en la sociedad catalana. 

¿Qué paisajes se nos ofrecen a la vista, con el fin de la pandemia?

Hay algo no de neo-fascismo, pero sí de neo-autoritarismo ultraliberal. Una combinación de la agenda ultraliberal con fórmulas culturales y represivas autoritarias. Lo que fue Trump en EE.UU., que esperemos no vuelva. También puede salir un Trump 2, más listo y organizado, sería nefasto. En Francia, Macron ha ganado, pero es un triste consuelo. La desaparición del Partido Socialista Francés se puede teorizar, pero tiene una explicación: había en él una gran cantidad de cantamañanas. Se lo han buscado y se lo han merecido. 

Se habla mucho estos días de la división del mundo no entre capitalismo y anti-capitalismo o categorías históricas similares, sino entre autoritarismo y liberalidad ¿Dónde trazar las líneas divisorias en semejante campo?

Son imágenes, simplificaciones. Pero, sí, un discriminante democracia-autoritarismo juega un papel. Se están configurando nuevas correlaciones de fuerzas. China va muy fuerte, Rusia también, no en el terreno económico y diplomático, pero sí en el de la radicalización defensiva militar. Y EE.UU. administra la situación como puede. Estamos jugando a cosas muy graves. Biden se ha separado de cualquier escenario diplomático de negociación, porque, claro, ha llamado “carnicero” a Putin. Esto da grandes oportunidades a terceros, entre ellos a la Unión Europea. No veo una UE subalterna frente a EE.UU., en este momento. En Europa surgen dos perspectivas, una de un cierto relato unificador renovado, y otra de soft power, de modelo alternativo frente a los demás. El panorama es malo, pero no desolador. Abre posibilidades políticas, y solo la política nos va a salvar. Son tiempos, en fin, interesantes y como ya decía Aloysius, que “los dioses nos protejan”.

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