La presidenta del Parlament, Laura Borràs, es una de las personas con más ansia de protagonismo de la política. Vive su cargo, casi representativo, como si fuera la líder de un país o de un Gobierno; y busca constantemente la aprobación, el aplauso y el baño de masas. Pero cuando se trata de afrontar las polémicas o las cuestiones que más dudas causan, se esconde.
Desde que estallaron casos como el de Pau Juvillà, la desobediencia fallida y las mentiras que la acompañaron, las licencias por edad y los trienios de los trabajadores del Parlamento catalán, o las luchas internas a JxCat, Borràs no ha querido someterse a ninguna rueda de prensa. De hecho, se ha limitado a abusar de las comparecencias sin preguntas de los periodistas y a hacer declaraciones breves, como la del 8-M, donde solo se habla y se pregunta sobre la cuestión que se trata.
La semana pasada, Borràs quiso hacer, como los jefes de gobierno, un balance de su primer año, a pesar de no tener acción ejecutiva, pero sin que los periodistas pudieran preguntar. El enfado de la prensa fue tan grande que se organizó un boicot y un plantón para hacer el vacío a la presidenta. Se vio tan acorralada que tuvo que ceder y aceptar cinco preguntas para evitar el escándalo.
