Refugiados que ahora sí podemos acoger

Lo que no fue posible en 2015 y 2016, acoger de forma ágil sin incrementar el sufrimiento a los refugiados que huían de la guerra de Siria y otros conflictos bélicos, que llegaban a la Unión Europea por Grecia desde Turquía, ahora sí que está siendo posible con los millones de personas, que vienen huyendo de la invasión rusa de Ucrania. En 2016 Bruselas propuso repartir entre los diferentes estados de la Unión a 120.000 refugiados para liberar la presión en Alemania que acabó acogiendo cerca de un millón. Y entonces, unos sin disimularlo en sus expresiones públicas, otros con los hechos, casi todos los estados se opusieron. A España le tocaban 14.931, la mayoría de los cuales no vinieron.

En agosto de 2015, cuando ya habían llegado a Europa 292.0000 y se calculaba que a finales de año se llegaría al medio millón, el entonces máximo responsable de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, Antonio Guterres, afirmaba que la Unión Europea con quinientos millones de habitantes podía asumir sin problemas medio millón de refugiados que significaban el uno por mil de su población. Pero no fue posible. Los países del llamado Grupo de Visegrado formado por Hungría, Polonia República Checa y Eslovaquia se negaron de entrada. Otros como España o Italia daban largas y argumentaban que ya acogían a quienes llegaban en patera desde el norte de África. Y finalmente fue Alemania quien se quedó con la mayoría, más allá de que muchos refugiados querían ir a Alemania, Francia, Bélgica u Holanda porque era donde tenían a familiares o conocidos. Nadie quería quedarse en Grecia, Rumanía o Hungría.

Tras esta crisis de 2015 y 2016 la Unión Europea se empantanó en discusiones sobre si era necesario o no modificar el Reglamento de Dublín, reglamento que establece que es el primer país de la Unión que el demandante de asilo pisa o llega el encargado de tramitar la petición de protección internacional y hacerse cargo de ella hasta que en seis meses o en dos años se resuelva su solicitud. Y mientras tanto miles de solicitantes de asilo se quedaban retenidos indefinidamente en Lesbos y otras islas griegas donde todavía siguen muchos.

Las discusiones en la Unión Europea sobre modificar o no el Reglamento de Dublín quedaron paradas repentinamente con la llegada hace dos años del cisne negro, o hecho imprevisto que le da la vuelta todo, de la pandemia. Y al menos en el primer año de Covid se frenó de repente la llegada de migrantes y demandantes de asilo. Y ahora que se desvanecía la Covid en Europa, se decía que aprenderíamos la lección o aviso de la naturaleza, mientras economistas, antropólogos y epidemiólogos repetían que los humanos sólo evitaríamos la extinción de la especie cambiando de paradigma y yendo hacia un desarrollo diferente. Pero mira por dónde, de repente ha llegado un segundo cisne negro o hecho inesperado con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, y un nuevo flujo bíblico de refugiados. Y la supervivencia de la especie humana o una devastación global no peligra ya a dos siglos vista por nuestro modelo de desarrollo, sino a un mes vista por las decisiones que puede tomar Vladimir Putin si se ve acorralado y pulsa el botón nuclear.

Pero lo que fue imposible para los que huían del Estado Islámico, la guerra civil en Siria y también de la devastación que el ejército ruso hacía para evitar la derrota de Bashar en Asad, sí ha sido posible para los millones de ucranianos. No sólo porque los países antes más reacios a recibir refugiados, los del Grupo de Visegrado —Eslovaquia, Hungría, Polonia y República Checa— ahora les abren la puerta. Sino porque la Unión Europea ha activado un mecanismo de protección internacional ya previsto en la legislación comunitaria para acoger y dar de inmediato papeles y permiso de trabajo a los que llegan de Ucrania. Unos refugiados que más allá de que ahora sí se les quiere porque son rubios y cristianos, tienen unas diferencias a tener en cuenta a la hora de gestionar su acogida. No me refiero sólo a que son mujeres, niños y ancianos. Me refiero a que son personas que no han hecho el duelo. Que hace un mes pensaban dónde irían de vacaciones este verano ahora que se acababa la pandemia y si quizá comprarían un coche nuevo. Y no nos engañemos, dada la devastación que está provocando Putin, la mayoría no tendrán casas a las que volver. Y muchos de los que su casa no acabe destruida se encontrarán con que tampoco será fácil el regreso porque habrá sido ocupada por ucranianos que no se fueron. Así que no nos engañemos, si la guerra no termina ya, la mayoría de ucranianos que ahora llegan no podrán volver a vivir en su país.

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