«Las guerras las pierden siempre los pobres»

Entrevista a Luis E. Íñigo Fernández

Luis E. Íñigo Fernández

Doctor en historia contemporánea. Profesor de Instituto e inspector de Educación. Estudioso de la II República, hizo una tesis sobre los partidos republicanos moderados. Interesado en la divulgación histórica, ha publicado varios libros, incluido “Breve historia de la ciencia ficción” (Ediciones Nowtilus), su gran afición. Ahora, edita “Historia de los perdedores” (Espasa).

¿Cómo podemos interpretar esto de perdedores (y ganadores), tan antiguo y, paradójicamente, tan à la mode

Es verdad que esta dicotomía ganador-perdedor es como una clave del mundo contemporáneo, que es muy competitivo, y parece que siempre hay que estar del lado de los ganadores. Por eso, este libro pretende reivindicar a los perdedores, a quienes a lo largo de toda la historia, cuando ha habido un progreso social, se han beneficiado menos y cuando ha habido momentos de crisis han sufrido más. Sin ellos no se entendería bien la historia, aunque muchas veces se los ha silenciado, contando una versión de los hechos orientada a justificar a los vencedores. Con lo cual tenemos una visión del pasado tergiversada e incompleta. 

¿Ganadores y perdedores no resultan a veces intercambiables?

Uno de los temas del libro es el relato. Los vencedores imponen su relato y hace que tomemos como verdad su verdad, no toda la verdad. Ocurre también que la historia la escriben los vencedores, pero la reescriben los perdedores. A veces, la historia se revisa y se escribe desde otro enfoque. En ocasiones, los mismos que perdieron ganan después. El caso de Israel es arquetípico. Los judíos fueron muy perseguidos, pero cuando han construido su propio Estado, digamos que no han sido muy generosos con los palestinos. La historia es compleja y su reescritura es un fenómeno muy presente. Lo estamos viendo con nuestra II República, que ha pasado de ser la quintaesencia de todos los males con el franquismo a una especie de arcadia feliz para alguna izquierda. Algo que está propiciando una respuesta a la inversa en historiadores de derechas. Algo que, como dijo Benedetto Croce, corrobora que toda historia es historia contemporánea. 

¿En cualquier caso, la historia no parece estar dependiendo demasiado del color del cristal con que se la mire?

La historia tiene que servir para abrir los ojos, leer el doble mensaje de los políticos y desenmascarar sus intentos de manipular, de contarnos su película para que creamos que lo hacen bien. La historia es una herramienta de libertad. Por eso el historiador tiene que ser, sobre todo, el intelectual comprometido consigo mismo, con su honestidad. No con un partido, ni mucho menos con el poder. Si no, la historia no sirve para nada. La historia es el pilar de la democracia si se sabe enfocar bien. La verdad es que no estamos en ese camino, sino en una especie de guerra entre una visión enfrentada a otra. Por ejemplo, en su último libro, “Los arquitectos del terror”, Paul Preston dice que la Guerra Civil fue una conspiración de los terratenientes y de la Iglesia para acabar con un régimen de reformas progresistas. Una simplificación, porque hubo mucha gente que apoyó el golpe de Franco porque tenía miedo. Si no, resulta difícil de entender que su régimen se mantuviera 40 años.

¿Por qué la historia actúa como un oscuro objeto de deseo entre los nacionalismos?

La historia es una lanza para los nacionalismos. La usan como arma de manipulación. La idea es, por ejemplo, que la nación catalana existe desde tiempos inmemoriales y eso hay que demostrarlo. ¿Cómo?: Ocultando todo lo que no interesa y quedándose con lo que conviene. Yo pasaba los veranos en la Roca del Vallés, y en una ocasión leí en un libro de primaria de una niña de la familia que los símbolos nacionales de Cataluña eran la señera, la Virgen de Montserrat y algo más. Lo mismo que se decía en la España de postguerra. 

A propósito del nacionalismo catalán, resulta llamativa su apropiación de la historia reciente, como la propia democracia…

Y más sorprendente es todavía que la izquierda nacional compre ese mensaje, que manejan unos partidos que representan lo más reaccionario del panorama político. Porque el nacionalismo étnico da por sentado que existe un espíritu del pueblo (Volksgeist) que, aunque lo disfracen con referéndums, no es democrático. La Guerra Civil dividió a la población en Cataluña, como en el resto de España. Y la guerra de 1714 también, y la revuelta de 1640 fue del pueblo que pasaba hambre, no en favor de unas instituciones catalanas, que ignoraba.

¿Más allá de la historia escrita de perdedores y ganadores, no habría que hablar de los sufridores, de quienes acaban pagando el pato?

Son los perdedores por antonomasia. Víctimas de las decisiones que toman otros, sin haber participado en nada. Generalmente, son los más pobres, las clases populares, los colectivos marginados. Por lo menos exigen reconocimiento. Que las generaciones actuales sepan que la prosperidad de ahora ha costado el sacrificio de muchos, y que el sufrimiento sigue existiendo, también a nuestro lado. De eso habla el último capítulo del libro, “Los perdedores de la globalización”. 

¿Resulta fácil entender lo de perdedores-ganadores en una guerra, por ejemplo, pero qué decir de los perdedores estructurales, más allá del espacio y el tiempo, como es el caso de los gitanos?

De eso quiere hablar especialmente el libro. No habla de guerras, sino de grupos. Desde los neandertales, que desaparecieron y de los cuales hemos tenido una imagen de semisalvajes, los campesinos egipcios, los esclavos romanos, los siervos medievales, las brujas… Siempre los chivos expiatorios, los que tenían que soportar la persecución… Me acuerdo de un programa de televisión de los años 70, que se llamaba “La España de los Botejara”, en la que se cantaba una canción que decía que hubo una guerra en España, que la perdieron los poetas. Además, las guerras las pierden siempre los pobres, que los hay en los dos bandos. El soldado, que es carne de cañón, siempre es un perdedor. 

¿A pesar de su apariencia, habría quizás que entender el binomio perdedores-ganadores más en grises que en blanco y negro?

La palabra es “grises”. No podemos ver el mundo en dos colores o como en las películas del Oeste. Todo está lleno de matices. Entre los buenos hay malos y viceversa. Entre los ganadores hay perdedores y entre los perdedores, ganadores. En este sentido, la labor del historiador está en ser capaz de manejar esto, porque toda simplificación es una mentira. Cada capítulo del libro arranca con un guiño sobre un personaje simbólico, que nos presenta el colectivo. Algo que es más fácil entender que lo genérico.

¿El éxito y su contrario, tan en boga en muchísimos terrenos, no constituye de algún modo una sacralización del asunto? 

Habla el libro de los ancianos, que tienen mucho que ver con esto. Hay que cuidarlos, se decía en la pandemia, entendiendo que esto es dejarles encerrados en residencias. Que no se contagien ni mueran mucho, pero que permanezcan allí. Esto es fruto de esta sociedad hiper-materialista, en la que somos lo que hacemos, y en el momento en que dejamos de hacer no somos nada. Se nos aparta, diciendo, por ejemplo, que a los ancianos les gusta estar entre ellos. Cosa que no es verdad. A ellos, como a cualquiera, lo que le gusta es divertirse, vivir, enamorarse…, como a cualquier persona. Los ancianos son la quintaesencia de la deshumanización de esta sociedad que desecha todo lo que no es triunfo, no es éxito, no es mediático. Nos hemos convertido en objeto de consumo de nosotros mismos. Estamos obsesionados con la belleza física, con el vigor eterno. Y el ser humano no es eso.

¿Se puede hablar de algo innato que nos impulsa a competir, con su consecuencia de buenos y malos, o lo de ganadores y perdedores es más bien un constructo humano?

Nuestro cerebro, del que estamos tan orgullosos, además del neocórtex, incluye también nuestro pasado reptiliano, donde están nuestros instintos más feroces: la violencia, la lucha por la reproducción, la protección de la prole… Todo lo que no es racional, Y eso está ahí, No pensemos que ha desaparecido. Sale en las guerras, en la revancha, en la violencia… Dejamos de ser humanos y somos capaces de las mayores barbaridades. Eso explica muchas de las cosas que suceden en la historia ¿Qué es el ser humano actual? El mono de 2001, que, en lugar de un hueso, tiene un misil nuclear en la mano. 

¿Qué decir de los perdedores asociados al color de su piel?

Quizás lo primero, que el negro rico no es perdedor. La cuestión es que, en EE.UU., por ejemplo, no había negros ricos. En el racismo se relacionan ambas cosas. Pasa con los judíos en la Edad Media. Se acaba persiguiendo más a los conversos, a los que se acusa de falsos cristianos. 

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