¿Podremos detener la crisis climática?

Más allá de la actualidad de la covid, que ocupa mucho espacio en los medios de comunicación y en las tertulias, aumenta la preocupación por el cambio climático debido a que cada vez están más presentes los desastres naturales. Inundaciones, erupciones volcánicas, megaincendios, tsunamis, sequías o terremotos son noticia permanente.

Los ciudadanos están más sensibilizados sobre la necesidad de limitar el calentamiento del planeta y proteger el medio ambiente. En España, como en otros países, se ha aprobado una ley que pretende conseguir la neutralidad climática en 2050; es decir, emitir sólo los gases de efecto invernadero que puedan ser absorbidos por los espacios naturales y océanos del planeta. En España se están tomando medidas, como impulsar la transición energética con el fomento de las energías renovables. O, para descarbonizar la movilidad urbana, se está favoreciendo el uso de vehículos eléctricos y se dificulta el uso de vehículos de combustión de gasoil o gasolina. En Barcelona y Madrid se han creado zonas de bajas emisiones (ZBE), por donde no pueden circular coches de cierta antigüedad; ahora la zona quiere ampliarse a los 149 municipios que tienen más de 50.000 habitantes, y posteriormente a los que tengan más de 20.000.

La temperatura media mundial ha aumentado unos 1,2°C desde la época preindustrial, siendo la década de 2011 a 2020 la más cálida que se ha registrado nunca. Naciones Unidas organiza de forma periódica cumbres para buscar soluciones. La última ha sido la Cumbre para el Cambio Climático celebrada en diciembre de 2020 en Glasgow, donde se lograron ciertos avances, a pesar de que los compromisos anunciados parecen insuficientes para cumplir el objetivo para el año 2050 de limitar el calentamiento global a 2°C. Como punto más negativo de esta cumbre, no se logró que los países se comprometieran a realizar unas aportaciones de 100.000 millones de dólares anuales, que es el importe que se necesitaría.

La Agencia Internacional de la Energía ha calculado que el coste de conseguir que las emisiones de CO2 en 2050 no sigan subiendo sería del 3% del PIB. Si actualmente a la lucha contra el cambio climático ya se destina un 1% del PIB, los recursos adicionales necesarios se situarían en torno al 2% del PIB.

Si no se actúa, las consecuencias del cambio climático a nivel global pueden ser demoledoras. Provocarían graves daños económicos y sociales, como por ejemplo fuertes sequías que estropearían las cosechas y la producción alimentaria y supondrían nuevos riesgos para la salud. Un informe de la Comisión Mundial de Adaptación, creada por la ONU, sostiene que no actuar contra el cambio climático es mucho más caro que adoptar medidas de adaptación. Calculan que a escala global habría que invertir 1,63 billones de euros, que generarían entre 2020 y 2030 unos beneficios netos de 6,9 ​​billones de euros.

¿De dónde se deben obtener los recursos necesarios? Hay varias fuentes de las que se podrían conseguir. Si se hiciera una distribución más justa de la riqueza, todo sería más fácil. En el mundo cada año se producen productos y servicios por valor de 87,3 billones de dólares. La riqueza mundial se valora en 418 billones de dólares. El problema radica en que sólo una minoría del 1% de la población se beneficia realmente de ella.

Otra fuente que podría aportar recursos sería, por ejemplo, el gasto militar. Según el Instituto Internacional de Investigación por la Paz (SIPRI), con sede en Estocolmo, el gasto militar mundial en 2020 fue de 1.981 billones de dólares, equivalentes al 2,4% del PIB mundial. Los países que más dinero destinaron a la “defensa militar” fueron Estados Unidos, con 778.000 millones de dólares; China, con 252.000 millones; India, con 73.000 millones; y Rusia, con 62.000 millones. Si se consiguiera pactar que progresivamente los gastos de armamento se redujeran a la mitad, ya se dispondría de buena parte de los recursos necesarios.

El conocido historiador y filósofo Yuval Noah Harari, famoso por su libro Sàpiens, en un artículo titulado “Frenar el cataclismo no cuesta tanto”, muestra su preocupación por la evolución de la crisis climática. Afirma que los recursos económicos y tecnológicos están ahí y que lo necesario para afrontarla es más voluntad política. Esta afirmación es compartida por muchos, pero el choque de intereses poderosos frena y retrasa las actuaciones, que cada vez resultan más necesarias y urgentes.

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