29 años de «bla, bla, bla»

Hasta el 12 de noviembre en Glasgow se celebra la COP 26, la Conferencia sobre el cambio climático que comenzó el pasado 1 de noviembre y que ha llamado la atención incluso de los dinosaurios, como Frankie, una T-Rex que la semana pasada se hizo viral en redes sociales después de hacer un discurso en Naciones Unidas donde nos alertaba de que estamos provocando nuestra propia extinción. Hace ya muchos años que la convención marco de las NNUU sobre el cambio climático nació. Nada menos que el año de los juegos olímpicos de Barcelona, ​​1992, año en que ya se nos alertaba de la necesidad de reducir los gases de efecto invernadero. Estos 29 años podemos resumirlos llamando los acuerdos de Kyoto en el año 97, que obligaban a los países desarrollados a reducir sus emisiones un 5% anual entre 2008 y 2012 respecto al año 1990. El fracaso de la COP de 2015 en Cophenaguen, que terminó con un “tomaremos nota”; Los acuerdos de París de 2016, en los que por primera vez 195 países, desarrollados y en vías de desarrollo, se comprometían a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, fundamentalmente las de CO2. Llegamos ahora a la COP 26 en Glasgow, después de una pandemia que nos ha mostrado nuestra vulnerabilidad y nos alerta de la necesidad global, mundial, de hacer frente común. La clave de esta reunión, como nos alerta la T-Rex Frankie, es la de hacer frente a una realidad a la que llevamos años dando la espalda: Estamos cavando nuestra propia tumba. El consenso científico nos dice que si la temperatura de la tierra aumenta en 1’5º Celsius este siglo, aumentarán significativamente las probabilidades de catástrofes climáticas, conduciendo a migraciones masivas y conflictos internacionales. El problema es sin embargo que, en fecha 2021, la temperatura ya ha aumentado sobre el 1’1º Celsius y que en el año 2020, a pesar de la pandemia y el paro innegable de la actividad, se estableció un nuevo récord respecto la emisión de gases invernadero.

Nadie puede negar las consecuencias del cambio climático. Hace años que en países en vías de desarrollo se están observando. Asistimos ahora a las primeras consecuencias graves en los países del norte: las inundaciones en Alemania o los fuegos en Grecia, Estados Unidos o Canadá han golpeado a Occidente. Ahora sí que no nos viene de lejos. Ahora ya no podemos hacer la vista gorda. ¿Pero harán caso pero las élites gobernantes? China, de momento, ya ha demostrado su carencia de interés con su no asistencia a esta convención. ¿Y el resto? La transición verde tiene un coste económico elevado, y el miedo a perder competitividad puede hacer que se mire más por el corto que por el largo plazo. Por otra parte, si algo nos han enseñado la pandemia es que incluso en momentos de emergencia global no sabemos actuar sin desigualdad: la mitad de la población mundial todavía no se ha vacunado, sobre todo en los países del Sur. Hasta que los gobernantes no entiendan lo que está en juego, que es algo más que su poder, sus egos, el corto plazo, parece difícil redirigir la situación. De momento nos quedan los “Bla, Bla, Bla” de los que habla Greta Thunberg mientras llenamos nuestros diferentes cubos de orgánico, plástico, cartón y resto, intentamos hacer los trayectos cortos caminando o en transporte público (aunque cueste un dineral), reducimos el consumo de carne y nos quejamos porque en el supermercado encontramos envasados ​​en plástico frutas y verduras que ya vienen con la propia piel que los protege. Recicle, nos dicen. Nosotros hacemos caso. ¿Harán caso ellos de lo que requiere la humanidad o ganarán como siempre los intereses económicos?

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