«Nadie se para a pensar en el conflicto entre catalanes»

Entrevista a María Antonia Pérez Vega

María Antonia Pérez Vega

Fue una estudiante empedernida (Historia, Tecnología, Psicología), siempre intentando encontrar respuestas a las preguntas que se hacía. Ha trabajado durante dos décadas en el campo de la informática. Militó en Podemos, y forma parte del Consejo Nacional de Catalunya en Comú. Se reclama federalista.

 

¿Por qué seguimos planteando la “cuestión catalana” como algo entre Cataluña y España, cuando es obvio que, originaria y primordialmente, se trata de un conflicto entre catalanes?

Se sigue planteando así, porque al independentismo le interesa. Ellos, que son una parte, se constituyen en el todo para enfrentarse a España y vivir de ese conflicto. Y la izquierda alternativa, en lugar de denunciar y combatir esto, de algún modo e incomprensiblemente, se suma a ese marco.

Cosa que, a la luz de la historia, no es privativa de Cataluña, sino propia de los nacionalismos, que con el eslogan “un solo pueblo”, niegan la diversidad, se imponen al conjunto social y construyen un enemigo externo… 

Esto se hace deliberadamente, porque no es que se niegue solo el conflicto, sino que al negar a la otra parte ya no hay conflicto. Es decir, se niega la propia existencia de los otros que, en el caso de Cataluña, es por añadidura claramente mayoritaria. Y eso que no es solo cosa del nacionalismo, sino que se extiende a personas y colectivos ajenos a él, que comparten la opinión, reforzada por los medios de comunicación dominantes, de que el problema es entre España y Cataluña. Algo que, de manera generalizada, ocurre en la propia España, y hasta fuera de ella. Nadie se para a pensar en el conflicto civil entre catalanes. Se apela constantemente y de manera victimista al reconocimiento de la comunidad que se expresa en catalán, soslayando la existencia de los demás. 

En consecuencia, se está debatiendo sobre bases falsas, en torno a una irrealidad…

Se está negando la realidad, sistemáticamente. Recurriendo a la historia (tergiversada), inventándose agravios, refugiándose en la identidad…, acaba construyéndose un “supremacismo”, no exento de xenofobia, no solo hacia España y los españoles, sino hacia los propios ciudadanos de Cataluña. Cosa que ha emergido ahora, con el procés, pero que sospecho viene de lejos. No se quiere entender que tan catalán es comunicarse en lengua catalana como en castellano. Aquí se está negando la existencia de la mitad de la población de Cataluña, su razón de ser, en el mejor de los casos. Porque la cosa, más grosera e insultante, va de “ñordos” y fachas”, que es todavía peor. Los partidos que podían salir en defensa de esa parte “ignorada” no lo hacen, en algunos casos, con suficiente firmeza. Contaminados por la ideología y la comunicación dominante, se suman a la hegemonía nacionalista. Hegemonía que, como todos sabemos, se construye a base de poder, de todo un aparato mediático que apela a los sentimientos. Cosa que no siempre se escribe en positivo, porque hay sentimientos que son deleznables, como el “supremacismo”, que antes era cosa de cuatro descerebrados y ahora está en las instituciones. 

¿Cuándo se dice “Cataluña es una nación”, cabe preguntarse (más allá de lo irrelevante del asunto) en base a qué? ¿En que alguna vez pudo haberlo sido? ¿Por el catalán?

Si se hace valer la lengua, resulta que Cataluña es solo una parte. Pero hay folklóricos que, recurriendo a afinidades abstractas, concluyen que solo comparten éstas quienes hablan catalán. Espejismo que entra en franca contradicción con hechos como que entre los veinte apellidos más frecuentes en Cataluña no hay uno solo catalán ¿Qué se está reivindicando? Lo que si está clara es la correlación entre el nivel de renta y la adscripción al independentismo, como lo hay entre la lengua materna y el nacionalismo.

Con la particularidad de que, además, hay muchos catalanes que se comunican en catalán y no son nacionalistas. Cosa, que claro, también cuenta con su correspondiente epíteto insultante y despectivo: “botifler”, acuñado nada menos que en la Guerra de Sucesión

Hoy, más que nunca, todos somos una mezcla. El tribalismo, que carece absolutamente de fundamento, lo que defiende son privilegios, generalmente por parte de gente que tiene niveles de renta más altos y no admite que puedan ser compartidos. Cuando hablamos de balanzas fiscales, de déficit fiscal de Cataluña con el resto de España, siempre se ponen por delante los territorios ¿En pleno siglo XXI van a resultar más importantes los territorios que las personas? En Cataluña, la mayoría de la población tiene ingresos más altos que el resto de España. Me parece lógico que haya déficit. Según cualquier principio de justicia fiscal, deben pagar más los que más tienen.

Resulta también llamativo el sentido de la propiedad del que hacen gala los nacionalistas y compañía. Mi país, mi lengua, mi patria, mi pueblo…

Cosa que pone de manifiesto que la fiebre también puede ser colectiva, y contagiosa. Cuando salen miles a las calles, no son todos privilegiados, o tratan de sacar provecho de ello. Quien lo hace es la élite corrupta, tan corrupta como la que más. Se habla mucho de populismo, pero más populista que lo que ha hecho el “procesismo” no hay nada.

También se podría hablar largo y tendido de la ausencia del análisis de clase en el procés, por parte de la izquierda “alternativa”.

Salta a la vista que, mayoritariamente, el independentismo en más bien cosa de clases medias. En Cataluña, las clases bajas son castellanoparlantes. Claro que se deja el conflicto de clase, porque hay una identificación de la izquierda alternativa con el nacionalismo. Esa es la tragedia. Los que la vemos, tenemos una responsabilidad, porque hemos dejado huérfana de representación política a la mitad de Cataluña. 

¿Esta complacencia, cuando no glorificación, del pasado, que se hace del PSUC, no impide una necesaria autocrítica sobre la relación de la izquierda con el nacionalismo, en Cataluña?

Si, y cuesta reconocer que gente de estos partidos formaban parte de las élites. No era casual que Maragall, Pujol y otros muchos fueran a los mismos colegios. Evidentemente, eran élite, que queda muy bien reflejada en los apellidos que han hegemonizado el poder en la Generalitat y otras instituciones a lo largo de décadas, La famosa frase adjudicada a Pujol de que “catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña”, tenía una coletilla que decía “y que quiere serlo”. Algo que venía a decir que si no te opones a los que se adjudican la propiedad de pertenencia. Perdonando la vida. La ley de 1983, decía que nadie puede ser discriminado por razones de lengua en Cataluña, ha derivado en lo de “ñordos”, por usar el castellano.

Además, el mestizaje, que, como en cualquier comunidad moderna, es lo que más define Cataluña, experimenta cada día más vueltas de rosca con la llegada de los nuevos emigrantes…

La tribalización que promueve el nacionalismo catalán es completamente anacrónica, Solo responde a privilegios de muy pocos, aunque haya gente que se ha dejado fanatizar. Seguir cerrando CAP’s para pagar los gastos del procés tiene tela. Eso es algo que debería abrir los ojos a quienes sin conciencia crítica siguen apoyando el procés. Y si algo debería distinguir a la izquierda en este camino, es la visión autocrítica. Un impulso capaz de dar la vuelta a la sociedad catalana, llevándose por delante el viejo constructo de mitos, tergiversaciones, supuestos…, que se ha instalado en Cataluña. Cosa que pasa, ineludiblemente, por un cambio de visión total, por un reconocimiento, de su parte invisibilizada. Por la innovación radical de las cosas, de los derechos de ciudadanía… No se entiende que las planas mayores de la izquierda catalana no hayan salido en tromba a defender a la gente que está siendo insultada por utilizar el castellano. 

¿Está de moda en parcheo ideológico, refiriéndose por ejemplo al confederalismo, para eludir un debate claro sobre el desarrollo del federalismo en España?

Eso me repatea. Hablar de confederación es una forma de engañar al personal, y la gente que no entiende mucho de esa jerga lo acepta y así van las cosas. Para confederarse, primero hay que ser independiente. Cosa en la que coinciden con los que directamente se reclaman independentistas. O sea, de lo que se trata es de seguir cociéndose en la misa salsa. De adherirse al espíritu de campanario dominante, haciendo de cada menudencia casera un castillo. Ignorando realidades tan determinantes como, por ejemplo, nuestra pertenencia a Europa que, objetivamente, constituye nuestro horizonte vital. La pandemia de Covid ha contribuido a impulsar el federalismo en España y en Europa, y la izquierda sigue autista, si no abducida. Discutir si Cataluña es o no una nación, con la que está cayendo (pandemia, cambio climático, ascenso del fascismo, etc), resulta, pura y simplemente, una frivolidad de vía estrecha.

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