Cohesionar el país: marcas, sostenibilidad y espíritu olímpico

La pandemia del Covid-19, entre otros factores, nos ayudó a poner en valor el producto de proximidad. Como nos teníamos que quedar encerrados en casa, aprendimos a comprar por internet a los productores del Pirineo, o los agricultores de las huertas del Llobregat o de la Baja Tordera. Pero, lo que quedó claro es que se empezaron a establecer una serie de flujos del campo a la ciudad que hasta ese momento parecía que no habían existido nunca: como si durante años las áreas más metropolitanas hubieran vivido de espaldas a la realidad de la Cataluña más rural, y de repente se estuviera produciendo un proceso de descubrimiento.

Susana Alonso

No es aventurado decir que la Cataluña ciudad y la Cataluña rural han estado muchos años conviviendo sin que se conocieran mucho. Pero la desgraciada pandemia nos está ayudando a matizar la afirmación anterior. Estamos viviendo, porque tampoco nos podemos mover mucho, un proceso de reencuentro entre el interior y la costa. En términos politológicos: entre el centro y la periferia, y entre el campo y la ciudad. Quizás esta será una de las pocas consecuencias positivas que nos dejará la Covid-19: hemos aprendido que cerca de casa hay muy buen producto, hemos aprendido a hacer turismo de interior y alabar las maravillas del país como si fueran en el otro extremo del mundo, hemos visto que desde las segundas residencias se podía teletrabajar, y mucha gente ya ha empezado a protagonizar un éxodo metropolitano buscando espacios más abiertos y con más calidad del aire.

La imposibilidad de hacer grandes viajes ha sido bien aprovechada por aquellos municipios que se han querido reposicionar. El tiempo de pandemia puede haber sido provechoso para aquellos pueblos y ciudades de interior que han revisado su narrativa territorial para atraer nuevos turistas, talento e inversiones. Es que en esta era de glocalidad, todos los pueblos tienen la obligación de autoanalizarse y plantear qué puede ofrecer a su ciudadano y al nuevo visitante. Si bien las marcas de territorio se han entendido (muchas veces de manera equivocada) como un código de barras aplicado a los lugares, nada está más lejos de la realidad: los municipios que hayan trabajado mejor su marca, que hayan buscado un relato cercano a ciudadanos y compartido entre ellos, son los que más opciones tendrán de no caer en el olvido.

Se quiera o no, la pandemia y las restricciones de movilidad representan una gran oportunidad para recoser las áreas metropolitanas con el hinterland. Sobre todo porque aquellos pueblos de interior que hayan trabajado mejor su narrativa habrán tenido más oportunidades de convertirse en destinos turísticos para los ciudadanos metropolitanos, o incluso habrán podido empadronar nuevos vecinos venidos de zonas más densamente pobladas que habrán ayudado a mitigar la despoblación.

El reto de toda marca de territorio, sin embargo, es que esta no sólo pueda conseguir ser un buen dispositivo turístico, sino que perdure en el largo plazo como un activo imprescindible para la promoción económica y la planificación urbanística del lugar. En este marco también se inscribe el debate sobre si acoger (o no) unos Juegos Olímpicos de invierno en el Pirineo. La marca olímpica es muy potente y, desde el principio, no debería rechazarse como proyecto que permita mejorar la cohesión entre las zonas rurales y metropolitanas. Pero, ha quedado demostrado que acoger un macroevento deportivo no siempre es beneficioso a largo plazo. El éxito de Barcelona-92 se intentó reproducir en otras ciudades que ni mucho menos lo consiguieron, y algunas voces críticas desde la academia ya hablan desde hace años de que el COI «secuestra» -en palabras del profesor de la Universidad de Maryland John R. Short- las ciudades que acogen los Juegos en beneficio propio, y no de los ciudadanos.

Hacer de la marca olímpica una buena marca para el territorio, que entrelace las relaciones campo-ciudad, no es un debate de claros y oscuros. Las posiciones maximalistas no ayudan a hacer un buen análisis de las ventajas y los inconvenientes. Los debates sobre cómo se deben promocionar los territorios están indisociablemente ligados a los valores de la sostenibilidad.

El concepto de sostenibilidad debe ser un marco inspirador y que, a la vez, marque líneas rojas en la forma en que se trabajan los nuevos proyectos que deben permitir vertebrar y equilibrar el país. Al final, ya lo hemos visto con la misma pandemia: si no fuese por el calentamiento global, tal vez el SARS -CoV-2 ni habría nacido.

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