«La maté porque era mía»

«Y si vuelvo a nacer, yo la vuelvo a matar»… Esta era una de las canciones populares que yo cantaba cuando era pequeña. La historia es larga, pesada, y no se acaba.

El sábado 11 de junio, miles de mujeres salimos a las plazas de pueblos y ciudades para expresar nuestra indignación y nuestra rabia contra la escalada de agresiones machistas, esta vez con el asesinato de las hijas de la víctima, una de las maneras más crueles de hacer daño a una mujer. Sólo en este año, ya son 18 mujeres y 4 criaturas asesinadas.

¿Cuántos años llevamos saliendo a las calles y a las plazas para denunciar esta lacra social? ¿Por qué extraño, perverso y terrible mecanismo, tantos hombres pegan, queman y matan a sus mujeres, precisamente aquellas mujeres que han sido (y quizás todavía son) compañeras de vida y de cama? ¿Cómo se puede agredir en nombre del amor? ¿De qué clase de amor estamos hablando?

¿Cómo puede ser que una mujer tenga más posibilidades de recibir una paliza del hombre con quien ha hecho el amor que de cualquier otro desconocido? ¿Cómo puede ser que sesenta muertes anunciadas, perpetradas por la banda de maridos violentos, no consigan más que tímidas respuestas del conjunto de la sociedad?

El feminismo y su lucha han hecho avanzar a las mujeres en muchos aspectos. Yo, que viví en el franquismo, puedo dar fe de ello. Pero en cuanto a las relaciones en el ámbito de la pareja o en el ámbito sexual, estamos todavía allí donde estábamos. La prostitución aumenta, las violaciones en manada continúan y la violencia de género no se detiene.

En el patriarcado y su concepción del amor romántico, cuando una mujer dice «te quiero», implícitamente está diciendo: «Puedes contar conmigo», «quiero estar contigo» (acompañarte, escucharte, ayudarte… a ti y a nuestros hijos/as). Cuando un hombre dice «te quiero», implícitamente está diciendo: «Cuento contigo», «quiero que estés conmigo» (que me acompañes, que me escuches, que me ayudes… a mí y a mis hijos). Es como si el amor, institucionalizado así, fuera un carril de dirección única: de la mujer hacia el hombre. Si las cosas se entienden así, cuando una mujer se niega a continuar en este carril de dirección única, su hombre se siente con todo el derecho de agredirla, matarla, e incluso matar a sus propios hijos e hijas, para hacer aún más daño a aquella mujer suya que ha roto el pacto implícito del patriarcado: la sumisión de la mujer.

Susana Alonso

El 95% de muertes de mujeres por la violencia de sus hombres se ha dado en el momento en que ellas estaban tramitando la separación (o ya se habían separado). ¿Por qué algunos hombres no han aprendido a llorar las pérdidas, al igual que hacemos el resto de mortales? ¿Por qué los demás hombres no les orientan hacia una solución sin violencia? ¿Por qué tantos hombres se sienten interiormente solidarios con los agresores? ¿Por qué tanto miedo a que sus mujeres les abandonen? Este miedo compartido de muchos hombres da como resultado una gran complicidad con los agresores, aunque verbalmente e ideológicamente los rechacen. Esta complicidad, además, se institucionaliza, y acaba convirtiéndose en impunidad: legal, penal y social.

Y las mujeres, ¿por qué lo aguantan? A nivel psicológico, juegan también factores que se nos escapan. La lógica nos diría que nunca debe haber una segunda vez, que en la primera vez que un hombre agrede a una mujer, ésta, sencillamente, lo abandona. Pero no suele ser así. Y es que la primera vez que el hombre que dice (lo ha dicho) que te quiere, con el que compartes la casa, la cama, el sexo, los hijos…, con el que has tenido momentos bonitos, alegres y divertidos, y al que tú quieres…, cuando este mismo hombre te da la primera bofetada, la sensación de no entender nada, la sensación de perplejidad imposibilita una respuesta clara.

La gran mayoría de mujeres no estamos preparadas para esta película. Esto no es lo que nos han dicho, ni lo que esperamos, y mucho menos, lo que queremos. Y en la búsqueda de una respuesta coherente y válida, ya ha llegado la segunda, y luego la tercera, y así comienza un largo infierno.

Para acabar. Somos muchas y muchos los que nos estremecemos ante estos hechos. Pero no es suficiente. Debemos exigir medios para las mujeres, apoyo social, económico, familiar y, sobre todo, legal. Pero, también es necesario que todos aquellos hombres que no participan en la violencia activa cierren filas y se escandalicen, como hacemos las mujeres, y rechacen claramente las agresiones de sus colegas masculinos.

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