«Cataluña será de todos los catalanes o no será»

Entrevista a Roberto Fernández

Catedrático de Historia Moderna. Historiador especialista del siglo XVIII catalán y español. Impulsor y rector de la Universidad de Lleida, Premio Nacional de Historia. Entre sus obras está el gran Manual de Historia de España y Cataluña y el absolutismo borbónico: Historia y política. Acaba de publicar Combate por la concordia.


¿Concordia (ajuste o convenio entre personas que contienden), referida especialmente a los catalanes?

Durante ocho años, mi visión muy institucional de la Universidad pública, hizo que jamás hiciera ninguna declaración sobre el tema de Cataluña y sus relaciones con España, partidos, ni de nada que tuviera que ver con la política en general. De tal forma que los periodistas, cuando me pedían mi opinión sobre tal o cual cuestión del procés, ellos mismos, en broma, se respondían. “El Rector dice que la Universidad no opina de política”. Pero en ese tiempo sí que acumulé lecturas, sentimientos, reflexiones, discusiones… Tenía en la cabeza un libro que no acababa de ver en el mercado. Me pidieron una conferencia en la Universidad madrileña, en la que estuvieron Juan Cruz, Zarzalejos, Durán i Lleida… De ahí surgió la necesidad de expresar cosas que creo no se han dicho por parte de una buena parte de la literatura sobre el procés, y algunas propuestas que creo podrían ser interesantes.

¿A estas alturas del procés, la concordia no resulta algo que muchos tratan de relegar al espacio de las buenas intenciones?

En el procés ha habido tres víctimas principales. La primera, la razón y el realismo, que ha sucumbido a las pasiones, como elemento central de la política. Por lo tanto, creo que la sociedad catalana tiene que volver a la razón y el realismo. Tiene que silenciar las pasiones para poder volver a reencontrarnos los catalanes, e intentar buscar soluciones consensuadas. La segunda víctima ha sido la convivencia civil. Aunque sé que hay una parte de mis compatriotas independentistas que no están de acuerdo, hay muchos datos que demuestran lo que es evidente: que ha habido una división en la sociedad catalana, que conduce prácticamente a una fractura civil y sentimental, que afecta incluso a familiares y amigos. La tercera víctima es la postura que los catalanes hemos tenido con respecto a nuestro futuro y el de España, desde Antonio de Campany, a Valentín Almirall, pasando por el propio Prat de la Riba: el catalanismo hispánico. El nacionalismo independentista es otro paradigma político distinto, que ha visto al catalanismo como el enemigo a batir.  El catalanismo siempre ha dicho que España debe estar en Cataluña, porque Cataluña es parte de España.

¿Por dónde empezar a tratar las lesiones?

Frente a esa fractura, hay que oponer lo que llamo las tres “C”: conciliación, concordia y cohesión social. Tenemos que volver en Cataluña, a la hora de hacer política, a la cultura del respeto, de la tolerancia, del diálogo y la empatía. Porque en una nación puede haber muchos nacionalistas, pero si la nación se divide, al final no hay nación. En consecuencia, los catalanes tenemos que hacer un esfuerzo (en el que los políticos tendrían que ser los primeros) para en el Parlamento de Cataluña, donde reside nuestra soberanía parcial de los catalanes, discutir cómo alcanzar un gran consenso de lo que puede ser el futuro de Cataluña, manteniendo la cohesión social del pueblo catalán y no su división. Propuesta que tenemos que llevar al resto de los españoles, para intentar ver en qué medida se puede ir encauzando la actual situación. 

¿Cabe el nacionalismo en la razón, o es solo subproducto de la pasión, como históricamente parece haberlo sido?

En el libro indico que, frente a una derecha españolista, quizás demasiado rígida en sus planteamientos (que también es un inconveniente para buscar caminos de acuerdo) prefiero el patriotismo, y que no estoy a favor del nacionalismo. Porque el nacionalismo se convierte en una ideología que termina, necesariamente, siendo excluyente al crear un mundo binario entre “ellos” y “nosotros”. Pero que en Cataluña haya compatriotas que desean crear un nuevo Estado o que creen que eso sería lo mejor para el pueblo de Cataluña es absolutamente legítimo. Simplemente, les pido que reconozcan a los que pensamos que eso no sería bueno para Cataluña, y que perjudicaría también al resto de los españoles y al proyecto europeo. Los que pensamos eso tenemos que ser considerados también como catalanes, de forma absoluta y total.  Es, a partir de la existencia de esa bipolaridad social e identitaria, que tenemos que acudir al pragmatismo, sin ningún miedo. Cada uno puede tener su programa político máximo, como ocurrió, por ejemplo, en la transición. Pero hay que acomodar la práctica política a la realidad. Y la realidad es que tanta fuerza tienes tú como tiene otra gente en Cataluña, que piensa de forma totalmente distinta.  En la contraportada del libro, digo que en las actuales circunstancias si uno de los dos bloques que, desgraciadamente, ha creado el frentismo en Cataluña, piensa que puede derrotar al otro o intenta hacerlo, se equivoca absolutamente, y va en contra de los intereses de los ciudadanos de Cataluña.

¿Cómo puede abrirse camino el pragmatismo en una atmósfera tóxica como la que impera en Cataluña?

No digo que nadie renuncie a nada. Efectivamente, el nacionalismo obedece muchísimo más al romanticismo que a la Ilustración; a cuestiones identitarias que a la razón pragmática. Se puede tener un programa máximo, aunque sea por la vía sentimental, pero en política hay algo más importante, que es el realismo. No hay política sin realismo. Y si ese realismo dice que en hay gente que opina de modo totalmente contrario, u optas por la violencia o por reconocer que tienes que convivir y procurar que haya concordia y cohesión social, y que para eso es necesario que busques comunes denominadores. Para que Cataluña siga siendo es necesario que la hagamos entre todos los catalanes y para que ocurra es necesario que articulemos el realismo y el pragmatismo. El lendakari Urkullu tuvo la amabilidad de recibirme como Presidente de los Rectores, en el momento de Puigdemont. Me dijo que él seguía siendo independentista, aunque que creía que la independencia no era posible en el siglo XXI y que por encima de cualquier cosa estaba la cohesión del País Vasco. Eso es lo que yo quiero para mi Cataluña. 

¿El ADN nacionalista es capaz de modificarse hasta el punto de aceptar esto que se propone?

El pragmatismo tiene que ser practicado por todos los contendientes. Desde el punto de vista doctrinal, uno podría pensar que el nacionalismo no es pactista, aunque, por cierto, lo haya sido en los últimos 30 años de la historia de España. El pacto entre catalanes, mediante el realismo y el pragmatismo, intentando respetar, tolerar y dialogar para intentar crear concordia y cohesión social es una necesidad. Lo contrario es mozos a garrotazos, de Goya. Estoy dispuesto a combatir el fin del independentismo catalán, soy muy crítico con los medios que han utilizado, pero reconozco que son una realidad sociológica, sentimental, que no va a desaparecer por arte de magia. Pero ellos también tienen que saber que hay un mundo de constitucionalistas evidente, que tiene también una gran fuerza. Lo que yo digo es que hay que pactar, en el Parlamento de Cataluña, con la única línea roja de la legalidad. Se puede pactar todo desde la legalidad. ¿La reforma de la Constitución, si se hiciera, podría contemplar el derecho de autodeterminación de las Comunidades? Sí. ¿Qué hay que conseguir para ello? Una mayoría parlamentaria en Madrid, que lo apruebe. Como para cualquier ley. Eso se llama democracia ¿Qué hizo Ibarretxe? Fue al Congreso de los Diputados, expuso su plan de Estado asociado; el Congreso le dijo que no. Dimitió y el PNV adoptó otra línea política. No es verdad lo de la vía unilateral e insurreccional porque no se lo permita la Constitución española. 

¿Considera, como ha dicho Urkullu, que uno de los problemas más graves de la política catalana es el protagonismo que en ella han adquirido entidades privadas, carentes de legitimidad política?

Uno de los fenómenos más dañinos que ha habido en la sociedad catalana ha sido el ataque a la institucionalidad. No es de recibo que cuando el Presidente Puigdemont tiene que decidir si convoca elecciones autonómicas u opta por la vía unilateral, algo de una enorme trascendencia, recibe en el Palau, sede institucional, no solo a la CUP o Esquerra Republicana, sino a Omnium y la ANC. Para Puigdemont, unos eran la verdadera Cataluña, y a los que no convocó no eran Cataluña. Es extraordinariamente grave que asociaciones de carácter privado tengan un papel de relevancia institucional que no les corresponde. 

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