«El terrorismo siempre ha actuado en secreto»

Entrevista a Ignacio Sánchez-Cuenca

Ignacio Sánchez-Cuenca
Ignacio Sánchez-Cuenca

Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Hace investigaciones académicas y participa en la esfera pública, con publicaciones y colaborando en diversos medios. Es autor de La desfachatez intelectual (Catarata) y Atado y bien atado (Alianza Editorial). Ahora ha publicado Las raíces históricas del terrorismo revolucionario (Catarata).

 

¿Es el terrorismo el arma de los pobres?

Muchas veces se habla del arma de los pobres, o de los débiles. Creo que hay una parte de razón en esto. El término “terrorismo” está muy cargado de política. Se utiliza con fines deslegitimadores, para criticar. Desde un punto de vista académico, intento buscar un punto de vista más imparcial, que consiste en suponer que el terrorismo es el tipo de violencia que observamos cuando hay mucha asimetría entre las partes. Cuanto más débil es una parte con relación a la otra, cuanto más débil es un grupo armado en relación al Estado, más probable es que, finalmente, recurra a tácticas terroristas. En este sentido, se puede interpretar el terrorismo como un arma de los débiles.

¿El terrorismo, básicamente, es un método, una herramienta, susceptible de ser utilizada por unos u otros?

Efectivamente, se utiliza con fines muy distintos. Las estrategias terroristas tienen un origen histórico claro en los anarquistas del siglo XIX, con la llegada de la propaganda por el hecho. Entre sus grandes usos, el terrorismo ha sido utilizado como un instrumento para provocar una revolución, que es lo que pretendieron los anarquistas, y que luego han repetido muchas organizaciones extremistas de la izquierda. Pones bombas o asesinas personas de las fuerzas de seguridad del Estado con la idea que de que las masas abran los ojos, se movilicen y participen en un movimiento revolucionario. Así, el terrorismo sería la chispa que va a encender la mecha. Otra forma de utilizarlo tiene que ver con movimientos de carácter nacionalista, que reivindican un territorio y meten presión al Estado para que termine haciendo concesiones. Por ejemplo, para que Gran Bretaña se olvide de Irlanda del Norte y esta se pueda reunificar con la República de Irlanda. O que el País Vasco celebre un referéndum de independencia. En cualquier caso, estos movimientos siguen una lógica distinta al del terrorismo izquierdista. Hay también un terrorismo de extrema derecha, que ha sido frecuente en la historia. Pretende, mediante atentados indiscriminados contra la población civil, generar una sensación de ansiedad, de terror, que cree las condiciones para un golpe de Estado.

¿A la luz de fenómenos como el llamado “terrorismo islámico”, podría hablarse, asimismo, de un terrorismo religioso?

Con esto mis colegas no suelen estar de acuerdo, pero creo que la oleada de terrorismo islamista es como una irradiación del terrorismo revolucionario, de izquierdas. No comparte casi nada con este, pero sí la idea de que hay que sustituir a los regímenes existentes para convertirlos en otra cosa. Los grupos de extrema izquierda usaban la violencia para tratar de conseguir regímenes socialistas o comunistas. Los islamistas no han inventado nada nuevo. Lo que han hecho es llevar las estrategias terroristas hasta el extremo.

 ¿En contra de lo que parece, el terrorismo no está en realidad muy teorizado?

Si, el terrorismo está muy estudiado y teorizado. Menciono en este libro que uno de los principales teorizadores de la violencia terrorista de izquierdas fue un español exiliado, del que nadie habla en España: Abraham Guillén. Luchó en la Guerra Civil. Encarcelado por el franquismo, huyó de la cárcel y pudo irse a Argentina, y luego a Uruguay. Fue el gran teórico de lo que se llamó la guerrilla urbana, que yo llamo terrorismo revolucionario. Distinguió muy bien las condiciones para hacer la revolución en un país más rural, como era Cuba, con la estrategia de Fidel Castro y del Che Guevara. Pensó que eso no tenía sentido en países más desarrollados, como Argentina y Uruguay, y teorizó sobre la guerrilla urbana. Casi siempre hay algún teórico detrás de estos movimientos. En el caso del islamismo, por ejemplo, aunque también es poco conocido, hay un sirio, que estuvo viviendo en España hasta el atentado de marzo de 2004: Al Suri. Escribió un tratado de mil páginas sobre la violencia en los movimientos islamistas.

¿De todos modos habría que hablar más de terrorismos, en plural, que de terrorismo?

Hay muchas variedades, pero creo es posible encontrar una raíz común en todos los tipos de terrorismo. Yo he defendido que un factor compartido por el terrorismo es la lucha clandestina. Esa es la diferencia con las guerrillas. Las guerrillas controlan un territorio, se hacen fuertes en las montañas, o donde sea, y se transforman en una especie de Estado en la sombra, que ejerce una autoridad sobre la población local, extrae recursos, imparte justicia, etc. Pero el terrorismo siempre ha actuado en secreto. Por eso, es un recurso que utilizan los más débiles. Los que ni siquiera tienen la capacidad de enfrentarse a un Estado directamente, como lo hacía la guerrilla colombiana, salvadoreña…, o el propio Vietnam.

¿Por qué, en el caso de Europa, surge el, digamos, neo-terrorismo en países como Alemania, Italia o España?

Este es el corazón del libro. A corto plazo, las movilizaciones del 68 no tienen consecuencias políticas. Supusieron un cambio social muy importante, eso sí. Se extendieron por todo el mundo, desde Francia a los EUA o Japón. En algunos de estos países surgieron grupos armados y en otros no ¿Por qué? Echando la vista atrás, se ve que solo surge un terrorismo de izquierdas fuerte en aquello países que en el período de entreguerras tuvieron dictaduras fascistas. Japón, Alemania, Italia y España son los países principales. También en Grecia, donde hubo un grupo importante: 17 de Noviembre. En cambio, los países que mantuvieron la democracia en los años 20 y 30, cuatro décadas después, no vivieron el terrorismo. Esta es la tesis central del libro. Aquéllos regímenes derechistas reprimieron mucho a la izquierda, que se radicalizó. Después del 68, esa tradición de radicalismo ideológico se tradujo en grupos armados.

¿Existe vinculación entre el izquierdismo (entendido como enfermedad infantil del comunismo) y el terrorismo?

Claramente, el terrorismo de izquierdas de los años 70 y 80 es consecuencia de este izquierdismo. Hay un exceso de voluntarismo en la creencia de que un pequeño grupo armado pueda desencadenar una revolución en países industrializados. Desde el punto de vista de la izquierda clásica esto era un delirio. Estaban muy influidos por las experiencias de algunos países del tercer mundo. Cuba (1959) y Argelia (1962) fueron cruciales. Todos estos grupos fracasan. Los movimientos de la autonomía, que dicen que los partidos y los sindicatos no representan a la clase trabajadora. Esto fue el caldo de cultivo intelectual en el que fermentó la violencia armada de la extrema izquierda.

Pero los comunistas siempre estuvieron en contra del terrorismo…

Pensaban que la lucha armada tenía que estar protagonizada por las masas, un ejercicio de conciencia de clase. Por el contrario, el terrorismo representaba una pequeña vanguardia que se echaba sobre sus propios hombros la responsabilidad de hacer la revolución. Lenin, Trotsky… siempre fueron muy críticos hacia el uso de la violencia armada por parte de una vanguardia clandestina, que es el terrorismo.

¿En la lucha clandestina, el enemigo acaba siendo la policía que, naturalmente, puede infiltrarse en los grupos terroristas?

Al ser organizaciones clandestinas nunca se tiene una información fiable de lo que ocurre en su interior. Eso da pie a que puedan producirse visiones conspirativas. En el caso de España, siempre hubo sospechas de que el GRAPO era un grupo teledirigido por los servicios secretos. Gente como Pío Moa podría confirmar esa idea. En Italia también se especuló mucho sobre las Brigadas Rojas. Se ha dicho que Moretti trabajaba para los servicios secretos. Pero, en todo caso, su influencia no fue determinante. Las similitudes ideológicas y políticas entre los grupos ponen de manifiesto que se trataba de fenómenos con calado social.

¿En definitiva, el terrorismo se percibe como el nuevo Gran Diablo de nuestros días?

Es el Mal, con mayúscula. De hecho, los conservadores americanos decían, a raíz del 11 de Septiembre, que es el mal, y el mal no tiene explicación. Pero, a pesar de todo, el término terrorismo tiene una referencia más o menos objetiva, que si lo despojas de todas esas capas políticas no es más que violencia armada llevada a cabo por grupos clandestinos.

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