No era nada

“Pays basque et liberté” es el título de una película de Thomas Lacoste, en la que, sin cortarse un pelo, hace apología de ETA, con la complicidad de un elenco de cómplices en las más diversas materias que, con la boca abierta, se preguntan por qué no pasó nada con su desaparición.

Traducido al euskera, “Pays basque et liberté” quiere decir “Euskadi ta Askatasuna”, nombre propio de ETA. A lo largo de 52 insufribles minutos, politólogos, ex-políticos, profesionales de la paz, analistas y observadores (en muchos casos solo de sí mismos), personajes autóctonos y foráneos, algunos remunerados…, opinan, doctos, “connaisseurs”, de la tragedia. Tratan de explicar, según el realizador “le chemin tortueux qui a mené au choix de la paix, en dépit des États français et espagnol (…) alors que la guerre des mémoires a commencé”.

No faltan nombres conocidos (Gerry Adams, Raymond Kendall, Jonathan Powell, Rufi Etxebarria, Iñaki Anasagasti, Arnaldo Otegi…), en un reparto cuidadosamente seleccionado para obtener lo que se persigue: lavar la horrible imagen de ETA, ensalzar el nacionalismo vasco y, de entrada, apuntalar una estrategia de largo alcance que persigue la impunidad. Forma parte de ella una doble página de apoyo a Josu Ternera, publicada en el diario francés “Libératión”, con las firmas tan ilustres como las de Toni Negri, Jacques Ranciere, Alain Badiou y Étienne Balibar.

Especial mención por su cinismo, para Iñaki Anasagasti, el mediático dirigente del PNV, tan lisonjeado a su paso por las Cortes. Sin perder la sonrisa, achaca en exclusiva al franquismo toda la responsabilidad del nacimiento de ETA, como si antes que Franco no hubiera existido Sabino Arana. Peor aún, si cabe, Eugenio Etxebeste que, sin caérsele la cara de vergüenza, constata que, “como antes lo hicimos, lo seguiremos haciendo, ahora por otras vías”. 

El coro, frívolo, repite por activa y por pasiva lo majos que son los nacionalistas vascos y que lo fue su brazo armado. Apuntando siempre contra España (y, de paso, Francia), no faltan quienes, doctos, vanidosos…, pronostican que ETA fue aplastada por la maquinaria represiva del Estado, pero que el “problema vasco” subsiste y, en consecuencia, rebrotará. 

No faltan quienes se quejan de que el fin de ETA no se ajusta a los cánones teóricos generalmente aceptados y, en fin, hay quien acaba preguntándose por qué no pasó nada cuando ETA desapareció.

Ni el documental, ni sus protagonistas, ni los que participan de la épica nacionalista, ni siquiera de algunos que dicen reprobarla, quizás se han parado a pensar que cuando ETA desapareció no pasó nada, porque ETA era nada. Un cascarón hueco, un armatoste zombi que, desde hacía años, había prohibido a sus militantes hablar de política, una deriva loca, abstraída de cualquier realidad, un delirio en el que solo ardía la llama sagrada del nacionalismo, el huevo de la serpiente. Pero la nada, también mata.

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