El modo, absolutamente lamentable, en que se despidieron algunos de los precandidatos, Emili Rosaud, Agustí Benedito, Jordi Farré y Fernández Alá principalmente, ha avergonzado al barcelonismo y puesto en ridículo a la prensa masivamente por priorizar en muchos casos la atención sobre algunos de ellos sin aplicar un criterio deontológico serio y razonable.
El presunto trato de equidad a la hora de tratar a unos y otros, los eliminados y los finalistas, tampoco ha sido tal, razón por la que todavía ha sido más lamentable y desviada la actuación de los medios, sobre todo por las evidentes muestras de partidismo hacia determinados precandidatos que a la hora de la verdad no han contado para los socios.
Las barbaridades y el ridículo comportamiento de todos ellos, aspirantes mediocres embusteros, y medios de comunicación, han contribuido al menos a convencerse ellos mismos y a la verdadera opinión pública barcelonista de repudiar para siempre un formato electoral sin filtros y descontrolado como hasta ahora. A tener en cuenta que otros socios como Ferran Estrada, Pere Riera y monigotes movidos por medios de comunicación como ha hecho la Cadena SER han bajado aún más el nivel y el triste escenario de programas, tertulias y escritos que se han tomado en serio o en broma una parte de las elecciones impresentable.
Especialmente patético ha sido el comportamiento de Jordi Farré, firmante y teórico líder del ‘éxito’ del voto de censura con más de 20.000 firmas teóricamente presentadas. Hoy este proceso aún huele más a chamusquina, pues además de la frágil y tensa relación de esa coalición en contra de Josep Maria Bartoméu, rodeada de peleas y negocios de reventa de papeletas entre los firmantes, Joan Laporta y Víctor Font incluidos, las cuentas siguen sin salir.
Las 6.000 papeletas aportadas por Jordi Farré en ese proceso contrastan con el que hecho de que no fuera capaz ni de informar sobre cuantas había conseguido para optar a candidato. Ni se saben ni se sabrá por qué razón mintió -nada infrecuente en su conducta- al asegurar que las entregaba al club y, una vez dentro, en las oficinas, iniciar una desesperada destrucción. ¿Cuántas tenía? ¿Las revendió como se sospecha?
En cualquier caso, la sombra de una gran farsa ha recaído sobre su personaje y sobre el proceso de voto de censura, pues los más de ocho precandidatos no han conseguido, pese a un enorme despliegue de medios, inversiones millonarias y el trabajo de centenares de voluntarios y equipos profesionales, superar la cifra de firmas validadas del voto de censura conseguidas en silencio y sin el menor esfuerzo aparente por parte de Jordi Farré. Las denuncias sobre la participación del aparato social, político y económico del soberanismo y del control del proceso de validación bajo una persona absolutamente gobernada por esta extraña y nueva comunidad barcelonista no han hecho más que alimentar la posibilidad de una gran conspiración.
De hecho, se especula ahora con que ese mismo aparato ha colaborado electoralmente con dos candidatos, Joan Laporta y Víctor Font, que han admitido sus conversaciones y relaciones con Carles Puigdemont además asumido sus expectativas de utilizar el club a favor de las acciones e intereses del independentismo. Eso aunque se empeñen en disimularlo porque ya no está tan de moda como meses atrás.
No hace falta abundar en las irritantes i agraviadas actuaciones de Agustí Benedito, que ni se molestó en dar explicaciones sobre porque se quedaba con sus firmas, o de Emili Rousaud que llegó a retirar las suya cuando ya se estaban recontando y después de que entre las suyas apareciera una papeleta de Benedito y la Junta Electoral le apartara 500 más que dudosas antes de declararlas nulas.
Más que ridículo, Rousaud estuvo a punto de meterse en un lío penal. No parece que él y sus otros compañeros de trapicheos sean capaces de volver a intentarlo. Para el barcelonismo ya no existen.
