El virus del guardés

Cuando por fin se desalojó a Jordi Pujol de la Generalitat mediante el complicado tripartito, su esposa exclamó: "es como si nos hubiesen echado de casa". Su sentimiento, lejos de aceptar la alternancia democrática, sugería que la Generalitat (y por extensión el territorio de la región) le pertenecía por algún designio ancestral. Uno de sus hijos también dejó una frase memorable: "eso es como cuando la casa del dueño es ocupada por el guardés" (el masover, en catalán).

La oposición que le hizo Convergencia al tripartito practicó todo el juego sucio posible a través de los medios que, por obediencia y por tradición, se lo debían todo. Especialmente relevante fue el papel de La Vanguardia, pero no fue el único. Hay que pensar que Convergencia estuvo cerca de 30 años en el poder autonómico y que a lo largo de ese tiempo hizo lo único que se le da bien: crear una red clientelar y de fidelidades cuyo referente en el cine sería "El Padrino".

Ahora, varios años más tarde, se repite la historia a nivel nacional. Algunos medios tratan la moción de censura que echó a Rajoy de la Moncloa y la posterior victoria socialista en unas elecciones como un golpe de estado, algo ilegítimo cuando no oscuro y sucio. Se trata de democracia, nada más. Y la democracia tiene, entre los valores que la hacen superior a otros regímenes políticos, algo tan crucial como es la alternancia en el poder, clave para mejorar dentro de los límites de lo legal, lo racional y lo consensuable. Es decir, la única forma pacífica y pactada de cambiar hacia lo que una mayoría amplia puede pensar, en un momento dado, que es lo que más le conviene a la comunidad.

La actitud de Pablo Casado, a veces moderado y otras furioso, responde de nuevo a aquel sentimiento de la esposa de Pujol: éramos los dueños de la finca y un guardés  nos la ha quitado. Puede ser una reacción emocional y, por lo tanto, humana, pero su exhibición es impúdica. Supongo que la alternancia de Casado (de la moderación a la furia) no obedece a un temperamento bipolar si no a los giros estratégicos a los que le obliga el nuevo actor de la política española. Vox ejerce, en España, el papel que llevamos unos años viendo en Cataluña, interpretado por la Cup. Aunque uno y otro partidos se posicionen en los extremos opuestos del tablero, en realidad interpretan el mismo rol, el actor pequeño (o mediano, en el caso de Vox) que empuja o arrastra a otro hacia lo furioso, lo patriótico en el sentido decimonónico y carlista.

Como antaño en Cataluña por obra de la Cup, Vox lleva a Casado hacia el terreno muy peligroso de la deslealtad. Incluso ante una crisis global, imprevisible y muy compleja. Para ello, juegan con las emociones más básicas, con lo más rastrero. Juegan con la muerte de los demás, que es el indicativo de la bajeza moral. Algunos han señalado la actitud de la oposición de derechas en Portugal, país que nos está dando varias lecciones de buena gestión y que se nos hace cada vez más apetecible como modelo. La derecha portuguesa se ha puesto en manos del gobierno y le ha deseado toda la suerte del mundo. Seguro que cuando pase la crisis vendrán los análisis, las valoraciones y se pasarán las facturas pendientes. Por supuesto. Pero, desde luego, ahora no es el momento, ya que la agitación contra el gobierno solo lleva más incertidumbre a la ciudadanía.

En este sentido, es reseñable que tanto Vox como la Cup se opongan a las medidas gubernamentales, y que ambos citen la noción de ‘pueblo’ en su discurso. Llegará el momento de las evaluaciones. Tanto a los alumnos como a los profesores se les evalúa a final de curso, pero jamás durante el curso y mucho menos cuando surge un problema grave. Llegará el momento de valorar la gestión de la crisis, de poner sobre la mesa la deslealtad terrible de Vox por un lado y la de Torra por otro. Y de Casado, quién como Torra, aunque con algo más de moderación, se desliza por la pendiente de la irresponsabilidad.

Leo a la prensa de la derecha atónita con la ‘popularidad’ de Sánchez en las encuestas. Eso nos cuenta que la mayoría de los ciudadanos somos más sensatos que ella, lo cual es una buena noticia de la que deberían tomar nota. Asustar o hablar de golpes de estado, de comunismo totalitario y de sandeces similares es fruto de un mal cálculo y de un pésimo sentido de la responsabilidad que, en el caso catalán, inhabilita a Torra con más contundencia que un juez.

(Visited 70 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

HOY DESTACAMOS

Deja un comentario