Derroche ecológico y social

Para mantener en funcionamiento el actual sistema productivo, distributivo y comercial se necesita mucha energía. Junto a las renovables solar, eólica e hidráulica, se usa la desacreditada nuclear y, desde hace siglos, la combustión del carbón, los derivados del petróleo y el gas. Estas energías, según muchos científicos, producen gases con efecto invernadero que, al no existir capacidad de absorción suficiente, incrementan la temperatura del planeta con resultados contraproducentes para la vida animal y vegetal, y pueden llegar a lesionar el entorno ecológico irreversiblemente. Contribuyen a ello también los efluvios de la ganadería intensiva y los de la sobreabundante humanidad.

Otros científicos, como el primo de Rajoy, dicen que no hay para tanto. Sea como fuere, en lo que seguramente podemos coincidir es que ya hemos ensuciado bastante la tierra, el mar, la atmósfera y el espacio exterior circundante en el planeta con miles de artefactos, muchos ya inservibles, que vuelan indefinidamente sobre nuestras cabezas. Y también que seguimos malgastando energía, como, por ejemplo, cuando para desplazar a una persona de 70 kg utilizamos la necesaria para mover un coche de 1.000 kg.

Esta situación de escándalo ha obligado a declarar la emergencia climática por parte del Parlamento Europeo y a la reunión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, con la esperanza de que se produzcan decisiones ejecutivas que tengan que cumplir los diversos estados y no sólo buenas palabras. Abundando en las contradicciones, esta conferencia se ha celebrado en Madrid, donde el Ayuntamiento y la Comunidad no dan muestras de ejemplaridad en esta cuestión.

La COP25 se tenía que celebrar en Chile. Se ha hecho en España por los disturbios que se han producido en este país hermano y que la han dificultado. Las protestas de la ciudadanía chilena se dirigen especialmente a conseguir reformas estructurales que generen una sociedad más justa. Esto pasa en otros muchos países, incluido el nuestro, a pesar de que aquí parece que se deriva más hacia la "libertad" de la patria de unos o la "unidad" de la patria de otros.

El último simulacro de movilización social se hizo con ocasión de la sentencia del Tribunal Constitucional que declara admisible el despido procedente del trabajador por bajas médicas continuadas debidamente justificadas. Para mostrar su desacuerdo, los sindicatos han hecho concentraciones ante determinados edificios del Estado, un día laborable a las 12 de la mañana. Cómo que no se declaró previamente una huelga general parcial, a la concentración en Barcelona sólo asistieron unas 200 personas, mayoritariamente liberados sindicales, y algunos jubilados. Si hubiera sido por la "libertad de la patria subyugada" habrían asistido unas 200.000 personas, liberados de la Generalitat y de los ayuntamientos, algunos con la vara, otros jubilados, que han visto una luz antes de la del final del túnel, y algunos estudiantes aburridos con ganas de gresca. Nada que impida la celebración de magnos acontecimientos internacionales en la capital.

En mi juventud, el Seguro Obligatorio de Enfermedad era un medio para reincorporar el trabajador al trabajo tan rápidamente cómo fuera posible, puesto que su oficio era necesario para la producción. En la actualidad la sanidad pública es independiente del trabajo, aunque facilite, si se tercia, los informes de baja, y es poco habitual el trabajador que es necesario para la producción, puesto que tal como se está organizando casi todos empiezan a ser prescindibles y perfectamente sustituibles con facilidad.

Las necesidades ecológicas y las de los trabajadores son ajenas a la configuración del actual sistema productivo, que se dirige, exclusivamente, a la obtención de beneficios para los accionistas. Estos accionistas empiezan a ser indirectamente, en buena medida, los mismos trabajadores, que ponen sus pequeños ahorros en planes de pensiones privados y en fondos de inversión. No ven ni un duro porque los gestores, al servicio de los capitalistas de verdad, se retribuyen los dos con emolumentos exorbitantes mientras dirigen el invento sin ningún tipo de responsabilidad empresarial puesto que, en definitiva, ellos sólo gestionan el capital de otros.

Reclamaciones sobre responsabilidad social y ecológica, al maestro armero.

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