¿Qué quiere esta gente?

Independencia no rima con responsabilidad. Desgraciadamente, los movimientos tácticos que han emprendido el presidente Carles Puigdemont y el vicepresidente Oriol Junqueras para conseguir el sueño de la República Catalana ya tienen unas consecuencias demoledoras para el conjunto de la sociedad que, según nos han prometido, tendría que ser la grande beneficiada. ¡Y dicen que todo lo hacen «en nombre del pueblo» y «por mandato del pueblo»!

No es sólo el cambio masivo de las sedes sociales de los bancos y de las empresas más importantes de Cataluña, al que acabará siguiendo, tarde o temprano, el de los centros de producción. El traspaso de cuentas bancarias hacia otras ciudades españolas continúa imparable y esto implica, objetivamente, una descapitalización de nuestro país. La incertidumbre en la que todos vivimos provoca que la economía catalana -muy dependiente del turismo y de las exportaciones- se esté parando y, en espera de los datos oficiales que lo certifiquen, esté entrando en recesión.

Hay otro aspecto pernicioso, más difícilmente cuantificable pero que podemos detectar sólo poniendo la oreja, que provoca la actuación del actual gobierno de la Generalitat y de la mayoría parlamentaria (Junts x Sí y la CUP) que le da apoyo: el estrés, la angustia y el malestar emocional por la inestable situación política que vivimos desde hace unos meses han conseguido alterar el equilibrio mental de una gran parte de la sociedad catalana. Y esto, que afecta especialmente a los menores de edad y a la gente mayor, resulta especialmente imperdonable.

Se nos habla de los «dos millones» de independentistas que se movilizan siguiendo las indicaciones que se hacen desde el estado mayor del procesismo. Pero, ¿qué pasa con los cinco millones de catalanes adultos que no nos sentimos concernidos por estas consignas y que mantenemos un escepticismo crítico con el presidente Carles Puigdemont y el vicepresidente Oriol Junqueras? La Generalitat tiene las cuentas intervenidas por el Estado, arrastra una deuda de más de 75.000 millones de euros, la Unión Europea no quiere oir ni hablar de la secesión de Cataluña, la EFTA tampoco, las principales empresas han trasladado su domicilio fiscal fuera de nuestro territorio…: ¿dónde vamos, dónde nos llevan?

Todo el mundo ha condenado, y yo el primero, los excesos policiales del dispositivo desplegado para intentar impedir el referéndum del pasado 1-O. También el delegado del gobierno español en Cataluña, Enric Millo, se ha disculpado ante las cámaras de TV3 por estas agresiones gratuitas y desproporcionadas. El encarcelamiento de los Jordis por sedición por los hechos del 20 de septiembre considero que es una exageración jurídica y espero que sus abogados defensores hagan un buen trabajo para conseguir su pronta liberación.

Pero ni la prisión de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart ni el miedo y el dolor que pasaron una parte de las personas que se congregaron ante los colegios electorales el día 1-O para garantizar la celebración de las votaciones no justifican, de ninguna manera, el sufrimiento íntimo y desgarrador que soportan millones de catalanes por la agotadora y errática dinámica procesista. Los 72 diputados de Junts pel Sí y la CUP que, con el 48% de los votos en las elecciones del 27-S, han roto el marco estatutario y nos han llevado hasta aquí no tienen derecho a destruir el país de todos en nombre de una hipotética República Catalana que no tiene ningún recorrido ni credibilidad en ninguna parte.

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras deberían ser conscientes de la tortura psicológica que están infligiendo a la sociedad catalana y pedir excusas por la enorme conmoción que están causando en la «pequeña gente», que no tiene culpa de nada, con su proyecto secesionista y las nefastas repercusiones tangibles que ya tiene. En su infinita soberbia, los mandamases de la Generalitat -obsesionados con culminar la independencia, caiga quien caiga- son impermeables a escuchar a quienes no piensan como ellos e incapaces de hacer ningún tipo de autocrítica. Debo decirles que esta es una manera absolutamente equivocada de enfocar la vida, tanto personal como colectiva, y que están hundiendo Cataluña y a los catalanes en el pozo de la historia.

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