Mercadotecnia

El procés no es más que un artefacto de mercadotecnia mentirosa, creado por quienes acaban reduciendo, no solo la economía, sino la política, el devenir social y hasta la vida misma a simple mercadería engañosa.

Las mentiras no caen como los copos de nieve en invierno. Son una creación humana, fabricada por personas con nombres y apellidos, y de manera intencionada. Porque, de lo contrario, dejan de ser mentiras. Las hay, claro, de todos los tamaños y condición. Para Goebbels (el que acuñó aquello de que una mentira repetida mil veces acababa convirtiéndose en una verdad), la mentira debía ser analizada y evaluada más allá del prisma de la moralidad, para extraer de ella una utilidad innegable: la de influir en la sociedad.

Siguiendo la estela, el ministro nacionalsocialista sostenía que el político debía estar preparado para adecuar, deformar e incluso crear conscientemente versiones distorsionadas de los hechos y transmitirlas posteriormente a una audiencia que, si bien podía resistirse a su aceptación, terminaba cediendo con la repetición de la mentira.

Según un estudio publicado en la revista Nature Neuroscience, la clave está en cómo el cerebro de los mentirosos se va adaptando progresivamente al engaño. Para los investigadores, el impacto de la deshonestidad a nivel neuronal es de tal magnitud que incluso puede hablarse de un «mecanismo neuronal» que soporta la mentira o, en otras palabras, de un principio biológico de adaptación que contribuye al fenómeno, llamado «adaptación emocional«, comenta Rita Arosamena, en Psyciencia ¿Nos suena?

Todo esto y mucho más podrán encontrar en el procés con sólo dar una patada a la piedra. Con el agravante de que en este caso de incorporar al maquiavelismo clásico el último grito en técnicas de mercadotecnia, cuyo objetivo, ya se sabe, es buscar formas de aumentar la demanda de un producto dentro del mercado. Producto: el procés. Mercado: la gente de Cataluña. Nada de principios, humanidad, ética… Todo eso son paparruchas. De lo que se trata es de vender y lo mismo se vende el Avecrem que la independencia. La propia política funcionaría mejor si se concibiera y ejecutara en clave de gestión empresarial, incluido el ánimo de lucro. Y si todo el proceso se externaliza, al hilo de las últimas modas del management, como se ha hecho con la ANC y Omnium, mejor que mejor.

De lo que se trata es, en fin, es de no salirse del guión. De no perder de vista que las personas, entendidas, conceptualizadas y tratadas como mercancía, son el mercado. De que no tiemble el pulso, sino todo lo contrario, a la hora de alienar, encuadrar, movilizar e instrumentalizar a la gente como consumidores, que es lo que, al fin y al cabo, son. Y como tales, la televisión; los eslógans cambiantes y artificiosos; las consignas; los sigloides (la DUI, el RUI, el RI, los CDR…) que de no entenderse pasan a incrustarse en el inconsciente colectivo, resultan, como los anuncios comerciales, imprescindibles para colocar el producto.

¿Puede extrañar que personas como Artur Mas, Xavier Vendrell, Oriol Soler y David Madí (el consejo en la sombra de Puigdemont) piensen y actúen de este modo? Si es así, asómense a sus biografías.

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