Banderas blancas

Pensemos como pensemos, en estos momentos críticos de incertidumbre colectiva hay que remarcar y poner por encima de todo un principio fundamental: Cataluña es un solo pueblo y tenemos que evitar a toda costa la división por razones identitarias que nos lleva, inevitablemente, a la confrontación civil, de menor o mayor intensidad.

Desde el rechazo contundente a la represión desatada por la Policía Nacional y la Guardia Civil el pasado 1-O y de la defensa innegociable de la democracia que tanto nos ha costado conseguir, tengo que alertar de la peligrosa espiral en la cual ha entrado el proceso independentista puesto en marcha en 2012. La fractura social ya no es retórica, es muy real y los episodios de violencia soft empiezan a proliferar en nuestras calles.

La pelea entre jóvenes españolistas e indepes en Sant Gervasi, el pinchazo masivo de ruedas de automóviles en Verges, la ratzia nocturna de guardias civiles en Calella, el acoso sufrido por periodistas de medios de comunicación de Madrid, la tensión que ha cuajado en las aulas de los institutos… son hechos absolutamente abominables y condenables que nunca me habría imaginado que llegaría a ver en Cataluña.

Si seguimos por este camino, muy pronto veremos los pueblos y ciudades catalanes dividido en guetos de españolistas e independentistas. Esta es la dinámica que se produjo en la antigua Yugoslavia –que era una sociedad culta y avanzada- y que miméticamente se acabará reproduciendo aquí si, unos y otros, todo el mundo, no la paramos en seco.

Recordemos el viejo refrán: dos no se pelean si uno no quiere. Y, en este caso, tenemos que ser todos juntos quienes tomemos la determinación, pase lo que pase, de no pelearnos entre nosotros. Los políticos que desgraciadamente nos gobiernan –el rey Felipe VI, Mariano Rajoy y Carles Puigdemont- nos han abocado, con su ineptitud y nula capacidad de diálogo, a esta inédita e insólita balcanización de nuestra vida cotidiana. ¿Por qué tengo que considerar a mi vecino, que piensa diferente que yo, como un enemigo? En nombre de la democracia de la cual los tres se llenan tanto la boca, han hecho salir de la tumba de la historia el fantasma del guerracivilismo y esto no lo podemos consentir de ninguna de las maneras.

Cataluña sólo ha avanzado cuando hemos actuado unitariamente. Esta es la gran lección que nos legaron la Asamblea de Cataluña (no la ANC) y el presidente Josep Tarradellas, del cual ahora celebramos los 40 años de su regreso del exilio. Si los de arriba buscan, supuestamente en nombre de los de abajo, el enfrentamiento civil, los de abajo tenemos que clamar y hacer entender a los de arriba que queremos paz y no queremos ser carne de cañón de sus absurdas luchas de poder.

Afortunadamente, España y Cataluña formamos parte de la Unión Europea, un bloque geopolítico y geoeconómico que une a 500 millones de personas en un proyecto común presidido por los valores de la democracia y del respeto a la diversidad, aunque a veces desafinen. España y Cataluña tenemos gran parte de las competencias propias de los antiguos estados transferidas a Bruselas y, por lo tanto, estamos discutiendo, en la práctica, por los restos competenciales y presupuestarios.

Antes de que no sea demasiado tarde, tenemos que enterrar la dialéctica cainita de las banderas y abrazarnos, unos y otros, para encarar el futuro en común. Sólo con la bandera blanca de la paz conseguiremos superar este conflicto absurdo, exacerbado por unos políticos y unos medios de comunicación pirómanos e insensatos, que amenaza de convertir nuestra convivencia en un infierno, como pasó, no hace tantos años, en Croacia, Bosnia, Kosovo, Serbia, Eslovenia, Montenegro

He visto estos días las movilizaciones y manifestaciones de la calle. Hay una imagen que me hizo pensar: el día del «paro de país», muchos huelguistas agradecieron que hubiera bares abiertos para poder tomar un bocado o beber un refresco. Ni por un momento les pasó por la cabeza que los propietarios de estos establecimientos eran unos despreciables esquiroles. Al contrario, se abocaron a consumir.

Esto me lleva a la conclusión que, por debajo de los insultos y de los enfrentamientos, en Cataluña tenemos una sólida base social de tolerancia que, a la hora de la verdad, acabará triunfando. Lo deseo de todo corazón… y, además, estoy convencido de ello.

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