¿Por qué matan estos chicos?

¿Qué hace que un grupo de jóvenes de Ripoll decidan que es una buena idea cargar de explosivos tres furgonetas y hacerlas estallar para matar a cuantas más personas mejor en Barcelona o quién sabe dónde? ¿Qué hace que uno de estos chicos suba a una furgoneta y la lance a toda velocidad Rambla abajo para provocar el mayor daño posible? ¿Por qué cinco miembros de este grupo compran cuchillos y un hacha para atacar a las personas que pasan una noche de verano en el paseo marítimo de Cambrils?

No se trataba de chicos que frecuentaran los oratorios religiosos. Ni de personas apartadas de la sociedad, marginadas, sin acceso a los servicios de nuestro sistema de bienestar. Hablaban catalán correctamente y jugaban al fútbol o al tenis de mesa con los chicos de familias de Ripoll de toda la vida. Los había que incluso trabajaban y se ganaban un buen sueldo.

«¿Cómo se llega a esto?», se preguntaba el presidente de la Comisión Catalana de Ayuda al Refugiado, Miguel Pajares, en un artículo reciente, en el que ponía en duda que Cataluña sea una sociedad tan acogedora como estamos acostumbrados a escuchar de boca de nuestros gobernantes. «No hacemos todo lo que nos tocaría hacer, y las instituciones no invierten lo que deberían invertir en la lucha contra la discriminación, la segregación y la exclusión», escribe.

Pero ¿de verdad se sienten segregados, discriminados, excluidos? ¿De qué distracciones o aspiraciones vitales se les aparta?

Lorenzo Vidino, director del Programa sobre Extremismo de la Universidad George Washington de Estados Unidos, asegura que «la integración no es el antídoto de la radicalización». Según él, la mayor parte de la gente radicalizada en España y Europa está bien integrada. Por lo tanto, la lucha contra la radicalización y la conversión en terroristas no está en la integración de estos jóvenes en nuestra sociedad sino, tal vez, en cambiar la sociedad que los acoge. El modelo actual, donde la vida consiste en una lucha cotidiana agotadora y competitiva para salir adelante, no es nada alentador. Para nadie. Ni jóvenes ni viejos. Ni autóctonos ni recién llegados. Ni religiosos ni ateos.

Soy de formación freudiana y confiero una gran influencia a las pulsiones sexuales en las actitudes y el carácter de los seres humanos. Probablemente, los expertos se llevarán las manos a la cabeza y lo considerarán una tontería supina pero sugiero que se considere la tensión sexual mal resuelta cuando se trata de entender las reacciones agresivas y deshumanizadas de estos jóvenes.

Y añadiría una última pregunta: ¿por qué no hay ninguna chica, nunca, en la preparación y realización de estos atentados?

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