La pregunta

«¿Quiere que Catalunya sea un Estado independiente en forma de república?» es la pregunta del referéndum anunciado por Carles Puigdemont. Cocidas seguramente a fuego lento en las cocinas del Junts pel Sí, estas once palabras, el modo de escogerlas, la forma de ordenarlas y el momento de pronunciarlas retratan de manera fiel cómo son, cómo piensan y cómo actúan sus autores.

Saben perfectamente el PDECat, Esquerra Republicana y las CUP que solo representan un raspado 50% formal de la gente que vota en Cataluña, con el agravante de que el actual sistema electoral penaliza drásticamente a los ámbitos urbanos y muy especialmente la gran Barcelona y favorece a los territorios donde estos partidos tienen mayor representación. Es decir, en el mejor de los casos, Junts pel Sí más la CUP representan solo a una parte de la ciudadanía de Cataluña. Y es esta parte, solo esta parte, quien se arroga la legitimidad y el poder de convocar un referéndum. Los demás, al menos la otra mitad, no cuentan. Grave contradicción ésta de convocar a la ciudadanía para que aparentemente se pronuncie sobre un conflicto que la divide, sin contar con al menos la mitad de ella.

Es práctica común que las mayorías que acceden al poder se apresuren a declarar que gobernarán para todos, aunque es obvio que han sido elegidas solo por una parte de los electores. A la luz de los hechos, no es éste el caso del Gobierno de Junts pel Sí, justamente en una cuestión tan crítica como la convocatoria de un referéndum sobre la independencia o no de Cataluña del conjunto del Estado español. Sin siquiera querer o poder guardar las formas, el gobierno presidido por Puigdemont no solo convoca un referéndum en contra de la opinión de una parte de los electores, sino que además decide qué es lo que hay que preguntar y cuándo hacerlo. Si este gobierno representara a todos o una parte incontestable de los electores catalanes, podría interpretarse el referéndum como un desafío del pueblo de Cataluña al inmovilismo del gobierno central. Esto es precisamente lo que nos quiere hacer ver y que, sin duda, algunos creen ver, como Bernadette Soubirous vio a la virgen María en Lourdes.

Pero las cosas, para desdicha de Junts pel Sí y la CUP, no son así. Es de sentido común que si dos partes deciden someter a votación algo que les divide están obligadas a acordar qué preguntar, la forma de preguntar y cuándo preguntar. Porque si, como es el caso, solo una de las partes se arroga el poder de hacerlo y lo hace, resulta un absurdo, una tomadura de pelo, un desatino o como se le quiera llamar. Pero ésta es la cruda realidad del referéndum de Puigdemont.

La pregunta, expeditiva, no se anda por las ramas, porque solo busca una respuesta binaria, simple: sí o no. Su finalidad no es promover un arreglo, una salida democrática al asunto sino, por el contrario, imponer una decisión. No se plantea, por ejemplo, si quiere permanecer como se está, irse de España o arreglar las cosas por otras vías ¿Por qué? Porque resulta obvio qué opción sería la más votada y eso no interesa a Junts pel Sí y a su muleta. De ahí el trágala que, a pesar del comité de psicólogos y otros muchos con los que seguramente cuenta el procés, ha acabado imponiéndose.

Y si el modo de acuñar y formular la pregunta resulta infumable ¿qué decir de sus partes? Al modo del más rancio estilo del XIX, referencian el Estado y la República como dos absolutos, que harían las delicias de cualquier semiólogo. ¿No habíamos quedado en que el Estado es una vieille dame y que, particularmente en el caso de Europa, tiende a federar sus atributos y competencias? Suena a órdago lo del Estado, pero a estas alturas se habla más de las perversiones del Estado (Estado terrorista, Estado fallido, Estado proxeneta…) que de su naturaleza intrínseca, si es que existe.

¿Por qué, además, un Estado con forma de República? ¿Porque suena estupendo? ¿Porque así se acuña un nuevo hecho diferencial (españoles monárquicos/catalanes republicanos)? ¿Porque encaja con el nombre de ERC? Como bien decía Jaume Reixach en esta página de EL TRIANGLE, Cataluña siempre ha estado gobernada por reyes, salvo períodos republicanos puntuales (que respondían a otros tantos cambios en España) y que, a diferencia de, por ejemplo, Francia no tenemos mucho rodaje en la cuestión. Cosa que, desde luego, no presupone defender la Monarquía ni muchos menos. Ambas, monarquía y república, tienen mucho de convención, tramoya, escenificación o lo que sea. Algo de lo que por cierto, anda muy sobrado el referéndum de Puigdemont.

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