Los hermanos Dalton

Mi cerebro los había arrinconado por una cuestión de higiene mental, pero el martes pasado sus feas caras volvieron a aparecer en la televisión a la hora de comer y la indigestión que me provocó retroceder al aznarismo todavía me dura. Comparecieron ante el juez en calidad de testigos del caso Gürtel y confirmaron con sus «no me consta» y «no me acuerdo» que todos los dirigentes populares tienen graves problemas de memoria cuando toca hablar de presunta corrupción. Uno por uno lo negaron todo, incluso que fuera martes 20 de junio, y ni tan solo los gritos de «chorizos» que algún osado les largó desde la calle consiguió borrar el posado chulesco que gastaban.

A pesar de que cada uno ha seguido trayectorias lucrativas diferentes, el cártel ex-ministerial formado por Javier Arenas, Rodrigo Rato, Francisco Álvarez-Cascos, Ángel Acebes y Jaime Mayor Oreja actuó como una piña durante todo el rato que duró la pantomima. Al señorito andaluz le había perdido el rastro desde la noche que le vi bastante perjudicado bailar sevillanas en una selecta caseta de la Feria de Abril. A Rodrigo Rato no tengo más remedio que soportarlo estoicamente como a las hemorroides por culpa de sus perrerías con Caja Madrid y Bankia. Sin embargo, el cortocircuito mental de verdad me lo provocaron las apariciones del terceto de la muerte formado por Acebes, Mayor Oreja y Álvarez-Cascos.

Fue ver Acebes-hasidoETA y pedir la independencia de Cataluña a gritos para asombro de los compañeros de mesa. Mi cerebro me trasladó a dos momentos inolvidables por diferentes razones con él como protagonista. El primero fue su miserable actuación como portavoz del gobierno Aznar insistiendo que los autores de los terribles atentados de Madrid habían sido los etarras. Incluso después de la confirmación de los servicios secretos israelíes que había sido obra de integristas islámicos, Acebes seguía negando la relación de la carnicería con el pacto de las Azores de Bush, Blair i Ansar. El segundo momento fue el memorable episodio del Polònia en que se deshacían de Angelito colgándolo como si fuera un jamón.

Del ultracatólico Mayor Oreja no puedo recordar nada agradable. Ni tan solo cuando vi en Bilbao una pintada que decía «a mayor oreja, menos cerebro» fui capaz de sonreír porque resulta que era el ministro del Interior e, igual que Acebes, todo el mundo era etarra hasta que no se demostraba lo contrario. La última noticia que tuve del sobrino del ministro centrista Marcelino Oreja que decía que el aborto «era cosa de bolcheviques» y que junto con la eutanasia «formaba parte de las viejas recetas de los totalitarismos que han asolado Europa», era que había dejado el PP porque no le habían hecho ministro y se lo rifaba la extrema derecha por su gran talante demócrata.

¡Y qué decir de Álvarez-Cascos!, que cada día que pasa está más feo si esto es humanamente posible. Frecuento el Principado de Asturias y he tenido la mala suerte de coincidir con él alguna vez en Gijón durante la Semana Grande, donde patricios y plebeyos se mezclan por un rato a ritmo de tapa y sidra como si la igualdad de oportunidades existiese de verdad. Viéndolo de más cerca con la clarividencia que sólo da el alcohol, una no deja de preguntarse qué debe de tener escondido este hombre para que vaya coleccionando mujeres cortas de vista e hijos de esta manera.

Hace unos meses, La Voz de Galicia recordaba que unas tres cuartas partes de los miembros de los gabinetes de José María Aznar tienen problemas con la justicia y aparecen en diversos sumarios como los papeles de Bárcenas, la operación Lezo, el caso Gürtel o el asunto Nóos. A parte de los nombrados anteriormente, cuya reaparición esta pasada semana tanto me ha afectado, el diario gallego recordaba otros nombres ilustres de la banda de los Dalton como Jaume Matas, Eduardo Zaplana, Federico Trillo, Pilar del Castillo, Miguel Arias Cañete, Ana Palacio y Cristóbal Montoro. ¿Qué habría sido de esta España en blanco y negro sin todos ellos? Seguro que todavía estaríamos peor.

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