La «mafia catalana», derrotada y desterrada

Todo en la vida tiene un comienzo y un final. Permitidme que hoy hable de mí. Yo comencé la aventura de EL TRIANGLE porque, en 1989, el diario de Barcelona en el que trabajaba, me censuró un artículo de investigación donde denunciaba que la adjudicación de las obras públicas en Cataluña pagaba un «peaje» corrupto del 3% al partido Convergència Democràtica (CDC).

¡En el año 1989! ¡De esto hace ya 28 años! Yo tenía y tengo la vocación de periodista y creo que esta profesión, siempre que esté guiada por la dimensión de servicio público y se pueda ejercer en libertad, es la más bonita y apasionante que existe. La censura no es sólo el principal enemigo del periodismo, también lo es de la democracia. Por eso, en aquel momento, yo tenía dos alternativas: o cambiaba de profesión o creaba mi propio medio de comunicación, con todos los riesgos y renuncias personales que esto comportaba.

Es así como nació EL TRIANGLE. Y a fe de Dios que lo he pagado caro, muy caro. Destrocé mi familia, he pasado un montón de problemas, no puedo (ni quiero) tener nada y la justicia me ha condenado en tres ocasiones: una por difundir las conversaciones telefónicas que provocaron la dimisión del ex-consejero corrupto Josep Maria Cullell; otra por publicar un chiste donde hacíamos sátira del entonces todopoderoso Lluís Prenafeta; y la tercera, hace unos días, por la reproducción en nuestra web de la conversación del almuerzo de La Camarga que significó la explosión del caso Pujol.

Por eso, cuando Fèlix Millet, Gemma Montull, Jordi Montull y los empresarios Miguel Giménez-Salinas y Juan Manuel Parra han confesado que el Palau de la Música era una «tapadera» para la financiación ilegal de Ferrovial a CDC, yo me he sentido reconfortado profesionalmente. Lo mismo puedo decir de las investigaciones que dirige el juez de El Vendrell Josep Bosch y que confirman la existencia, desde hace años, de la trama del 3%. Modestamente, yo tenía razón cuando, 28 años atrás, escribí aquel artículo que me censuraron.

La primera edición del semanario EL TRIANGLE, que salió el 29 de enero de 1990, titulaba en portada: «¡Qué peste!«, en referencia a los negocios sucios que se estaban haciendo en el entorno de la Generalitat. Y desde entonces no he parado nunca de denunciar, muchas veces en la más absoluta soledad, todo tipo de irregularidades, manipulaciones y corruptelas que han manchado el autogobierno de mi país.

Entendedme: yo soy catalán por los cuatro costados y descendiente de una familia de agricultores arraigada desde hace siglos en esta tierra. De pequeño, leía Cavall Fort y he mamado el catalanismo republicano y el desastre de la Guerra Civil. Por eso, salí, exultante, a celebrar el regreso del presidente Josep Tarradellas y recibí ilusionado el restablecimiento de la Generalitat, pensando que se abría una nueva etapa en Cataluña, marcada por la honestidad de los políticos y su vocación de servicio sincero a la sociedad.

Yo me considero de izquierdas, pero no por eso me traumatizó la victoria contra pronóstico de Jordi Pujol en las elecciones del 1980. Al contrario, creía que el ex-banquero era un luchador por la democracia y las libertades de Cataluña y que gobernaría de manera limpia y decente. Yo di la confianza, de entrada, a Jordi Pujol, pero enseguida me di cuenta que en la Generalitat –en mi Generalitat- empezaban a pasar «cosas raras», como la concesión de créditos y avales que nunca se devolvían a empresas vinculadas a altos cargos del gobierno y de CDC o a los principales medios de comunicación de Cataluña. También que, de manera sistemática, se favorecía con contratos y adjudicaciones a empresas de personas estrechamente vinculadas a Jordi Pujol.

Y, lo más grave: cuando empecé a denunciar públicamente todo esto, la reacción desde la Generalitat convergente era vincular las críticas con un «ataque españolista contra Cataluña». Esta agresiva paranoia llegó a su paroxismo con la crisis del grupo financiero Banca Catalana, sobre la cual escribí un libro –censurado de manera infame por la editorial Plaza & Janés- junto con los compañeros Siscu Baiges y Enric González.

Este mes de marzo del 2017, el largo combate periodístico que he realizado durante más de 35 años para limpiar Cataluña de ladrones y corruptos llega a su fin. Optimista impenitente, creo que la catarsis que está provocando el juicio del Palau de la Música servirá para reorientar, de manera irreversible, la acción de la Generalitat y reeducar a los políticos catalanes en su obligación de ser pulcros y transparentes en la gestión del interés común. Espero que la tentación de apropiarse del dinero público y de hacer martingalas para favorecer a los amigos quedará desterrada por siempre jamás de nuestras administraciones públicas.

Yo, como todo el mundo, tengo mis preferencias políticas, pero este no es el caso. A mí, como buen demócrata, me da igual qué opción gobierne en Cataluña en el futuro, siempre que tenga el apoyo mayoritario de la población, no haga trampas, no mienta, no manipule, no censure y no se aproveche del poder que le han dado las urnas para hacer negocios particulares, cobrar comisiones o robar.

EL TRIANGLE, si queréis y nos continuáis dando confianza, seguirá existiendo para ejercer la tarea de «guardián» y de «cuarto poder» que la sociedad ha dado a los medios de comunicación. Acabo de cumplir 59 años, pero me siento joven de espíritu y el cuerpo me aguanta. Por lo tanto, os anuncio que he tomado la decisión de emprender nuevos retos y horizontes profesionales que me llevan a Andorra y a los valles pirenaicos para sacar adelante el nuevo proyecto periodístico de LA VALIRA.

Dejo EL TRIANGLE en manos de unos excelentes compañeros profesionales y, eso sí, continuaré escribiendo y velando por su continuidad, crecimiento y expansión. Doy por cerrado este largo periodo de combate contra la «mafia catalana«, con el convencimiento de que ha sido derrotada y definitivamente desterrada. Por fin, en Cataluña podemos respirar aires limpios y yo voy a buscar nuevos retos periodísticos en Andorra… y más allá. ¡Caña!

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