La hora del héroe

En Cataluña ya hace cuatro años que vivimos instalados en una burbuja, irresponsablemente ajenos a la realidad que nos rodea, más allá del río Ebro y de los Pirineos. Ha hecho falta que el Tribunal Constitucional alemán se pronuncie, de manera muy concisa y sencilla, sobre la inviabilidad de una hipotética secesión de Baviera para que el catalan dream se vea reflejado en el espejo y se encuentre forzado, aunque no lo quiera, a poner los pies en el suelo.

El land de Baviera no puede ser independiente porque lo impide la Ley Fundamental (Constitución) de la república federal de Alemania. Punto final. Desde el búnker estelado se ha querido esconder y -como que no lo han conseguido- menospreciar esta contundente resolución del Tribunal Constitucional alemán con la excusa que el caso de Baviera y el de Cataluña no tienen nada que ver. Una vez más, los farolillos se equivocan.

Sobre el papel, Baviera tendría unas razones históricas y sociales más potentes para reclamar la independencia que Cataluña. Esta región es, por tradición, católica, en contraposición al resto de Alemania, de mayoría protestante. Sería, para entendernos, un caso parecido al del viejo conflicto entre la Irlanda católica vs. la Gran Bretaña anglicana.

Además, el reino de Baviera siempre estuvo muy vinculado a Austria y la unificación alemana, bajo la bota prusiana, no se logró hasta el año 1871… ¡hace sólo 146 años! De hecho, Baviera continuó manteniendo su propia dinastía regente, que se extinguió con la abdicación del rey Luis III en 1918, en las postrimerías de la I Guerra Mundial. El hecho diferencial bávaro también queda reflejado en la lengua que hablan sus doce millones de habitantes, que resulta de difícil comprensión para los que emplean el alemán estándard.

Los ingredientes necesarios para que el sentimiento identitario -inflamado por las transferencias fiscales que este land, el más rico de Alemania, hace a los estados más atrasados- floreciera en Baviera están presentes. Pero el Bayernpartei (BP), que recoge el ideal nacionalista, tiene una incidencia electoral marginal de poco más del 2%. Los alemanes y los bávaros son, por encima de todo, pragmáticos y ésta es la clave de su indiscutible éxito económico y político.

La Corona de Aragón, de la cual formaba parte Cataluña, selló la unión dinástica con Castilla en 1469, con el matrimonio de los reyes Fernando e Isabel… ¡hace 548 años! Aún así, el encaje Cataluña/España todavía no está bien resuelto, como lo demuestra la existencia de un 47,8% del electorado que apoyó a Junts x Sí y la CUP en los comicios autonómicos del 27-S del 2015.

Imponer la independencia a una sociedad tan plural y conectada como la catalana es una animalada. Sólo hay que sacar la cabeza fuera de la burbuja para verlo. Si hay un consenso en Cataluña es que queremos seguir formando parte de la Unión Europea y llevar euros en el bolsillo. El Tribunal Constitucional alemán nos ha marcado el camino.

Llegados a este punto, el proceso necesita un héroe. Alguien de la galaxia de los farolillos, con peso específico suficiente para imponer su autoridad, que verbalice la impracticabilidad y, por consiguiente, la inviabilidad de esta hoja de ruta que nos lleva a ninguna parte. El presidente Carles Puigdemont no lo será: como don Quijote, la sobredosis juvenil de novelas de caballerías le ha hecho perder el mundo de vista y lo ha catapultado a la dimensión del «pensamiento mágico«. Su anuncio de la llegada de una «nueva era» nos confirma, directamente, que le falta un hervor. La buena noticia es que él mismo ha decidido auto-descartarse a corto plazo.

¿Será Oriol Junqueras el encargado de hacer el imprescindible ejercicio de realismo que hace falta en este momento? El vicepresidente de Economía y Hacienda ha podido conocer de primera mano el estado catastrófico de las finanzas de la Generalitat que le dejó su antecesor en el cargo, Andreu Mas-Colell, y sabe, porque ha transitado los pasillos del Parlamento europeo, que Bruselas nunca avalará ni reconocerá la ficción del «referéndum o referéndum«.

¿Será Neus Munté, la sucesora in pectore de Carles Puigdemont, con un largo currículum al sindicato UGT quién empuñe la aguja? ¿O la presidenta de la Diputación de Barcelona, la poderosa Mercè Conesa, que está negociando un pacto municipal con el PSC en Sant Cugat?

¿Será la CUP si, finalmente, decide no apoyar los presupuestos de Junts x Sí quien reviente la burbuja y precipite unas elecciones anticipadas? ¿Serán Fèlix Millet y Jordi Montull, con sus declaraciones en el juicio del caso Palau que empieza el próximo 1 de marzo?

Entre el cero y el vacío del infinito hay muchas etapas que Cataluña todavía tiene que conseguir, conocer y digerir. La transformación del Senado en el Bundesrat es una. El reconocimiento de la lengua catalana en las instituciones europeas, prometida por el nuevo presidente del Eurocámara, es otra. La transparencia y perfeccionamiento del sistema de financiación de las comunidades autónomas también está en la agenda del gobierno español y el tramo Vandellòs-Tarragona del corredor mediterráneo ya hace meses que está en obras.

Ahora se dan las condiciones políticas para que en el Congreso de los Diputados se cree la ponencia que tiene que abordar el estudio de la reforma de la Constitución. Si en la Moncloa hay inteligencia –que la hay-, se tendría que formar antes del verano.

A la gente engullida por la burbuja hinchada por el sistema mediático subvencionado, que es hegemónico en Cataluña, no se la puede condenar a la frustración. Hace falta que un héroe la pinche desde dentro y que desde el exterior haya preparadas unas confortables vías de escape para que el choque con la ‘realpolitik’ no sea demasiado traumático. La esperanza es el motor de la humanidad y los catalanes –los del farolillo y todos los demás- también tenemos derecho a ella.

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