Malos periodistas

No acostumbro a ver entrevistas televisivas porque me parece un género periodístico sobrevalorado que muchas veces esconde intereses comerciales y propagandísticos inconfesables. Por eso no puedo dejar de pensar en el surrealista diálogo que Andreu Buenafuente mantuvo con un gurú de la autoayuda y que descubrí esta semana pasada por casualidad haciendo zapping. Resulta que el sabio, muy espabilado él, no tuvo ningún problema ni ético ni moral a la hora de enviar previamente al programa la entrevista ya hecha, con las preguntas y las respuestas incluidas.

La razón que dio para hacerlo es que los periodistas le hacen siempre malas preguntas. No me acabó de quedar claro si el gurú quería decir que los malos periodistas le hacen preguntas absurdas como qué hora es y qué tiempo hará mañana, o bien le preguntan sobre cosas que él es incapaz de responder. Esto último revelaría la estafa y situaría al interpelado a la altura del charlatán de feria que vende lociones capilares a calvos desesperados y conjuros amorosos a jorobados peludos. No diré el nombre del protagonista porque no lo recuerdo ni tampoco quiero hacerle propaganda gratis, pero sí he de admitir que la víctima de los comentarios irónicos de Buenafuente no iba muy desencaminada en sus críticas a la profesión periodística.

Hace dos años tuve la ocurrencia de escribir un malévolo libro sobre Marta Ferrusola. La aventura literaria no pasó del millar de ejemplares vendidos víctima de la censura convergente que todavía impera en los medios catalanes, pero me sumergió durante un mes en una vorágine desbocada de entrevistas de promoción, la mayoría de ellas de un nivel tan surrealista que no me podía aguantar la risa. Excepto algunas honorables excepciones –sobre todo de periodistas radiofónicos y de algún diario digital- la inmensa mayoría de los colegas que me preguntaron sobre el libro no habían pasado del índice. Entre las preguntas más absurdas se repetía una muy original: ¿Había hablado con la mujer de Pujol para hacer un libro que la ponía a parir?

De esta experiencia como entrevistada que dudo que se vuelva a repetir me quedo con la esperpéntica visita que hice a 8TV para salir en el programa de Josep Cuní. Ya conocía de antes sus grandes dotes como periodista y comunicador, pero quiero aprovechar estas líneas para felicitarle por haber creado el subgénero de la autoentrevista. No sólo fue capaz de hablar diez minutos seguidos de mi libro mirándose solamente las tapas, sino que las preguntas que me hacía las respondía él mismo antes de que yo tuviera tiempo de abrir la boca. Quedé tan asombrada de su capacidad de leerme la mente que me limité a mirar fijamente a la pared hasta que acabó el monólogo y el regidor me indicó que ya podía salir del plató.

En defensa del periodista diré que entrevistar a alguien no siempre es agradable y muchas veces tienes que soportar a arrogantes que no saben lo que es la libertad de expresión y reclaman saber qué preguntarás o te exigen el texto antes de publicarlo. La mediocridad impera por doquier, pero sobre todo en la clase política, y como periodista me he dado un hartón de preguntar a personajes que no tenían más interés que la poltrona que ocupaban en ese momento. Constatar a menudo que lo más interesante de la entrevista eran las preguntas resultaba tan decepcionante como tener que encajar correcciones impuestas con el visto bueno de la dirección del diario. Sólo me he reconciliado con la entrevista cuando he hablado con personas que tenían alguna cosa interesante que explicar. Aviso: cada vez quedan menos y ninguna era gurú.

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